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Esta es una manifestación contra la cultura paisa. Esa misma que se caracteriza por su pujanza, innovación, “verraquera”. Corriendo el riesgo de ser tildado de “pesimista”, “criticón”, “rolo”, escribo porque todavía creo en Medellín. Porque creo que reconocer los problemas de esa alabanza cuasireligiosa hacia la sagrada cultura paisa nos permitirá lograr lo que, en el fondo, la mayoría quiere.
Jorge Orlando Melo se ha encargado de señalar algunas de las características de esta cultura. El historiador concluye que un componente de esta identidad está relacionado con el progreso. La idea del desarrollo, con origen cristiano, tuvo éxito en Medellín. Las y los paisas crecimos bajo un fuerte paradigma de desarrollo, priorizando el avance, la limpieza y la fachada de la ciudad sobre los problemas de fondo y la memoria. “Les importaba muy poquito la estética, la memoria, incluso algunos elementos arquitectónicos todavía existen en fincas del Suroeste. Esa es otra característica del antioqueño: le encanta demoler para después comprar nostalgias”[1].
La idea del desarrollo nos llevó entonces al desconocimiento de la memoria. Sin ánimo de caer en otro dogma donde hay un culto irrestricto a la memoria, acudo a Todorov para explicar mi punto. Según el autor, la cultura “es esencialmente algo que atañe a la memoria”[2], pero el culto a la memoria no siempre sirve para buenas causas. Tal es el caso de la Alemania Nazi, la Italia fascista, entre otros regímenes totalitarios, quienes, a partir del recuerdo del pasado, levantaron el odio y acudieron a la venganza. De hecho, algo similar sucedió, o sucede, en Medellín, donde la memoria de aquella ciudad más violenta del mundo o de los impactos del conflicto sobre el territorio enalteció el miedo y condujo a tomar decisiones de una política de mano dura.
Ese es un uso equivocado de la memoria, pues nos lleva a preferir, por ejemplo, la guerra sobre la paz. Nuestra cultura nos ha desviado de lo que Todorov llama “la memoria ejemplar”. Se trata de utilizar el recuerdo para comprender situaciones nuevas con agentes diferentes, convirtiendo al pasado en una guía para el presente, “aprovechar las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra las que se producen hoy en día”[3]. En Medellín, la “cultura” no solo utiliza el recurso del pasado para legitimar la venganza, sino que, en ocasiones, prefiere caer en el olvido con base en su orgullo.
Dicho orgullo es una segunda característica de las y los paisas. Este “ha servido de sostén en tiempos de crisis”, pero, en efecto, ha impedido ver los problemas, reconocer las incongruencias y las enormes paradojas de la ciudad[4]. El desarrollo de la ciudad nos hace sentir orgullosas y orgullosos, llevándonos a dejar de lado nuestras problemáticas y a enfocarnos en progresar sin considerar las consecuencias.
No obstante, ese deseo de progreso refleja una tercera característica. Se trata de un aprecio por el dinero a toda costa, la usura, el interés y el beneficio personal como rasero y la doble moral para juzgar el comportamiento social[5]. El discurso desarrollista, necesariamente, implica crecimiento económico, esto es, más y más dinero. Así, si el desarrollo nos genera ese orgullo, que es la base de la llamada cultura paisa, por ende, el dinero es, en secreto, la fuente de la cultura. De ahí nuestra doble moral respecto de algunos victimarios.
No es casualidad que nos enorgullezcamos del empresariado antioqueño o del sistema de transporte. Ambos enaltecen nuestra cultura. Sin embargo, vemos cómo esta alabanza termina desconociendo a la memoria y anteponiendo el dinero sobre cualquier cosa. Para no sonar como un mamerto, o como diría Miguel Polo Polo, como un “estúpido o seguidor del partido comunista”[6], demostraré cómo, en concreto, esas características de la cultura paisa se han manifestado.
El orgullo paisa se derrumba cuando se echa un vistazo a las cifras de homicidios cometidos en la ciudad entre 1980 y 1993. 41.299 personas perdieron la vida durante esa triste época en la ciudad. Cuando pensamos que habíamos superado esta violencia y dejábamos atrás la idea de ser la ciudad más peligrosa del mundo, nos acechó una violencia silenciosa, discreta. Violencia que salió a la luz con las cifras que presentó la JEP en el Auto 033 de 2021.
