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Poesía viva

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Corro estos días de descanso en mi lugar junto al agua, en ese caminito del que escribo a veces y que hoy está lleno de flores rojas y blancas abiertas, como listas para abrazar el paisaje, la vida, a mí que corro junto a ellas y las abrazo con los ojos porque me impulsan y me dicen que sí, que siga corriendo. En el último episodio del podcast Universo No Apto conversé con Mariana Matija sobre su libro Niñapájaroglaciar, en el que escribe que desde que nació empezó a acumular en su cuerpo todo lo que siente que le duele a la tierra, todo el dolor del mundo, y que empezó a amar mucho todo. Estas mañanas corro y pienso en eso, contemplo las flores exuberantes y siento que su belleza casi duele, la conciencia de lo efímero, acariciar los segundos que les quedan a esos pétalos abiertos que hace unos días eran botones abrazados a sí mismos, y empezar a despedirme cuando los bordes muestren las primeras arrugas, cuando surja alguna mancha marrón. Como cuando uno se aleja de un lugar en el que fue feliz y empieza a volverse borroso.

Habrá quien pase por el caminito sin conciencia de su paso ni de la presencia de todo eso que estalla alrededor. Habrá quien ni siquiera vea las flores, anclado a su teléfono, o quien las vea y no sepa que llevan dentro la herida de todas las raíces del mundo: que han sido aturdidas por los alaridos de la motosierra y por el llanto de Gaza y de Ucrania y de Sudán, que atraviesan el firmamento; que sus pétalos han acariciado las cenizas de todos los incendios y han sido cama para abejas y mariposas envenenadas. Hablábamos con Mariana de que lo natural es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea, por las distintas formas de vida, ser sensibles a eso, que nos duela porque lo amamos. Y que lo anormal es lo otro, esa anestesia colectiva que caracteriza a esta civilización, el paradigma dominante hoy. Y concluíamos que el dolor que sentimos al ser muy conscientes, al oír los distintos lenguajes de esas otras vidas que nos son iguales en el sentido en que cada una tiene su propia experiencia subjetiva del mundo, al abrir profundamente la mirada para fundirnos con esas vidas, para llenarnos de ese paisaje y seguir amando mucho todo, vale la pena, pues al final gana la belleza, aunque sea una lucha permanente, aunque haya que buscar conscientemente esa belleza para no desplomarnos por el agujero del dolor.

Decía una mujer en una película, tras sobrevivir a una pesadilla escalando una montaña, que aun en la tormenta el universo aparecía como una tormenta infinita de belleza.

Creo que cada una de esas vidas sola, cada flor roja y blanca que me acompaña a correr, es descomunal. Pero todas esas vidas juntas, ese camino particular junto al agua y entre heliconias y orquídeas cymbidium y pájaros que atraviesan cantando y guayacanes y sietecueros, entre todas las raíces que no vemos y los hongos y las abejas y las mariposas, eso ya es alucinante, es la magia gritando vida y gritando belleza y gritando sigue corriendo aunque a veces falte el aire.

No verlo, no sentirlo, es estar en parte muerto. Tenerlo agarrado del estómago es, en cambio, la definición viva de poesía, porque qué es poesía sino belleza desgarrada.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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