Petro y las patentes del mal

Petro y las patentes del mal

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Los colombianos, y en los antioqueños este rasgo está muy acentuado, solemos ser mesiánicos y hasta caudillistas en la política. Lo hacemos tanto en positivo como en negativo: para afirmar y exaltar o para descalificar y satanizar al gobernante de turno.

Sobredimensionamos sus posibilidades de hacer el bien o el mal, como si la ley, los poderes y contrapesos políticos, y la misma fuerza de los hechos (desastres naturales, limitaciones presupuestales o una pandemia, por ejemplo) no fueran serios obstáculos que les han impedido hacer lo que quisieran para ellos y para su jurisdicción.

La derecha local, por ejemplo, creyó que todos los males de Medellín se solucionaban con la salida de Quintero y la llegada de un Fico remasterizado. Casi nada o nada se ha solucionado, estructuralmente, porque, más allá de las limitaciones de este alcalde, hay dinámicas que lo desbordan. Pero como es el representante del bien y de “la gente de bien”, creemos, creímos y hasta volveríamos a creer, que, religiosamente, y por obra de gracia o por decreto publicado en Twitter (X) sí estamos mejor.  

Por demás, como humanos, exageramos la capacidad y el interés que tienen nuestros opositores de hacernos el mal, pero en la política, con los gobernantes y en algunas latitudes en especial, llevamos esta condición humana a límites disfuncionales para las mismas sociedades: a polarizar hasta paralizar.

En la actualidad, con Petro, nos hemos vuelto patéticos en este sentido. Algunos, sin mayor reflexión dices cosas como estas “este tipo está empeñado en acabar con todo lo bueno que hay el país, para eso se montó allá”. Por favor, obvio que hay gobernantes que solo piensan en los intereses de quienes los apoyaron y, algunos, casi que apenas en los suyos, pero creer que su interés principal en ser presidente es destruir un país, eso solo cabe en mentes fanáticas, irreflexivas o tan perversas como la del que señalan de eso: “el que las hace, se las sabe” dice el adagio popular. Yo no creo eso de Petro, como tampoco lo creo de un Uribe, de un Milei o de un Trump.   

Lo que más me llama la atención, sin embargo, es que le atribuyen a Petro el origen de casi todos los principales males de nuestro país como la inequidad, la corrupción, la polarización, el desempleo, la inseguridad, la violencia, entre otros. Electo y aún sin posicionarse, ya le endosaban muchos de esos flagelos, como la devaluación, augurándole que, indefectiblemente, el dólar sobrepasaría la barrea de los $10.000 en su primer año de gobierno.  

Algunos de esos pronósticos por supuesto que se cumplieron: o porque eran previsibles con Petro, o porque eran tendencias mundiales que impactaban en Colombia, o, algunos, que no se reconoce, porque fueron profecías autorrealizadoras, como que la gente se iba a ir del país, y efectivamente se fueron, aún sin haberse cumplido objetivamente nada de lo que decían, como en el cuento de García Márquez, Algo grave va a suceder en este pueblo. Y, aquí, con este Petro. Los que acertaron, por razón o por azar, celebran su profecía, con la mezquindad del que prefiere que comamos mierda con tal de tener la razón.

Es cierto que Petro prometió el cambio, y que más allá de algunas buenas intenciones, poco se ha visto. Su capacidad de ejecución y la de su equipo de gobierno ha sido muy limitada y contraria en muchos casos a los que prometió, manteniendo y ahondando algunos de los flagelos que nos azotan, y mejorando también otros, aunque muy pocos se lo reconozcan.

Que hay factores externos, nacionales o internacionales que le han impedido hacerlo, es cierto; que la oposición y el establecimiento no lo han dejado hacer otros cambios necesarios, también es verdad; pero que lo que ha hecho, dentro de lo que le ha sido posible hacer, es mucho menos de lo que prometió, eso también es innegable, por más de que los petristas se empeñen en que es solo por las razones anteriores. ¿Otra religión? Ha habido ingenuidad, negligencia, incapacidad y otras carencias y contradicciones de Petro y su gobierno, que, a la luz de los hechos y resultados, son indefendibles.

Lo que sí es defendible, y es mi punto de discusión, es que prácticamente ninguno de esos males empezó con Petro, empezando por la incoherencia entre lo dicho y hecho. A todos les presidentes que me han tocado desde que tengo uso de razón política, les ha pasado lo mismo, sin muchas diferencias de grado. Uribe prometió meritocracia en el servició público y pronto le demostraron que, nada menos que el apetecido servicio diplomático, estaba lleno de favores y concesiones a sus amigotes, empezando por el indolente difundo Fabio Echeverri, famoso, entre otras cosas, por cacarear la cínica, descarnada y paradójica frase de “A la economía le va bien, al país le va mal”.  

Y para no ir muy lejos, y tocar el perverso asunto de la corrupción, seguido se lo agencian y ponen cómo ejemplos a Armando Benedetti y Roy Barreras, compadre de Uribe, que es padrino de uno de sus hijos. ¿Se nos olvidó en dónde florecieron políticamente y que defendieron el gobierno de Uribe a más no poder? O, ¿los “corruptos” y los “exguerrilleros”, incluso del M-19, son “malos” cuando están con Petro y buenos cuando están con Uribe, como pasó con Everth Bustamante, Rosenberg Pabón y hasta Angelino Garzón? La corrupción y la incoherencia tan enraizadas en la política colombiana no necesariamente nacieron con Petro, ni tampoco con Uribe, o con cualquier otro de sus antecesores. Obviamente, algunos de todos esos males. han “nacido” o acentuado con o por algún gobernante en particular. ¿Quiénes, cuáles y cuándo? La historia lo va dictaminando. Desearía que a los que les falla la memoria, no les falte el juicio para entender algo tan simple como que dos siglos de gobiernos de derecha no se han tirado a la borda en apenas dos años y medio de gobierno de izquierda. Esta cloaca lleva décadas hediendo, y si nuestros males se patentaran, Petro difícilmente tendría una patente propia.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/

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