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Salomé Beyer

¿Qué importa Estados Unidos?

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Cuando tenía cuatro años empecé a inventarme el inglés después del viaje más deseado a Disney, en el que cualquier niña se muere de la dicha. Especialmente una niña como yo, que no tenía que compartir a los papás con nadie todavía y que era fanática a muerte de las princesas. Empecé a remedar el acento gringo, a imitar como escuchaba que mis familiares pronunciaban las palabras, que para mí no tenían significado alguno. Me acuerdo detalladamente de cuando le pregunté a una niña si quería ser mi amiga en uno de los playgrounds, donde los chiquitos jugábamos entre areneros para ensuciarnos, telarañas para trepar, obstáculos para esquivar. Ella era una niña pelirroja, y luego de intentar buscar fósiles en el arenero juntas más de media hora, pero sin poderle entender ni una sola palabra de la que me había dicho, fui corriendo a donde mi mamá. Le pregunté cómo se decía “¿Quieres ser mi amiga?” en inglés y me fui repitiendo en voz alta su respuesta. “Do you want to be my friend?” Creo que la niña no entendió nada de lo que le dije, pero me dijo que sí con la cabeza, entonces por mi parte quedé más que satisfecha. Todavía encuentro en las libretas que usaba para dibujar en esa época los dibujos que hice de ella, con el pelo pintado usando marcadores rojos.

La idealización de Estados Unidos en el mundo occidental, especialmente en aquellos países “en vía de desarrollo” como Colombia, es innegable. El sueño americano no solo es ir a Estados Unidos, tal vez conseguir la visa de turismo, mejor aún la de estudiante o trabajo. El sueño americano, americano de verdad en el sentido que agrupa a todo el continente americano, es convertirse en Estados Unidos. Y no hace falta mirar muy lejos para darse cuenta. Mientras que supuestamente estamos orgullosos de lo nuestro, de las flores, la historia, el espíritu trabajador y emprendedor colombiano, los caficultores, la biodiversidad, hacemos todo, absolutamente todo, para reemplazar lo nuestro con lo norteño. Copiamos las tendencias, la música se ha infiltrado a más no poder, detallamos más las acciones de las Kardashians que las de nuestro presidente. Preferimos comprar en Starbucks para que nos escriban notas lindas que ir a un café local en donde le compran el café a caficultores de la región. Nos alarma más lo que hizo o no hizo Donald Trump o Joe Biden que lo que han hecho nuestros mandatarios porque a ellos ni siquiera les prestamos atención. O por lo menos no tanta. El ICFES ahora tiene una sección en inglés estadounidense. En genera,l aspiramos a vivir en Estados Unidos, por lo que queremos convertir a nuestra sociedad en su réplica. Pero no he descifrado muy bien qué es eso que añoramos y no tenemos, porque la realidad es que entre más viajo, más abro los ojos ante la gran riqueza colombiana. Créanme, que con Colombia no compite ningún país. O por lo menos ninguno al que haya ido. 

Esta glorificación me preocupa. Estados Unidos no solo es un país que ha ido perdiendo la fuerza de la hegemonía desde que Donald Trump ocupó el puesto presidencial, sino que ha tomado tantos pasos en contra de los derechos humanos de sus ciudadanos, y de los ciudadanos de los países en los cuales interfirió en nombre de la democracia. Llegó al poder un hombre que ha sido acusado por abuso sexual por varias mujeres, y con él también llegó el nombramiento de muchísimos jueces conservadores por todo el país. En la Corte Suprema de Justicia se está debatiendo si les deben arrebatar a las personas con capacidad de gestar su derecho, declarado así por la Organización Mundial de la Salud, de decidir sobre su cuerpo. En lo que va del 2022 van 198 tiroteos. La discriminación racial es tan característica de este país como la misma economía radiante y tan admirada que la esclavitud construyó. No han escrito una constitución nueva desde 1787. El consumismo excesivo, del que todos somos partícipes, ha llevado a que en Estados Unidos se produzcan 250 millones de toneladas de basura cada año, y no se han empezado a ver los resultados de las tan fervientes declaraciones que su presidente de casi 80 años en pro del Acuerdo de París. La democracia que juran defender está fracturada en dos, donde no cabe espacio para movimientos independientes, donde están estancados en el mismo ciclo de escoger el menos peor, cada cuatro años. Es por eso que me preocupa que se idealice un país. A uno como Estados Unidos. 

Comencé a cuestionar por qué me importaba tanto Estados Unidos en la clase de Ciencias Sociales de décimo, cuando por fin nos enseñaron sobre las estructuras gubernamentales de Colombia, nos encomendaron aprender sobre el conflicto armado, nos obligaron a conocer nuestra ciudad a través de un proyecto en el que cada grupo debía recorrer una línea del metro de Medellín. Al ver la riqueza en mi país, en mi ciudad, paré de fantasear con el sueño americano. Y desde eso he alineado mis objetivos con el sueño colombiano. Sueño con comprar más local, ayudarle al campo, aprender a bailar (nunca aprendí, aunque mi mamá me criticara). Con preocuparme más de lo que hace nuestro presidente, estar más atenta de las elecciones propias que de las ajenas. Aunque el poder y la influencia que tiene Estados Unidos sigue siendo impresionante, sueño con priorizar a Colombia en mi mente. La cultura, la música, el arte, la política. Todo lo que  cabe bajo la bandera tricolor, en mi opinión la más hermosa del mundo. 

Cuando empecé a estudiar en un colegio bilingüe, “el mejor colegio de Medellín”, tuve que aprender en dos meses el inglés que habían aprendido mis compañeros en dos años. Leí los libros de Harry Potter en voz alta porque quería eliminar completamente el acento colombiano. Teníamos una clase exclusiva para historia de los Estados Unidos, pero la clase de Ciencias Sociales debía servir también de clase de historia colombiana y de competencias ciudadanas. Las materias eran todas en inglés menos, claro, español. Al día de hoy no puedo nombrar una sola tribu colombiana precolombina, pero puedo acordarme de los nombres de la mayoría de los presidentes de Estados Unidos. Y todo eso me hace preguntar, especialmente al haber abierto un poco los ojos frente al valor de mi tierra, ¿qué importa Estados Unidos? 

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