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Luis Carlos Vélez se fue de la FM con la frente en alto diciendo que seguirá hablando con la verdad allá donde vaya, porque esa es la misión del periodismo y él es un digno exponente del oficio. Para la muestra, las cifras de audiencia que lo respaldan.
En los viejos tiempos, a los periodistas los echaban de sus trabajos porque decían la verdad y la verdad eran reportajes de gran calado en los que denunciaban las manos sucias del poder mediante técnicas de investigación: navegando entre pilas de expedientes, consultando bases de datos donde pocos como ellos saben extraer información, arriesgando la vida para llegar a fuentes de difícil acceso, consiguiendo que fulano o zutano rompan el silencio, siguiendo los rastros del dinero, esperando con paciencia para ensartar el siguiente eslabón.
Y la verdad que incomodaba a sus patrones estaba constituida por hechos y datos que esos periodistas se esmeraban por organizar de tal forma que la gente común y corriente los asimilara para darles sentido a realidades complejas.
¡Ah! Tiempos aquellos.
La verdad incómoda que va a seguir diciendo Vélez, esa que “genera enemigos” y “cuesta más”; la que es “peligrosa en los tiempos que vivimos” y que “debe enfrentar a los poderosos y asumir esas consecuencias” es, más que todo, un relato ficcional.
Para construir audiencias fácil y rápido se requiere, no solo una alta exposición televisiva y radial sino, más que todo, un vínculo emocional que se crea mediante relatos, que son narraciones capaces de crear realidades en las que no participan únicamente los hechos objetivos (de las noticias en este caso) sino las percepciones compartidas de esos mismos hechos y los atributos personales (opiniones) de quienes las cuentan.
Para explicarlo mejor, operan los mismos mecanismos que hacen que millones de personas en el mundo relaciones una bebida oscura gasificada, llena de azúcar o aspartame con la idea de ser felices al lado de los amigos y la familia. El periodista – marca se distingue por mantener y reforzar los límites del tipo de ideas con las que sus audiencias los relacionan y no ser disonantes con ellas.
Y a la hora de unir personas (o generar audiencias), la ficción es mucho más efectiva que la verdad. En primer lugar, ayuda a simplificar tanto como uno quiera: la COP 16 es una reunión de burócratas. La verdad, en cambio, es compleja y dolorosa, porque la realidad es compleja y dolorosa también.
Vélez no es el único periodista de ficciones, también lo son Hollman Morris o Vicky Dávila, cada uno ocupado de reproducir los relatos que sirven a sus posiciones ideológicas y ahondar los lazos que los atan a sus audiencias.
Lo que preocupa de todo esto es ver resurgir las viejas tácticas de propaganda tan del Estalinismo, tan del Nazismo. Venimos resignándonos a que las usen los políticos, empezando por el presidente Gustavo Petro y de él para abajo casi todos. Algunos, como María Fernanda Cabal, han montado agencias de noticias al servicio de la desinformación.
Pero que lo hagan los periodistas es inaceptable y escandaliza.
Que lo haga Luis Carlos Vélez y, en la retirada, invoque los atributos del buen periodismo y la libertad de expresión, hace pensar en el cinismo de los poderes totalitarios que se han instaurado y perdurado usando los mecanismos y procedimientos de la democracia.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/