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Este fin de semana, gracias a la generosidad de la Fundación Grupo Argos, asistí al segundo congreso de Procentrismo. Este centro de pensamiento surgió de forma orgánica como un grupo de WhatsApp, en el que personas entusiastas iniciaron una conversación en torno a los valores democráticos, la razón, la deliberación y la democracia liberal en una era de la infocracia, donde la esfera pública está signada por los algoritmos y la manipulación de las ideas. En momentos de tanto ruido, pugnacidad y crispación, espacios como el que propició este «think tank» fomentan la construcción de democracia desde la contraposición de argumentos, el rigor y el pluralismo.
El núcleo de la conversación fue la búsqueda de estrategias para el desarrollo de Colombia desde las regiones, teniendo en cuenta el enorme potencial de muchos departamentos como despensa agrícola y ganadera, la promoción de la incubación de ecosistemas de innovación en tecnología como motor y la creación de empresas y competitividad como pilares de una sana economía de mercado. La autonomía de las regiones está hoy marcando la agenda en el país, parece el reclamo justo de comunidades enteras que no encuentran respuesta en un modelo fiscal obsoleto.
La idea de desarrollo debe cambiar de paradigma; hoy impera uno en exceso centralista que opta por la transferencia de recursos del sector central a los departamentos y municipios y niega el enorme potencial que está en la pujanza de las regiones. Explorar vías para la descentralización es uno de los retos que a mediano plazo más esfuerzos institucionales debe articular.
La descentralización es el camino para empoderar a las entidades territoriales, que hoy padecen de una dependencia patológica del gobierno nacional, asfixiando las oportunidades de crecimiento y desarrollo, truncando la movilidad social y forzando a las autoridades de esos lugares casi a mendigar recursos para la implementación de proyectos estratégicos. Lo primero que se requiere para transitar a un modelo donde el poder de gestión, planeación y ejecución esté en cabeza de las autoridades territoriales, que son las que tienen los insumos para priorizar de forma correcta la destinación, es voluntad política para asumir la discusión de concesiones, para redistribuir un poder altamente concentrado en Bogotá. Esto, en ningún caso, es una idea secesionista, pues apela fundamentalmente al principio de solidaridad para nivelar la cancha, para que haya equidad entre departamentos para la generación de riqueza.
También hubo lugar para preguntarse por el futuro de la democracia en tiempos donde los populismos de extrema izquierda y extrema derecha se erigen como una amenaza al sistema político de la libertad, igualdad y fraternidad. A la deriva autoritaria en ciernes, que debilita a través de discursos populistas a las instituciones y siembra la desconfianza en los ciudadanos, es necesario responder con decencia y coraje.
Cuando los extremos que amenazan los derechos colectivos o las libertades individuales, se deben sentar posiciones firmes en defensa de estos y para ello es fundamental que las ideas para afrontar los desafíos que aquejan a los ciudadanos y que requieren de una respuesta oficial y una política pública enfocada en atenderlos trascienda de esa torpe concepción lineal del espectro político en la que se enfrentan izquierdas y derechas. Hoy la coyuntura nos obliga a tomar partido por la democracia o la no-democracia. Para quienes creemos en la democracia como el mejor de los sistemas políticos, el centro es el lugar para encontrarnos.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/