Hay ensayos completos haciéndole elogio al esfuerzo, a la dificultad, hemos perpetuado la idea de que entre más complicado y más empuje tengamos para superar las arduas circunstancias, más nos merecemos el premio.
Creemos que limitarnos, censurarnos, moderarnos, estrechar y estresar los deseos, los gustos, las actividades o el amor, nos hará mujeres y hombres con mayor virtud como decían los estoicos.
¿De dónde sale esta creencia esta idea escasa y cansada de la existencia? ¿Por qué creemos que lo difícil tiene más valor o que ser bien verraco es valeroso?
Las creencias moldean nuestras conexiones neuronales, crean sinapsis entre las neuronas y de tanto repetirlas abren surcos cerebrales por lo cuales transitamos ya sin mucho esfuerzo, entre ellos. Ante un estimulo X nuestro cerebro ya sabe cuál es la respuesta, de tanto aleccionarlo él ya responde automáticamente. Esas respuestas mandan órdenes al resto del cuerpo, a nuestros sistemas nervioso, sanguíneo, digestivo. Con ello percibimos el mundo y le respondemos con movimientos producto de esas automatizaciones, de nuestro propio algoritmo.
Creer entonces que la dificultad es buena y que sólo así merecemos, es una orden que le damos a nuestro cerebro. Que buscará entonces dificultadas para poder premiarse luego de superarla.
Nos dará placer encontrar límites que podamos traspasar, obstáculos que podamos sortear, buscaremos incesantemente cómo esforzarnos, porque nos hemos dicho que eso tiene mucho valor.
¿Qué tal que esa fuera una creencia limitante en sí misma? La naturaleza de este tipo de creencias es que nos obnubila ante otras posibilidades, nos estrecha la expansión de visiones, nos bloquea la posibilidad de ampliar la mirada hasta creer incluso que es una verdad, porque buscamos reafirmarla constantemente viviendo experiencias que la confirmen, que nos resalte aquello que imaginamos cierto.
Sería interesante explorar si aquello de la dificultad es simplemente uno de esos límites mentales. Podríamos experimentar con algo distinto y estar atentos a los resultados. Tal vez podemos empezar a pensar que las cosas son fáciles, que la vida es simple, que ya somos merecedores de la dicha y el gozo. Que el trabajo es sencillo, que la relaciones son fluidas, que aprender es deliciosamente natural.
Sé cómo debe sonar esto a unas mentes que no han sido entrenadas en la simpleza, esas sinapsis deben estar haciendo corto circuito al leer o escuchar semejante oposición cognitiva.
Realmente nos tendríamos que repetir demasiadas veces al día esta idea para empezar a creerla, porque nos lleva ventaja la idea contraria, años y años de “al que madruga dios le ayuda”, miles de veces que hemos leído, escuchado y dicho que “ese esfuerzo vale la pena” qué tal si empezáramos por no querer la pena. Si pudiéramos desear profundamente que lo que hagamos valga la dicha, valga la vida.
Podríamos llevar esa nueva idea a todas las dimensiones de nuestra existencia, la forma como trabajamos, por ejemplo. Qué tal dejar de decir que “nos ganamos la vida” porque realmente ganada ya la tenemos, o ¿cómo se pierde? Que delicia poder decir que el trabajo fluye sin mayores esfuerzos, que las ideas se materializan con gracia.
Podríamos empezar por buscar parejas que nos ensanchen la vida, no “esposos”, ni “no-vios”, porque nos arrebatamos la libertad y la vista solo en esas palabras.
Es que solo decir “te amo” ya le pone amos a la vida, grilletes a las manos y con ello invitamos a las dificultades.
Qué tal decir te cielo, te siento, te mar, te rio, te agradezco, en fin, todo lo que sea más grande, más ancho, más amplio. Decir “qué fácil es estar contigo” sería una maravillosa expresión de cariño o “qué sencillo se siente estar a tu lado”.
No imagino un colibrí pensando qué difícil es tomar el néctar de las flores, “debo esforzarme más”, ni una hoja pensando que complicado es tomar agua de la tierra o hacer fotosíntesis con el sol.
Tal vez la vida es más simple de lo que pensamos, más vaporosa, más fluida, tal vez solo creímos que era difícil porque nos lo repetimos hasta el cansancio. Tender la mano es simple, nos sale de dentro instintivamente y solo nuestras mentes atajan el impulso.
Entrar en trance es hacer lo que amamos con tanta facilidad y por eso le llaman MAESTRIA. Tal vez lo que es difícil es hacer aquello para lo que no fuimos creados y por eso la necesidad de elogiar el esfuerzo, tarea titánica ser infeliz todo el tiempo.
Estudiamos tanto para hacer un poco menos difícil eso que no nos interesa. Pero si cada uno se dedicara a su talento más natural creo que las universidades se quedarían sin alumnos, nadie tiene que esforzarse por entregarse a su don, que todos lo tenemos, aunque no lo hayamos encontrado. Y cómo hacerlo si estamos ocupados estrechándonos en oficios, tareas y menesteres que no se parecen a nuestras almas y talentos grandes.
A mí ya no me hace mucho sentido la dificultad, claro que en ella se aprende, pero ¿acaso esta vida es una trampa? quién dijo que vinimos a aleccionarnos a los golpes, tal vez estar aquí es un gozo que nos estamos perdiendo. Podríamos bailar más, tener más tiempo para ver las estrellas, disfrutar sin prisa de un almuerzo con buenas compañías, escribir poesía no en los tiempos libres, sino en libertad, dedicarnos a las matemáticas por el simple hecho de tratar de encontrar la respuesta numérica de la divinidad, experimentar la química del universo para descubrir sus misterios, gozar cultivando la tierra y cosechando sus alimentos, reír en la tarea creativa de imaginar ciudades completas, en fin, qué tal disfrutar la facilidad con la que se puede manifestar el mundo.
Escuchaba estos días que podemos escoger entre ser piedra o ser pluma, cuando somos piedras, hacemos tanta fuerza que si nos arrojan al rio, nos hundimos, pero si por el contrario somos pluma, fluimos de tal forma que aun en un turbulento río, podemos navegar con gracia, simpleza y sencillez.