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Carmen Mendivil

Poderosa fuerza colectiva

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"La lucha por los derechos igualitarios y la libertad de decisión de las mujeres ha sido la más pacífica de toda la historia, pero no ha sido fácil."

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Me prometí escribir estas columnas con un sentido anacrónico, sin fecha de vencimiento. Así trato de acompañar algunas situaciones que como mujer y ciudadana interpreto y vivo, unas veces incluso con un fin terapéutico, otras veces como una forma de encontrarme con mis similares y contradictores.

Pero esta vez hago una excepción y me pongo de tú a tú con la noticia, con la coyuntura, porque no puede pasar desapercibida. Esta es una declaración a la poderosa fuerza colectiva que ha llevado a un acto histórico en el país y es que por primera vez se despenaliza el aborto en Colombia.

Más allá del júbilo para algunas que sabemos las muchas dificultades y barreras que tienen las mujeres cuando se enfrentan a la difícil decisión de interrumpir su embarazo, lo importante aquí es entender el poder de la fuerza colectiva para ajustar las piezas que han quedado por fuera, en el reordenamiento social que supone la desafiante inclusión de las mujeres al espacio productivo y de liderazgo económico, político y social. Detrás de todo esto este proceso, hay una reflexión histórica (mas no histérica) sobre los factores de privilegio y exclusión de las mujeres en razón de sus condiciones étnicas, de clase o territoriales para ejercer sus derechos sexuales y reproductivos, y además sobre la viciada valoración del mundo médico (masculinizado) frente al cuerpo de las mujeres.

No faltarán las voces en contra de la decisión de la Corte, en especial desde quienes se han empeñado en reducir la reflexión a una confrontación de extremos pro-vida y “asesinas pro-aborto”. También se esperarán aquellas afirmaciones de quienes se atrevan a insinuar predicciones sobre las muchas formas en que esta decisión desencadenará fatales desenlaces. Pero las que realmente hablarán serán las historias de las mujeres, las que cargadas de miedo e incluso rabia, habrán superado sus propias convicciones para elegirse, tal vez por primera vez, a ellas primero.

Por nuestra parte, frente a estos que consideramos logros en los derechos sexuales y reproductivos hechos por otras, tenemos la licencia sin descaro de sumamos a las luchas que se van ganando aquí y en otras latitudes, pero, sobre todo, los que vienen sumando desde siglos, años y décadas atrás.

Es esa fuerza colectiva que ha venido empujando poco a poco, desde las resistencias en la alcoba y la cocina, o por no reírse del chiste sexista en la oficina; las que aportan desde la marcha cada 8 de marzo en la calle; las que generan investigaciones para documentar y entender los fenómenos sociales desde la academia; desde el grupo organizado en el barrio, hasta las que van a la Corte y al congreso a demandar cambios en las leyes, para garantizar el ejercicio de una ciudadanía plena para las mujeres en todo su ciclo de vida.

La lucha por los derechos igualitarios y la libertad de decisión de las mujeres ha sido la más pacífica de toda la historia, pero no ha sido fácil. Ya nos conocemos el camino espinoso de memoria, por los avisos que nos han ido dejando quienes nos antecedieron. Aprendimos a seguir preparando el camino e ir dejando los rastros para quienes vienen delante, todo gracias a la poderosa fuerza colectiva que impulsa los cambios para que en este país quepamos todos y todas.

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