De acuerdo con las cifras recogidas por la Jurisdicción Especial para la Paz, “Antioquia es el Departamento con mayor número de víctimas [de homicidios cometidos por Agentes del Estado]”. Veamos la tabla que contiene el “Top 10 de departamentos con mayor número de víctimas entre 2002 y 2008”[7]:
Las altas cifras son alarmantes. Que Antioquia encabece este listado da cuenta del poco valor de la vida en la ciudad y en el departamento. ¿Qué se puede esperar de una cultura que en su núcleo tiene al dinero? Pero la reiteración de la violencia entre los 90s y los primeros años del Siglo 21 también da cuenta del fracaso de la memoria y su mala utilización. Elegí las cifras de falsos positivos, puesto que se trata de la materialización de una política macrocriminal nacional. La memoria llevó a escoger, en efecto, la venganza en las urnas. “(…) por unos falsos resultados por tener contento a un gobierno, no es justo, no es justo”[8].
Mientras todo esto sucedía, las y los paisas enaltecían su orgullo en todo el país. Y es que, si se entra en detalle respecto de los hallazgos por parte de la JEP, es posible evidenciar una información que corrobora la hipótesis. En el Auto 061 de 2022, que se refiere a los hechos y conductas macrocriminales en Dabeiba, se encontró que:
[E]n los casos específicos bajo investigación, existe un tipo de víctima adicional que debe ser mencionada las personas sin arraigo. Son desempleados, habitantes de calle, personas sin domicilio fijo, algunos de ellos farmacodependientes, algunos de ellos niños (…). ‘…todas las personas… eran traídas de Medellín, si no era de la oriental era cerca al terminal, porque hay mucho indigente sobre ese sector, y consumidores de droga…’[9].
Así, la Jurisdicción corrobora la idea de la cultura paisa, concluyendo, que “el caso conjunto ha podido constatar que estas personas sin arraigo eran consideradas sin valor por las tropas, sin interés para la sociedad, fungibles, desechables y víctimas fáciles que nadie iba a reclamar”[10].
Hasta dónde nos puede llevar ese dogma del “Amor por Medellín”? ¿Así no se llamaba el grupo homicida que rondaba la ciudad[11]? ¿Para qué amar a una ciudad si tenés que matar a su gente por amor a ella? ¿Para qué recuperar y reforzar la “cultura paisa” si privilegia la muerte sobre la vida? Ya es hora de que dejemos de escudarnos en el Metro para esconder nuestras realidades. Paisa, ¿usted está realmente orgullosa u orgulloso de qué?
[1] Castro Gaviria, Eliana. El Último Poeta del Coltejer. Centro de Medellín.
[2] Tzvetan Todorov. Los abusos de la memoria. Barcelona: Paidós. p. 17
[3] Tzvetan Todorov. Los abusos de la memoria. Barcelona: Paidós. p. 22
[4] Jorge Orlando Melo. Los años difíciles: Medellín en los noventa. Medellín: Lecturas Comfama. p. 35
[5] Jorge Orlando Melo. Los años difíciles: Medellín en los noventa. Medellín: Lecturas Comfama. p. 35. p. 36
[6] https://caracol.com.co/2023/02/01/polo-polo-dijo-que-un-estudiante-del-externado-era-mamerto-por-su-ropa/
[7] Construcción propia de la JEP con base en información contenida en SIJUF, SPOA, CNMH, CCEEUU. Auto 033 de 12 de febrero de 2021. p. 11.
[8] Néstor Guillermo Gutiérrez Salazar, excomandante de escuadra del Ejército Nacional en Catatumbo. JEP. Resolución de Conclusiones No. 01 de 2022.
[9] EJP. Salas de Justicia. SRVR. Caso 03. Versión voluntaria de William Andrés Capera Vargas. 13 de noviembre de 2019. Esta afirmación fue corroborada por todos los comparecientes que admitieron responsabilidad. En: JEP. Auto 061 de 11 de julio de 2022.
[10] JEP. Auto 061 de 11 de julio de 2022. p. 61.
[11] Jhon Jairo Díez González. La violencia homicida de “Amor por Medellín”, 1987 – 1993: un caso de “limpieza social” paramilitar. Universidad de Antioquia.