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Se les veía festivos, aventureros, hasta intrépidos. Algunos incluso reían. Otros, con la claridad que daba la consciencia ante el hecho, se tapaban el rostro, quizá buscando exculparse o, al menos, evitar el señalamiento de quienes los pudieran reconocer. Pero todos tenían algo en común: eran conscientes de que estaban cometiendo un acto ilícito. Esas fueron las escenas que buena parte del planeta vio el pasado domingo; esas son las escenas con las que, tristemente, muchos asociarán a los colombianos.
Pero no son las únicas. La misma escena se repite a diario en las estaciones de Transmilenio o en los conciertos de artistas musicales, en los séquitos del “usted no sabe quién soy yo” con su ilegalismo privilegiado, en personas que se escapan de un agente de tránsito o un carro que avanza irresponsablemente por la berma, en sobornos que reciben congresistas o en las trampas que cometen los estudiantes en los exámenes.
¿Qué nos pasa? ¿Qué valores nos guían hoy como nación? son preguntas que rondan mi mente en los últimos días. ¿En qué momento en Colombia se normalizó el hecho de infringir las normas, a tal punto que muchos celebran lo ilícito? Nuestra relación con le Ley, con las normas sociales y con la cultura ciudadana está fallando.
En su libro ‘Manifiesto para una revolución moral’, Jacequeline Novogratz insta a que las decisiones, así como las acciones individuales y colectivas se guíen por valores éticos y una profunda responsabilidad colectiva. Sugiere Novogratz que la ética y la moral deben ser el centro de las decisiones en los negocios, el gobierno y la vida misma. Sin embargo, aquí aparece un obstáculo llamado ‘error fundamental de atribución’. Cuando explicamos el mal comportamiento de otras personas tendemos a atribuirlo a partir de consideraciones como su personalidad, nivel educativo, afinidad política o carácter; pero cuando explicamos nuestro mal comportamiento, tendemos a enmarcarlo en un contexto o en una situación extrema, del tipo “Me metí en contravía porque iba tardísimo y tenía una presentación muy importante”. Los malos siempre serán los otros. Eso explica, en buena medida, por qué cada tanto le hacemos un esguince a la ley.
Las normas sociales son reglas informales que gobiernan nuestro comportamiento y que aceptamos tácitamente para vivir con mayor grado de armonía en una sociedad. Estas normas diferencian lo correcto de lo equívoco. Nosotros, como seres humanos, sentimos atracción por obedecer normas. Sin embargo, viendo lo que pasa a diario, debo decir que estas están flaqueando. Lentamente estamos creando nuevos equilibrios que favorecen la permisividad del mal comportamiento. Nuestras normas sociales requieren refuerzos.
Consideremos el episodio inaceptable del domingo desde una aproximación de la Teoría de Juegos (un área que se usa en economía para estudiar la decisión óptima de un individuo ante las decisiones que toman otros): en esta situación, si una sola persona hubiera decidido colarse, estaría tomando la peor elección, dado que los demás seguirían haciendo la fila, como corresponde, y sería más sencillo que lo atraparan. Había un ‘equilibrio’. No obstante, cuando la cantidad de personas que decidieron colarse se multiplicó exponencialmente, trepándose por los conductos de aire acondicionado, muros, rejas y demás, el equilibrio cambió, pues los individuos consideraron que colarse suponía la mejor elección. Se dio otro ‘equilibrio’; nefasto, por cierto. Entonces, si como sociedad estamos flaqueando ante el cumplimiento de las normas sociales, debemos subir la apuesta e integrar las normas morales y la innovación social.
Es hora de darle moral a nuestra sociedad, de invitarla a sentirse mal ante lo incorrecto, a que desestime su tranquilidad con respecto a la impunidad y la idea de que el ‘vivo vive del bobo’, cuando en realidad el ‘vivo’ es un bobo. Debemos también innovar en la forma en que llevamos la ética y la moral a los ciudadanos. Si en las universidades continúan siendo electivas, los estudiantes posiblemente se las saltarán ¿Qué tal si las convertimos en las pruebas más complejas y completas? ¿qué tal si en las empresas se destina tiempo para hablar sobre estos temas o se establecen bonos por cumplimiento ético? ¿qué tal si en las calles y los barrios las autoridades les muestran a las personas sobre lo debido y lo incorrecto? No podemos pretender que estamos bien educados si como sociedad hoy no podemos responder qué nos pasa. Necesitamos una revolución moral, como lo propone Novogratz, donde la empatía y la integridad sean bases para construir un país que respete sus normas.
Entonces, ¿qué tal si creamos un nuevo ‘equilibrio’ en favor de los valores y el cumplimiento de nuestras normas sociales? Estoy convencido de que somos suficientes para lograrlo.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/andres-jimenez/