Comienzo por aclarar que escribo sobre un tema que me cuesta comprender: el ecosistema del Blockchain y los Cryptos. Y tal vez no es sólo difícil entenderlo para mí, sino para muchos de mi generación. Posiblemente no seré nunca un usuario directo de sus productos, ni lo seremos la mayoría de los que crecimos entre un mundo digital y uno análogo, pero si lo serán otros un poco más arriesgados para quienes no genera temor ese ecosistema, o para algunos un poco más jóvenes que crecieron con él.
Alex Masmej es uno de ellos. Un joven francés de 24 años que sueña con construir una compañía – o protocolo – disruptiva y rentable que ayude a mejorar el mundo. Después de lanzar un par de emprendimientos – o comunidades – y con el objetivo de conseguir recursos para mudarse a Silicon Valley, decidió crear un título financiero – o un token social – respaldado en una persona. En otras palabras, vendió acciones de él mismo. Los compradores de sus tokens reciben a cambio el 15% de sus ingresos de los próximos tres años. En cinco días, Alex consiguió un poco más de 20.000 dólares, suficientes para cumplir su propósito de mudarse a Estados Unidos.
Pero su experimentó no paró ahí. Después del éxito de su emisión de tokens, Alex sigue desarrollando nuevos subproductos. Sus inversionistas reciben reportes de su cuenta de ahorros, pueden acceder a un chat de Telegram con información sobre sus actividades o comprar parte de su tiempo para recibir clases sobre el mundo Crypto. También participan en “controla mi vida”, lo que les permite tomar decisiones sobre su vida privada. Su motivación para hacerlo es simple: hacer partícipes a sus inversionistas sobre decisiones consideradas importantes para su vida. Como resultado del programa “controla mi vida”, Alex debe correr cinco kilómetros diarios. Para sus “dueños”, un cuerpo sano promueve una mente sana y correr era el hábito que más retorno económico podría tener. A la fecha, el activo que representa Alex Masmej tiene una capitalización de mercado cercana a los 330.000 mil dólares.
Parece imposible creer que lo que escribo no es el resumen de un capítulo de la serie de Netflix Black Mirror, sino el resultado de un proceso de transformación cultural y económica profundo hacia un nuevo modelo de propiedad donde los mercados de valores dejan de ser necesarios, y donde es posible invertir directamente en casi cualquier cosa que nos imaginemos: criptomonedas, arte, artistas y celebridades; o en personas como Alex.
Cerca de 46 millones de americanos realizan transacciones a través del ecosistema y se estima que en el resto del mundo pueden ser unos 200 millones de personas. Dejando a un lado la ilegalidad, factores como una clase creativa creciente que a la fecha representa cerca del treinta por ciento de la fuerza laboral de Estados Unidos, sumado a los llamados nómadas digitales que recorren lentamente el planeta mientras trabajan y la falta de confianza que tienen los jóvenes en los líderes de nuestra sociedad siguen fomentando el desarrollo acelerado del criptomundo.
Con los cambios culturales nacen nuevas necesidades y es el ecosistema Crypto el que ha aparecido para atenderlas. Un ecosistema donde el poder parece no estar en los Bezos, Zuckerberg, Gates, Cook o demás, sino en comunidades de millones de usuarios listos para financiarse entre ellos, para comercializar sus productos sin pagar “el peaje” de las plataformas, para diseñar nuevos activos de inversión, para custodiar sus recursos, para no pagar impuestos. ¿Y es que por qué debo pagar impuestos, si no vivo permanentemente en ningún país? ¿Por qué guardo mis ahorros en el banco si sus comisiones son demasiado altas y además le reporta al gobierno mis ingresos?
Siempre pensé que el mundo Crypto era algo del futuro, pero hoy lo siento más presente que nunca. Está aquí, a nuestro lado y es usado por millones de jóvenes en su vida diaria. Hablan de él mis sobrinos y sus amigos. Pregunto por sus particularidades y trato de asimilarlas. Poco a poco he ido comprendiendo las oportunidades que genera y la seguridad que ofrece la descentralización de sus datos. Pero, aun así, no dejo de sentir algo de temor por lo que sucede en él. No me atrevo a visitarlo. Me asusta pensar en la posibilidad de perder algo en él y no tener chance de recuperarlo. También me da miedo su falta de regulación y su anonimato, el cual facilita el lavado de activos, pero, sobre todo, me da miedo pensar que todo lo que lleve ahí pueda quedar reducido a una clave o a una billetera digital que, al fin de cuentas, nunca sabré de quien es.