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Fui a las urnas la primera vez cuando tenía cinco años, acompañada por mis papás. Fue la primera vez que vi los tarjetones, las mesas de votación y tanta gente reunida en el mismo sitio. Aunque me parece impresionante que todavía me acuerde de esto, tiene mucho sentido. Porque ese también fue el día que me explicaron, con mucha paciencia, que vivíamos todos en una democracia y que teníamos el poder de decidir quién queríamos que fuera nuestro presidente, alcalde y gobernador.
No entendía por qué todo el mundo no votaba simplemente por la misma persona. Yo solo tenía en mi memoria a un presidente, y a duras penas entendía lo que eran las elecciones regionales. Pero mi papá me explicó que en una democracia la gente nunca va a pensar lo mismo, porque siempre, para que sea democracia de verdad, tiene que haber un grupo de personas que piensen diferente. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que se podía pensar diferente de los papás.
El ejercicio democrático en mi casa se hacía más que todo en la mesa del comedor. Nos quedábamos mucho tiempo después de haber terminado la comida hablando de lo que sea que fuera el tema del momento. A veces yo hacía las preguntas, a veces las hacían mis papás, y muchas veces nos dábamos cuenta de que no estábamos de acuerdo. Aun así, mi papá eventualmente me empezó a preguntar por quién él debería votar. “El mierdero te va a tocar a ti más rato que a mí,” me dice todavía.
Puede que les parezca que esta columna sale a destiempo, meses después de las elecciones regionales y un año y punta después de las presidenciales. Pero creo que ahí también es donde nos equivocamos. La democracia se construye, no cada cuatro, sino cada día.
He pasado tres años de universidad estudiando Historia y Ciencias políticas, y en mis clases siempre llegamos a la misma conclusión: la democracia es profundamente imperfecta, pero es lo mejorcito que nos hemos inventado. Y aunque Colombia es un ejemplo del ejercicio democrático en comparación a otros países como el Reino Unido, Estados Unidos, El Salvador, Francia, Grecia o España, también nos hemos tenido que enfrentar a un sistema que fue construido, desde un inicio, para ser excluyente. Porque la democracia de nuestro país, que además fue la primera de América Latina, se construyó también para establecer un precedente; cambiar el “rey manda”, por el “estas familias mandan.” Y después de la Guerra fría se convirtió en “estos países nos mandan.”
El presidente de Colombia recientemente denunció que hay una ruptura institucional en el país, lo cual, de acuerdo con él, indica un futuro golpe de Estado; por esto ha invitado a la gente a movilizarse.
Esta ruptura se ha venido construyendo desde incluso antes de la independencia en 1810. ¿O es que no vimos a nuestros amigos y familiares odiar a quienes votaron en blanco o quienes votaron por Petro? ¿O a quienes no lo hicieron? ¿Es que no escuchamos decir a muchas personas en Medellín que no querían la “paz de Santos”? ¿Es que no son las capitales de los departamentos las tierras del desplazado liberal y conservador?
Señor presidente, yo no tengo una maestría en Economía de la Javeriana, ni viajé a Bélgica para estudiar Derechos Humanos, ni estudié un doctorado en la Universidad de Salamanca. No he sido senadora, ni alcaldesa de Bogotá. Y, aun así, entiendo que el rol de un presidente trasciende estar moviendo los dedos a través del teclado de un celular. El rol de un presidente, posición que usted declaró una victoria de la Colombia olvidada, incluye agradecer que hay oposición porque, gracias a quienes nos oponemos a su forma de liderar, usted puede ser mejor.
El mundo no está en contra de usted. Claro, como la hubo con cada otro presidente antes del 2022, hay gente que prefiere que no hubiera asumido el título. Pero lo hizo, y es su trabajo liderar a través del ejemplo, atender las preocupaciones legítimas del pueblo que usted juró proteger, y no ridiculizar la que creo es la democracia más fuerte del continente al convocar protestas en contra de un ente gubernamental que no hace lo que usted quiere. Las pataletas las debimos haber dejado en los pañales.
Mejor dedíquese a explicarnos por qué no vamos a tener los Juegos Panamericanos en Colombia. Dedíquese a explicarnos por qué se ha gastado la plata del pueblo en que su esposa tenga a sus mejores amigas al lado en los viajes oficiales como primera dama, o por qué llegó a la COP a tiempo para hablar con otros mandatarios, pero no a reuniones con su propia gente. O por qué se la pasa tanto tiempo hablando del medio ambiente mientras el país, literalmente, está prendido en llamas y sin plata para los bomberos. ¿Es que le enorgullece más la admiración de Leonardo DiCaprio que la confianza de Colombia?
Agradezca que hay oposición porque sin ella usted no sería presidente, sino dictador. Sírvanos. Porque la descripción de su trabajo no se limita a mandatario, sino que incluye ser trabajador del estado por y para la gente colombiana. Usted está ahí no por un golpe de suerte, no a pesar de la oposición, sino por la gente que votó por usted. Y sus razones habrán tenido, entonces cúmplales.
Además del ejercicio democrático, mis papás también me enseñaron que ninguna explicación por mal comportamiento, ninguna disculpa, lleva un “pero” de apellido. Entonces, lo escucho, porque eso es lo que me permite la democracia. Exigir a quienes trabajan para mí, escuchar sus respuestas, y votar en el 2026 teniendo muy presente lo que usted hizo, y no hizo.
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