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“La revolución es solidaria, austera y sencilla” algo así decía un letrero que vi en el taxi en el trayecto desde el aeropuerto José Martí hasta la Habana Vieja. La firmaba Fidel. Son solo palabras: la pobreza es la perversión de la sencillez y la desigualdad la antítesis de la solidaridad.

La Habana es una ciudad que agoniza. Algunas zonas resisten a la decadencia, ahí es donde los turistas nos tomamos las fotos para Instagram, nos movemos torpemente al ritmo de las tres canciones que todos los grupos interpretan hasta el cansancio y nos evadimos en los bares tomando ron. Un mojito, un daiquiri, toda la botella. Calle adentro la música es otra: “mi mamá tiene 90 años. Yo gano 1500 pesos al mes y ella recibe 1000. Un litro de leche vale 200. Les pido plata a los turistas para poder vivir. Si no consigo más dinero paso hambre”. Una tarde pagamos 7000 pesos por un almuerzo para dos personas. Si quien pedía decía la verdad  en menos de una hora gastamos más de cuatro veces lo su ingreso mensual.

Este año pinta mal para la isla y, a pesar de que quienes fueron capturados en las protestas de 2021 enfrentan condenas de entre 15 y 20 años de prisión, otra vez los cubanos, los que no aparecen en las fotos de las vacaciones, ni acuden a licencias poéticas para hablar con los extranjeros de cómo es vivir en la isla, salen a la calle. Ante los frecuentes apagones y la escasez piden corriente y comida. El gobierno responde enviando azúcar, arroz y soldados. Responde diciendo que lo que pasa es culpa de “políticos mediocres y terroristas” del sur de la Florida. Que lo que pasa es responsabilidad de Estados Unidos. Y tiene algo de razón: no se puede negar que el infame bloqueo impuesto sobre la isla está en la raíz del problema, que la mezquindad con la que Estados Unidos aplasta cualquier forma alternativa a su modelo de desarrollo es leña para el fuego en el que arde Cuba, que la agresiva política exterior de Trump, la tibieza de Biden y la pandemia precipitaron las situaciones de las que hoy se queja el pueblo cubano.

Pero tan dañino como el exceso voraz y obeso de la política neoliberal que se impone al norte del Estrecho de la Florida es el hambre física y espiritual que adelgaza las ganas de vivir y de resistir que se impone por la fuerza al sur. La salida para Cuba no puede estar en la instalación del libre mercado y la añoranza del periodo prerrevolucionario, tampoco puede estar en la indulgencia frente a un régimen autoritario cuyas élites no parecen interesadas en el bienestar de la ciudadanía. 

A pesar de haber sido el escenario del drama político mundial de la segunda mitad del siglo XX, quiero pensar en Cuba y en su futuro con otros relatos. No es un pulso más entre el Estado y el Mercado lo que va a permitir resolver la precariedad de las personas que viven en la isla. Tampoco lo que va a permitirnos crear formas de organización más justas en el resto del continente. Los bellísimos paisajes de las carreteras cubanas alimentaron una fantasía de economías circulares, soberanía alimentaria y armonía con la naturaleza que cultivo en mi imaginación también para Colombia. Una revolución planetaria que ponga la vida en el centro, una reforma agraria que le devuelva la tierra a la Tierra. Otra utopía.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valeria-mira/

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