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Esta semana muchas personas esperaron a Gisèle Pelicot a la salida del juzgado y la aplaudieron. En Francia hubo manifestaciones para apoyarla. Se escucha en coro: ¡La vergüenza cambia de bando! ¡No estás sola!
Y uno, ya no en francés, en español, y con una emoción rarísima, también le dice gracias. No estás sola.
No estamos solas.
Es un abrazo colectivo que da esperanza.
Porque también, esta semana, Gisèle dijo: “Tengo la impresión de que la culpable soy yo y que las cincuenta víctimas son quienes están detrás de mí. Desde que llegué a esta sala, me he sentido humillada. Me han llamado alcohólica. Me han dicho ser la cómplice del señor Pelicot. Hay que tener mucha paciencia para soportar lo que he escuchado”.
Lo dijo enojada durante el juicio contra su exesposo (leer más: Adentro hay un campo de ruinas) y otros cincuenta hombres de la que fue víctima. Ella renunció a que su identidad se mantuviera en secreto porque quiere que la vergüenza cambie de bando.
Pero esas palabras suyas, el de sentirse humillada, van mucho más allá: muestran por qué es tan difícil denunciar la violencia sexual. En el caso de Gisèle hay videos, el exesposo confesó, ella no sabía, pensaba que estaba perdiendo la memoria cuando no se acordaba a qué horas había ido a dormir, y se levantaba sintiéndose mal, y aun así, se le cuestiona.
Sigo en X a una periodista que conozco, Diana Carolina Mejía (@baudeleriana), que me ha dado claridades. En un tuit explica que una reportera del juicio Pelicot describe muy bien lo que significa el pacto masculino. Diana Carolina lo traduce: “Cuenta cómo los acusados cada vez son más amigos entre sí, se ríen y bromean juntos. Amenazan y se burlan de periodistas y audiencia. ‘La vergüenza no está todavía de su lado’. Dice que, viéndolos, cuesta imaginar que se trate de los acusados. Se sienten protegidos, invencibles. No hay culpa. Los respalda la alta impunidad en delitos sexuales, la banalización de las violencias sexuales y que la sospecha recaiga en la víctima”.
Así estamos. En un caso mediático, a puertas abiertas, con pruebas.
He seguido el juicio de Gisèle en las noticias. Leo diferentes fuentes para unir las piezas, porque soy consciente de que muchos medios no saben informar sobre estos temas y porque en la traducción (del francés al inglés o al español) se pierden detalles. Soy consciente de mi ignorancia, de lo poco que sé, incluso siendo mujer, sobre la violencia sexual: los conceptos sobre la violación y el consentimiento, por ejemplo, que una sociedad patriarcal me ha enseñado y que no he cuestionado. No lo suficiente. Y soy mujer y soy periodista, y sé tan poco. Y tengo tantas preguntas. Y miedo.
Por supuesto que no es solo este juicio lo que me ha cuestionado: vivo en un mundo en el que una de cada tres mujeres sufre violencia física o sexual desde que es muy joven, según datos de la OMS y ONU Mujeres, y cada vez somos más capaces de hablarlo. Es muy difícil que no haya amigas y personas cercanas que no hayan vivido violencia sexual, y cuando te cuentan, cuando son capaces, eso te mueve tu propia vida: no haberse dado cuenta, no haber ayudado lo suficiente. Mantenerse en silencio.
Esta mañana terminé de leer el libro I choose Elena (Elijo a Elena) de Lucia Osborne-Crowley. Es su historia: cuando tenía quince años un hombre abusó sexualmente de ella, la encerró en un baño, la amenazó con un cuchillo, y casi la mata. Logró huir, fue a su casa y no dijo nada durante años. Trató de seguir como si no hubiera pasado, pero pasó: su cuerpo lo mostró a través de la enfermedad. No pudo seguir entrenando, ella que estaba en el camino de ser gimnasta olímpica. Lucia habla del trauma, de todo lo que ha aprendido, del daño del silencio. Es un libro doloroso, difícil, confrontador.
Dice: “Si nos permitiéramos reconocer la verdad, incluso una pequeña fracción, el castillo de naipes caería. Nos obligaríamos a ver claramente lo que veo ahora: que el abuso ha sido aceptado por tanto tiempo que se ha convertido en una patología. La violencia está en todas partes. La culpabilidad está desenfrenada. El abuso mata. El silencio mata. Que nosotras como mujeres tenemos muy pocas probabilidades de sobrevivir”.
Este libro te cuestiona sobre los mismos temas que el caso de Gisèle. Habla sobre elegir ser influenciadas por la fuerza y la honestidad. Y eso me hace pensar en la importancia de Gisèle: en lo que ella y las mujeres que han podido y han sido capaces de denunciar abren para el resto de las que no pueden gritar. Y le dice a la sociedad, nos dice: necesitamos cambiar una cultura tan peligrosa y tan arraigada. Es obligación.
Diana Carolina escribió en otro tuit: “Sirve para saber que hay una sistematicidad, que es un problema social que requiere acciones públicas, políticas y colectivas para ser corregido. Mucho más de lo que hacemos”.
Este no es el único caso del que hemos sabido. Por traer otros ejemplos, el de las gimnastas olímpicas abusadas sexualmente por el médico Larry Nassar y el de violación grupal en los sanfermines, en España.
En el caso de Pelicot, la defensa está tratando de probar, en diferentes grados, que no todos los acusados sabían que estaban violando a Gisèle, y que ese no saber implicaría que no deberían ser juzgados por el crimen. Gisèle les respondió: “Cuando ves a una mujer absolutamente dormida en su cama, debe haber un momento en el que te preguntes, ¿no hay algo raro aquí? Violación es violación, no importa si son tres minutos o una hora. Es absolutamente abominable”.
Repetir, sin cansarnos: que la vergüenza cambie de bando.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/