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Un estallido social del tamaño del chileno, con el alcance político y jurídico que ha tenido, se convierte en una gran oportunidad para lograr cambios que realmente mejoren el bienestar de la gente.
Se logra volver un movimiento mayoritario cuando un gran grupo de personas moderadas decide apostar por una nueva oportunidad de hacer las cosas diferente. Sin esa decisión de los “no radicales” nunca se lograría un triunfo de la izquierda en este tipo de países. No es que todo el mundo se vuelva de izquierda, es que mucha gente decide confiar en que hagan las cosas mejor.
El problema con el cambio llega cuando los que obtienen el poder piensan que se trata de una revancha o de imponer una agenda de la misma forma en la que les fue impuesta. Se trata de cambio en algunas de las ideas pero no en las formas. Cambia la imposición. Cuando se cede ante las presiones de los radicales se sacrifica la posibilidad de diálogo y de confianza. Empiezan a aparecer cosas descabelladas que asustan a ese grupo de individuos no militantes que en principio tomó partido por un cambio.
La reacción del Presidente Boric, en principio, refleja mayor madurez política y espíritu democrático que la de Petro. El presidente colombiano decidió reducir la opinión de Chile al apellido de un dictador que dejó el poder hace más de 30 años. “Recojo con mucha humildad el mensaje de la ciudadanía” dijo Boric. “Revivió Pinochet”, dijo Petro.
Petro, como buen populista, simplifica en exceso e ignora la cantidad de debates, angustias, decisiones, argumentos, zonas grises, que puede tener ese proceso constituyente. Su opinión no es la de un académico o un congresista, es la de un jefe de Estado que prácticamente no reconoce la expresión democrática del 61,8% de los chilenos. El miedo al cambio se impuso después de que hace un par de años el 79% hubiera decidido jugársela por una asamblea constituyente. La impopularidad del Presidente y las decisiones extremas en algunos asuntos terminaron asustando a las personas que prefirieron no avalar la actual propuesta.
En Chile debería seguir un proceso de reforma a la constitución pero sin revanchismos ni extremismos. Retomar un diálogo nacional que moldee la nueva carta a la realidad de la mayoría y no a delirios de radicales sin experiencia en el mundo real. Ojalá lo logren, ojalá sigan tramitando siempre sus diferencias vía mecanismos legales y constitucionales, ojalá Boric entienda, efectivamente, el mensaje de su pueblo.
Petro rechaza con vehemencia los resultados de un plebiscito pero guarda silencio ante la dictadura de Nicaragua o la de Venezuela, como bien se ha dicho en redes desde el domingo. Aparentemente, seguirá en su duro aterrizaje con la realidad de lo que implica gobernar, debería aprender de lo que está pasando en Chile y darse cuenta de que el deseo de cambio no es un cheque en blanco y que necesita confianza para conservar o aumentar el apoyo ciudadano.