Mi mama lleva 24 años respondiendo “comida” a la pregunta “¿Qué es el almuerzo hoy?”. Yo dejé de preguntar hace tiempo por algo que hace poco soy capaz de admitir: no me gusta escoger que comer. O más bien, disfruto que la gente que me quiere y me conoce, escoja con amor que vamos a comer. Pero en la vida moderna, confesar este gusto es casi un crimen. La modernidad impone un camino en el que debemos trazar todo por nuestra cuenta, poder decidir es libertad y forja nuestra identidad.  

No heredamos una identidad, la inventamos: “si quieres, puedes”. Anteriormente, las expectativas estaban claras y las decisiones personales eran escasas: desde la elección profesional, hasta la pareja, se reducían a unas cuantas opciones. La religión, la comunidad y la clase social dictaban la vida de nuestros antepasados. Hoy, las opciones infinitas nos dan libertad absoluta de formar nuestras identidades, pero esa libertad tiene un precio del que poco hablamos: la paradoja de la elección (The Paradox of Choice, concepto del psicólogo Barry Schwartz).

El lado oscuro de toda esta libertad es el miedo atroz a meter la pata en nuestra eterna búsqueda de la felicidad. Esa infinidad de opciones se vuelve un problema hasta el punto de paralizar una persona en lugar de liberarla, en especial en un ámbito del que poco hablamos: el amor en los tiempos digitales.  

Anhelamos certezas. Pasamos horas buscando reviews del próximo producto que vamos a comprar, vivimos en una sociedad rica en información que ofrece la falsa comodidad de la investigación. Puede parecer que la decisión perfecta está a solo unas cuantas búsquedas más en Google. Pero nos hemos vuelto adictos a esa sensación de seguridad y la anhelamos en nuestra vida sentimental, olvidando que no hay nivel de stalkeo que nos de certeza total, porque las grandes relaciones se construyen, no se descubren.

El online dating tiene a nuestras mentes atrapadas en una trampa pensando que al swipear cientos de opciones, estaremos más cerca de saber si la que tenemos delante es «la correcta». La creencia del alma gemela que nos vendió Disney perpetúa la idea de que el trabajo duro del amor es encontrar a alguien. Después, todo es fácil. Estamos creando adultos inconformes adictos al swipe left, románticos que creen que el amor es algo que sucederá (siempre a futuro), y que la mujer ideal (para evitar el sexismo) llegará algún día por DM.

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