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Sobre la intervención del Presidente Gustavo Petro ante la 77° Asamblea General de la ONU el 20 de septiembre de 2022 es mucho lo que puede decirse desde lo simbólico y lo político, reconociendo que es un discurso con muchas implicaciones nacionales, pero más en el escenario de política internacional, en el que el nuevo gobierno quiere dejar su impronta.

Lo más relevante de este hecho es que, nuevamente, Petro gana en el manejo de la agenda interna; estamos concentrados en el análisis de su discurso y en el eco que genera, en debatir sobre los pormenores de sus mensajes y apuestas, en desentrañar su contenido. Petro hizo de una cita normal en la agenda internacional de un gobernante, un suceso de política nacional y, en lo internacional, estableció una posición con una voz fuerte, disonante para algunos, pero que no pasa desapercibida; un mérito poco frecuente para los mandatarios colombianos.

Quiero arrancar por lo que que considero fueron los puntos más fuertes de su discurso. En primer lugar, la postura altiva y el tono para enfatizar el fracaso de la guerra contra las drogas, desde la lucha contra la producción, reclamando nuevos enfoques y énfasis, es un llamado político necesario, que no es novedoso, pero no por eso es menos relevante al venir del presidente en ejercicio.

Otro acierto fue el buen tono para señalar el fracaso de la acción climática y convocar la integración latinoamericana en el propósito de la protección de la biodiversidad, en especial en la amazonía. Esto conecta la agenda del país con la mirada más amplia por la conservación ambiental y el cambio climático, que sin duda es una preocupación planetaria cada vez más relevante. Incluso, si solo se lograran generar ciertas iniciativas de acción conjunta de países de la región sobre este tema, Petro ganará mucho en visibilidad y reconocimiento con los países vecinos que, se intuye, es su interés.

Finalmente, en cuanto a aciertos, fue muy satisfactorio escuchar el reconocimiento de la violencia como un problema central de la agenda del país. Esto a veces nos parece algo dado, pero no lo es, pues muchas veces, en política internacional, escondemos que esto sigue siendo relevante, adentro y afuera. Esto se conecta con un posicionamiento de la vida como un ideal, una aspiración política superior, con lo cual estoy de acuerdo, sabiendo que la manera de concretar eso para este gobierno comienza a ser relevante en ejecutorias reales y no solo en titulares.

El otro lado del análisis es el que tiene que ver con los puntos más débiles o que considero no fueron atinados. El primero es que el diagnóstico sobre la destrucción de la selva a propósito de la persecución de la planta de coca es reducido, la deforestación amazónica tiene razones más fuertes (la expansión de la frontera agrícola, por ejemplo) y no es necesariamente en la Amazonía colombiana, al menos no solo en esa parte del territorio, donde se concentra la producción de coca y los cultivos.

En la misma línea del tema de las drogas, creo que es anacrónico señalar la utilización de glifosato como una explicación del deterioro ambiental, al menos con el protagonismo que el Presidente lo hizo. Acá es importante señalar que el gobierno actual decidió no retornar a ese método y que el glifosato en el país no se utiliza como forma de erradicación de aspersión masiva por lo menos desde hace 7 años.

El segundo punto que me plantea cuestionamientos del discurso del Presidente Petro es el de situar la discusión sobre la cocaína a partir de la comparación de cuál es más venenosa si se la mira contra el carbón y el petróleo. Hay varios motivos por los que esa comparación es absolutamente insostenible: la naturaleza ilegal del producto mismo, la criminalización de la cadena de producción y la generación de economías ilegales. Creo que no es por la vía de decir que hay sustancias iguales o peores de malas que se llegará al destino de la despenalización de la droga, con el que estoy totalmente de acuerdo.

Y justamente en el tema de la guerra contra las drogas está el tercer punto controversial del discurso. Para recalcar el fracaso de la guerra, planteada como está actualmente, se nota una falta de compromiso con lo que al país le toca como productor; es claro que si no hay consumo no hay producción de drogas, pero el razonamiento inverso también sirve para reclamar algo más de compromiso a un país al que frenar los cultivos, pese a ser prioridad política y presupuestal, le quedó grande, con el agravante de que en Colombia la producción está aún penalizada, entonces cuando otros países reclaman que se mermen los cultivos piden también que el Estado colombiano sea una amenaza creíble en la persecución de una actividad que es ilegal en el marco normativo actual.

No podemos quedarnos en esa búsqueda de culpables, en particular porque queda en evidencia la incoherencia del sistema colombiano que descriminalizó el consumo pero sigue penalizando la producción. En la cadena que va desde el cultivo de coca hasta el consumo de cocaína hay eslabones que son legales y otros que son delitos, cualquier intervención pública y judicial ahí sigue reproduciendo una normativa absurda que ya hizo agua en el país.

Para cerrar, me sorprendió mucho el silencio atronador del Presidente Petro sobre la situación de Ucrania. Es muy desafortunado que el abanderado político de la posición antiuribista en Colombia termine, por razones extrañas desde lo político y lo ideológico, cohonestando con un Putin autoritarista con fines expansivos en lo territorial, esto no genera para mí más que sorpresa ante el tibio llamado al diálogo de los pueblos eslavos.

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