A finales del 2018 Daniel Quintero no era más que un político revoltoso que, con algunos actos públicos, intentaba figurar a costa de la crisis de Hidroituango y de EPM. Recuerdo que pocos le prestaban atención. “Es un politiquero que intenta traer a Medellín el modelo de la política Bogotana: destruyendo al otro. Aquí no pega eso”, escuché a varios políticos en la antesala de la campaña local del 2019. Nadie lo vio venir, muchos lo subestimaron, y él, sigilosa y cuidosamente, se metió al partidor a patear el tablero. Hoy es el Alcalde de Medellín y será, quizá, el político más importante en la próxima década. Parece el relato de una épica, pero en realidad es el inicio anunciado de una tragedia. Quiero contar por qué.

Desde la campaña demostró que es diestro en comunicación política. Construyó un discurso muy completo que va desde una historia de superación personal, pasa por el desprecio de las fuerzas políticas del pasado representadas en el uribismo y termina con la personificación de un modelo futurista sustentado en la cuarta revolución industrial y la construcción de un tal Valle del Software. Un discurso que caló y que lo llevó a convertirse en el alcalde más votado de la ciudad.

Además, él y su equipo han demostrado que tienen olfato para el timming político: todos se sorprendieron cuando eligió de enemigo al Uribismo en el departamento y en la ciudad más afín a esta tendencia del país. Su victoria con esa estrategia fue el vaticinio de la época a la que asistimos: el ocaso del uribismo.

Quintero es un político peligrosamente hábil. No tiene escrúpulos para mentir y tergiversar los hechos para justificar y alimentar sus narrativas. Es capaz de mostrarse como un outsider mientras negocia con politiqueros, corruptos y hasta con uribistas. Tiene detrás de él grupos económicos poderosos y medios de comunicación de alcance nacional que están dispuestos a respaldarlo sin el más mínimo sonrojo, y su paso por la capital le permitió tener a políticos aliados como César Gaviria que lo ven como la oportunidad de reencauche de la política tradicional en alguien que le habla a las nuevas generaciones.

Empieza la campaña a la revocatoria. Algunos pensamos que esta era un error porque lo pondría en el escenario que más le gusta: el de la abierta confrontación. Pero ya es un hecho y es inevitable que la ciudad esté inmersa en este debate. En lo que va, él ha dado visos de que no escatimará ningún esfuerzo para intentar ganarla y de paso, pavimentar su carrera política a la presidencia sobre la derrota de sus enemigos.

Después de todo esto, hay quienes siguen subestimando las capacidades de Quintero. Lo minimizan, lo ridiculizan, me recuerdan a esos personajes de finales del 2018 que, con arrogancia, lo veían como un obstáculo fácil de superar. Por el contrario, y esforzándome a no caer en el fatalismo, veo un futuro poco esperanzador. Me sumo al llamado de Jorge Giraldo: sin líderes que muestren un camino distinto, que convoquen a un frente común, que inspiren y que estén a la altura de este reto, preparémonos para diez años de Quinterismo en Medellín y quizá, a un Daniel como presidente.

Ojo con Quintero.

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