Por estos días en muchos espacios de Medellín se adelantan reflexiones sobre las pérdidas y los desgastes, las crisis y las amenazas, de dos años extraños que parecen señalar el bache empinado con el que chocó el desarrollo de la ciudad. Estas angustias son legítimas y en muchos casos, justificadas. Efectivamente, estamos en medio de una crisis institucional. Crisis porque se rompe algo, porque hay una brecha profunda entre lo que era y lo que es. Institucional porque las reglas de juego y los acuerdos generales de comportamiento, medio y fines colectivos entre los actores sociales, políticos y empresariales se reventaron.
Pero quizás una de las aproximaciones más razonables a todo esto la dio en una de estas conversaciones el historiador Jorge Orlando Melo, que, sin minimizar la preocupación, pero matizando la angustia, decía que esta no era ni la primera (y sugiriendo que no sería la última) situación complicada que enfrentaba la ciudad y los acuerdos depositados en su modelo de gobernanza. Es el matiz que le otorga su visión periférica, perspectiva de cuarta dimensión que guardan los buenos historiadores, pero también, una que presentaba una esperanza en lo conocido. En la esperanza siempre es lo más razonable.
Melo, hablando para un grupo de personas que nos reunimos en el marco del programa Liderario de Proantioquia, Comfama, la Universidad EAFIT y la Fundación Fraternidad, señalaba que a pesar de todo esto, “la gente sigue enfrentando los problemas que tiene”. Un llamado a no desconocer la cotidianidad de todos los que continuamos con la vida y a la vez, en la capacidad potencial de la sociedad para superar estas situaciones. Matiz y llamado de atención, de alguna manera. En las palabras de Melo es como si la historia misma de la ciudad, una memoria colectiva robusta y diversa, nos exigiera movimiento, avispe, nos exigiera que espantáramos la parálisis.
También, es una invitación a seguir imaginando la ciudad en medio de la crisis. Las especulaciones sobre qué hacía especial el modelo y qué hace especial a Medellín pueden volverse un poco bizantinas, incluso, rayar con los fallos de memoria y las idealizaciones de figuras públicas. Una aproximación más sincera reconoce el camino recorrido, insiste en las lecciones colectivas, pero al final, se pone la tarea de pensar, construir y proponer soluciones a los problemas de la gente. Ofrece una alternativa, sustentada en las bases profundas de lo que ha funcionado, para hacer mejor la vida de las personas. Lo demás son egos, lo demás no importa.
Por supuesto, todo esto supone confiar en la capacidad de la ciudad, es decir, de todos, para pensar en sus problemas, identificar y reconocer nuestros errores e imaginar, acordar y trabajar por un futuro mejor. Suena todo esto a lugar común, por supuesto, pero eso no lo hace menos urgente o menos necesario.
Al final, los lugares comunes también suelen ser lo más razonable.