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Ponga de su parte mamá o se le muere este niño

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Esta no es mi historia, pero es la de una amiga muy cercana, quien muy amablemente me permitió usarla para fines ilustrativos, para intentar poner en palabras el dolor, no solo físico, de una mamá cuando su proceso de parto es traumático.

Con un trabajo de parto en curso, contracciones y dolores profundos, a eso de las 5 de la tarde de un 24 de diciembre, Ana decide acudir a la clínica que había escogido previamente para tener su bebé. Los dolores no cesaban y en cambio cada vez eran más profundos.

Apenas una hora después y cuando los dolores ya eran insoportables, la pasan a una sala adecuada para el cuidado de las maternas. Su dilatación era la suficiente para ser ingresada, al parecer todo iba por el camino correcto. Cuando Ana llegó, la sala estaba vacía, pero el tiempo y la espera fueron pasando y poco a poco la sala se fue llenando. Ana veía cómo empezaban a subir a todas las mamás una por una, pero ella seguía esperando.

En la espera, el personal médico se le acercaba, la revisaba y le ponía medicamentos que ella desconocía. Una de esas veces ella pregunta que es lo que le ponen y le contestan “oxitocina”. Ana manifiesta de manera clara que no desea ese medicamento, pero la enfermera le dice que es lo que indicó el médico, que se lo tiene que poner porque si no “nunca va a salir de esta clínica”. Y así, sin más, se la pusieron.

Cuando ya no quedaba ninguna otra en la sala, más o menos a las 10 de la noche y con unos dolores insoportables, por fin la subieron a la sala de parto. Allí le pusieron la anestesia epidural, y los dolores desaparecieron. Al poco tiempo aparece otra enfermera y le pone mucho más medicamento. Ana pregunta qué le están poniendo y le dicen “más epidural”, ella explica que no lo necesita, que tiene el efecto en su cuerpo, y la enfermera, ignorando sus deseos nuevamente, le dice que es indicación médica y que se la tiene que poner. “Usted verá mamá, yo le tengo que poner esto porque si no se mueren o usted o el bebé y es culpa suya”.

Ana empezó a sentir corrientazos que le pasaban por todo su cuerpo y después perdió la posibilidad de moverse. Así, de un momento a otro y después de recibir toda la anestesia que ella no solicitó, se quedó completamente inmóvil y sin sentir ninguna parte de su cuerpo. También dejó de dilatar, se le bajó la presión y la frecuencia cardiaca del bebé, lo que activó los monitores y llamó la atención del personal de la salud presente. “Mamá voltéese” le ordenaban, pero Ana no sentía ni un milímetro de su cuerpo, era imposible.

Entre varios enfermeros la volteaban, la masajeaban, la movían. Ella empezó a sentir que perdía la conciencia, y lo único que sentía era una profunda molestia e incomodidad de cómo estaba siendo tratada, movida y tocada.

“Mamá, ayúdese que si no va a hacer que pierda su bebé”. Esa frase se le quedó marcada, y ella que no podía moverse empezó a entrar en un estado de pánico. Podría perder su bebé y era únicamente su culpa, el médico se lo había dicho.

En medio de ese estado, el personal de la salud presente se fue para un consultorio cercano a cantarle el cumpleaños a alguno de sus compañeros y muy tranquilamente departieron y comieron torta mientras Ana pensaba que su bebé se estaba muriendo, que era su culpa y que ella no podría hacer nada para salvarlo porque ni siquiera se podía mover.

Pasaron 14 horas desde que la subieron hasta el parto, que por supuesto terminó en cesárea; Ana no las recuerda todas. Cada vez que recuperaba un poco su ser, le pedía a los médicos que por favor no la medicaran más, pero volvía y perdía el sentido. Recuerda que la movían de manera brusca, que le masajeaban la barriga haciéndole mucha presión, y recuerda frases que la siguen marcando como “ponga de su parte o se le muere este niño”. Aún hoy, cuando Ana cuenta la historia, se le corta la voz y recuerda el día del nacimiento de su primer hijo con mucho dolor y no con la felicidad que esperaba recordarlo.

Es posible, ella no lo sabe, que todo ese medicamento fuera necesario, pero ni a ella ni a su acompañante les explicaron nunca qué pasaba. Ella aún no sabe por qué no se podía mover y si lo que pasó fue normal o no. Sintió que nadie la escuchó y que la cantidad de mujeres que entraban y el ajetreo propio de la clínica se robaban la atención que ella necesitaba.

La violencia obstétrica es real y se entiende cuando se ha sido víctima de la misma. Afecta directamente la salud mental de la madre y por consiguiente afecta el desarrollo físico, cognitivo y emocional del recién nacido. Nacer y parir dignamente es nuestro derecho y ningún parto tendría que estar atravesado por la violencia o el trato denigrante. Ya bien lo decía Michel Odent: “si queremos cambiar la forma en que vivimos, tenemos que cambiar la firma en que nacemos”.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/manuela-restrepo/

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