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Ya ocurrió. Gustavo Petro es presidente. Ya pasaron las elecciones, los momentos de mostrar por quién íbamos a votar, por quién jamás lo haríamos. Ya pasó. Tenía miedo de que ganara, pero con su triunfo se esfumó. Ni siquiera sé a qué le temía tanto, ya pasó.

Es la primera vez que en Colombia tendremos un gobierno de izquierda, con una vicepresidenta feminista, con un presidente que fue revolucionario, a quien siguen tildando de exguerrillero como si eso significara algo perverso. Ya esa página la pasamos. Qué alegría. Hubo dolor, mucho dolor. Pero hoy la realidad del país es otra y exige nuevas miradas.

Ya Gustavo Petro y Francia Márquez son los nuevos  mandatarios electos del país. El pueblo habló, los eligieron, no hubo el tal fraude que muchos vaticinaban, tampoco se incendió el país (por lo menos no todavía) y seguimos siendo una república con instituciones sólidas, división de poderes y democracia. Qué tranquilidad. Un día a la vez.

No voy a apelar al optimismo desmesurado e ingenuo. No. Cualquier gobierno trae su carga pesada, sus apoyos oscuros y cuestionables, sus propuestas no tan agradables, sus cambios, su incertidumbre. Solemos mirar hacia el país vecino, como si fuera el único, y claro, nos da miedo. Pero no miramos los otros: Uruguay con Mujica, Brasil con Lula. No fueron presidentes perfectos y seguro hay mucho qué reprocharles, pero no fueron devastadores, por el contrario, les dieron una estabilidad importante y representativa  a sus países.

Petro ha promovido el cambio, pero la palabra,  por supuesto, le queda grande. Todo cambia y todos son cambio, porque ninguno es igual. Pero hay que desmenuzarla para entender a qué se refiere. Esto es lo que veo, en lo que creo y, aunque no voté por él, en lo que confío que va a ocurrir cuando gobierne:

Que por fin haya representación de las minorías: comunidad LGBTIQ+, indios, afros, colectivos feministas. Que haya una implementación de políticas públicas para población discapacitada, con rigor técnico y bien estructuradas. Que su gobierno de verdad fomente el respeto por la vida, por la dignidad. Que su discurso sea siempre incluyente, que no se promueva más el odio de clases, de razas, de sexo, género, o religión. Que en su mandato se implemente la sentencia de la Corte Constitucional que despenalizó el aborto hasta las 24 semanas de gestación. Que más personas empiecen a vivir mejor, a disfrutar de este país, lo cual nos incluye a todos. Que haya espacio y calidad para lo público, lo que nos pertenece, para que dejemos de creer, algunos, que el privilegio es fortuna, porque no lo es. Solo ha sido suerte. Y también, que abrir los ojos desde el tal “privilegio” no es instrumentalización.

Sí anhelo y espero que Colombia sea una potencia de la vida, no me importa si es mundial, porque creo que nuestro principal reto es con nosotros mismos, a pesar de nosotros mismos. Con que aquí vivamos mejor, con que nos dejemos de matar, con que aprendamos a desnaturalizar la violencia, con eso me basta. Con que dejemos a un lado ese discurso tan peligroso que está fomentando “la derecha”, –que de derecha tiene poco–,  de “los petristas” versus el resto del país, me conformo.

Creo en muchas personas, amigos, familiares, conocidos e intelectuales del país que votaron por Petro, y si ellos son atacados, los defenderé.

Me sumo al cambio: desde mis posturas, desde mi discurso, desde mi apertura a intentar pensar distinto. No es oportunismo. No vivo de trabajar en el sector público ni de ningún político.

Es que no veo de otra y quiero vivir tranquila y feliz.

¡Que todo cambie!

¡Que algo cambie!

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