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Petro: entre el orangután con sacoleva o la segunda oportunidad

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A mitad del siglo XX, Don Darío Echandía, que era conocido como la “conciencia jurídica de la nación”, decía que la democracia colombiana era un orangután con sacoleva. Más de medio siglo después estamos ante un escenario que el señor Echandía jamás hubiera imaginado, aun con lo liberal y de avanzada que era su visión del mundo: que un político de izquierda, exguerrillero y que toda su vida política la hizo desde la oposición, es el nuevo presidente de Colombia.  Después de esa mitad del siglo XX la historia colombiana ha seguido escribiéndose, pero la frase parece no cambiar. Los escenarios políticos, culturales, económicos y sociales son muy diferentes: la violencia llegó a niveles injustificables, inimaginados e inenarrables, la posverdad ha construido visiones del mundo a la medida de cada quien, los derechos se exigen como ganancias irrenunciables, la economía de mercado ha colmado las esferas de lo posible y las narrativas instaladas han construido un imaginario de nación que han puesto en orillas distantes a quienes habitamos este territorio.

Gustavo Petro asume el gobierno de un país complejo, convulso, diverso, emergente, polarizado y enigmático. Todas esas condiciones, hacen que los retos que habitualmente tiene un nuevo mandatario sean mayores, que las responsabilidades que se le endilgan sean superiores a las de las posibilidades de su encargo y que las exigencias sean precisas y urgentes. El presidente Petro tiene entre manos una delicada tarea que va más allá de gobernar al país, y que me atrevo a esbozar así:

  • Convocar. Más allá de las mayorías necesarias para aprobar reformas o proponer nuevas leyes, el presidente debe promover una conversación para construir una agenda con amplia participación, no sólo de políticos, sino que incluya a los ciudadanos, académicos, líderes sociales, empresarios, gremios y a los saberes populares y comunitarios. No bastan talleres participativos para la construcción del plan de desarrollo; debe ser una agenda amplia, diversa, conjunta y polifónica.
  • Concertar. Su llamado a un gran Acuerdo Nacional implica reconocer que ganó con un porcentaje mayor al esperado pero no con un margen amplio de manionbra que le permita convocar a una revolución. Históricamente este país ha sido gobernado por una clase política élite y el nuevo presidente está llamado a responder a quienes le han elegido desde las periferias y a quienes le exigirán con vehemencia desde los medios de comunicación, muchos contrarios y virulentos. Concertar implica escuchar.
  • Construir. La retórica tendrá que ir acompañada de la acción por los múltiples escenarios que tiene pendientes el país: la reactivación pospandemia, la recesión económica, la crisis del petroleo, las relaciones con Venezuela y el resto del vecindario, la implementación de los Acuerdos de Paz así como las promesas grandilocuentes de la campaña. Los resultados implicarán precisión y contundencia.
  • Concretar. No podrá tener contentos a todos los actores y por tanto no podrá dejarse poner límites ni ponerle precio a nadie. Con un solo partido en oposición, un nuevo relato en ciernes circulando desde la publicación del informe de la Comisión de la Verdad (doloroso, preciso y necesario) y con los brazos abiertos de la comunidad internacional, será preciso resolver problemas en tiempo record y con precisión casi milimética.
  • Concluir. Ser consciente que el proyecto de gobierno tiene una duración en el tiempo y el espacio. No porque yo sea de los que cree que se va a eternizar en el poder, sino porque la ambición termina por romper el saco y este país tiene una larga lista de pendientes que no podrán ser resueltos todos de una vez. Además, en América Latina los ciclos o mareas ideológicos tienden a moverse pendularmente. La luna de miel de la izquierda en Colombia es prometedora pero también es incierta y azarosa.

Yo voté por Gustavo Petro en ambas rondas electorales. Espero que su gobierno lo pueda hacer bien y quiero participar en el Acuerdo Nacional desde mi ser y posibilidades. Creo que tiene en sus manos la opción sensata de comprobar que la democracia colombiana es más que un orangután con sacoleva y que, como aspiraba García Márquez, este momento es “una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”; o por lo menos poner las bases para que así sea.

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