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¿Qué nos queda?

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De alguna u otra forma todos lo hemos vivido. El contexto nos va permeando, es difícil mantener el optimismo en un país lleno de malas noticias. Somos lo que vemos, oímos y leemos, muchas de nuestras conversaciones empiezan a girar en torno a las cosas malas que están en las noticias y las redes, es prácticamente inevitable. Por eso vivimos buscando buenas historias, esas heroicas de superación, éxitos científicos, vidas ejemplares, milagros de la naturaleza, cualquier cosa que nos saque del estado de alerta que inunda lo que nos rodea.

En Colombia la guerra, las desigualdades, la violencia cotidiana, la inseguridad, la pobreza, el sufrimiento, el hambre, la injusticia, la corrupción y un largo etcétera, nos han convertido en el país de las emociones tristes que magistralmente describe y explica Mauricio García Villegas en el libro que lleva ese nombre. Para mí, es como si una sombra, una peso triste, lúgubre, cubriera todo el país y nos llevara a comportarnos como lo hacemos, condenándonos a un círculo de incertidumbre que parece eterno.

Es en ese momento cuando más necesitamos de liderazgos inspiradores que venzan esa inercia y muestren que sí es posible darle un giro a lo que parece el destino inevitable del país. Desafortunadamente coinciden varias cosas que nos pueden llevar a concluir, en principio, que hay una ausencia de ese tipo de lideres y que lo que tenemos oscurece aun más el panorama. Por un lado, el liderazgo más visible, el político, sigue siendo un desastre que produce más decepción y rabia que otra cosa. A los acostumbrados y dolorosos escándalos de corrupción, de abuso de poder, de roscas millonarias, de atropellos, injusticias y promesas incumplidas, ahora hay que sumarle que el presidente de Colombia es incapaz de cumplir una agenda y de explicar sus misteriosas ausencias. En otras palabras, ha hecho aún peor el ejercicio del gobierno, alimentando con su irresponsabilidad rumores sobre sus hábitos y su salud que van cogiendo cada vez menos cara de chisme.

Por el otro lado, se ha impuesto en los últimos años una narrativa anti empresa que hace impopular el reconocimiento de hombres y mujeres que llevan años cambiando la realidad de millones de personas gracias a sus logros. Se ha intentado imponer el relato de que el éxito empresarial es deshonroso y que por ende sus liderazgos no son suficientes para inspirar las emociones positivas que nos urgen. Desafortunadamente los confesos hechos de corrupción del grupo AVAL y el siniestro papel de Néstor Humberto Martínez son gasolina para esa visión, permite generalizar y además es una cortina de humo para el desgobierno nacional. Y aunque es cierto es que al sector privado también hay que llevar la lucha contra la corrupción, no podemos dejar de reconocer y mostrar a las personas detrás de la generación del empleo y la riqueza que ha contribuido al crecimiento económico del país en las últimas décadas. 

Paradójicamente, el país de las emociones tristes lleva años en una explosión enorme de creatividad y emprendimiento. La música, el arte en general, las industrias creativas están creciendo aceleradamente. Medellín es el reflejo perfecto de este contraste ya que en medio del peor gobierno de su historia y plagado de malas noticias en casi todos los frentes, surge la potencia de la música urbana y el emprendimiento que llega hasta tener hoy líderes del arte formando a sus comunidades en programación, como pasa en la Comuna 13.

Ahí está la esperanza, medio escondida en hombres y mujeres casi anónimos que todos los días cambian un poquito el mundo desde la cultura, la ciencia y las empresas.

Solo nos queda saber mirar.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-mesa/

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