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De nuevo, la batalla es por el relato. En el quién ganó y quién perdió del enfrentamiento tuitero entre Petro y Trump, el público, las opiniones y los comunicados oficiales cuentan dos historias diferentes. Hay quienes aplauden el cuento que echa el poderoso, lo prefieren y hasta lo agradecen. Hay quienes insuflan el del “débil” para que se note más la rebeldía que la imprudencia.
La mesa de la mañana de Caracol Radio destinó buena parte de la emisión del lunes siguiente al encontrón a especular sobre lo que podría haber ocurrido (¿lo que deseaban que ocurriera?) si de la fanfarronería se hubiera pasado a la acción. Otro giro de tuerca en el periodismo, informar sobre lo que no fue. Pero ese es otro asunto.
Déjenme quedarme en solo una parte del todo de esta pelea, con lo que salió a flote rápido, sin vergüenza, casi como si fuera lo que había que esperar de no pocos colombianos. Y tal vez sí, era eso lo esperable y entonces, de qué me sorprendo… pero igual sorprendo, porque ¡qué vocación de colonia, hermano!
¿Recuerdan Quac? ¿Les tocó? Era un programa de humor político presentado por Jaime Garzón y Diego León Hoyos (quien interpretaba a un personaje llamado María Leona Santo Domingo). El argumento era sencillo: una parodia de noticiero que se valía de la ironía y el juego de palabras para explicar (o intentarlo, por lo menos) la realidad nacional, tan parecida desde siempre a un mal chiste, pero que, con el talento necesario, es posible que nos haga reír.
Quac estaba plagado de personajes memorables, entre ellos un particular portero, Néstor Elí, bedel del Edificio Colombia, guardián de los secretos y los intríngulis entre los ilustres habitantes de aquella ficticia propiedad horizontal.
En algún episodio, la torre de apartamentos apareció con otro nombre: Edificio Colonia. Corrían los años de Samper contra Pastrana, de los narcocasetes, del 8.000, de certificaciones fallidas, se pavoneaba a sus anchas Myles Robert Rene Frechette, a quien el propio Garzón llamaba el procónsul, aunque no fuera más que un embajador.
Las demostraciones de servilismo de la pasada semana me hicieron recordar ese episodio, ese nombre, porque ahí estaba en evidencia esa disposición patria, ese atavismo que no sé muy bien desde cuándo nos viene, esa predisposición a bajar la cabeza y decir, con todas sus palabras para que quede bien claro que se obedecerá, “sí, señor”.
Habrá en Colombia, no tengo dudas, gente que se apresurará a llamar al Golfo de México, Golfo de América, para quedar bien con los arbitrarios y porque mejor estar con la corriente y no molestar al poderoso.
Serán, seguro, los mismos que aún distinguen entre ropa, chocolatinas y música americana, que dan por bueno (o por correcto) aquello que el vecino del norte ordena, sin importar cómo lo ordena.
Son los mismos que esgrimen, entre sus argumentos, que para qué hablar sin pedir permiso, por qué no decir las cosas pasito para no sonar altaneros, que cómo se nos ocurre salirnos de la fila en la que nos pusieron y que eso nos pasa por desobedientes.
Dirán, también, que es que esas no son formas. Y en eso puede que tengan razón. Pero también es cierto que son gente a las que les vienen bien las rodilleras, aunque no sepan que las llevan puestas.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/