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Nuestra escuela nos condena al fracaso

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En el colegio siempre fui el niño 10. Me sentaba adelante, hacía todas las tareas, sacaba las mejores notas y ocupaba los primeros lugares. No me importaba si los profes eran buenos o malos, si algunos eran autoritarios o comprensivos, o si nos enseñaban cosas que realmente nos sirvieran de algo; lo que quería era sobresalir y que me dieran mi carita feliz. Pero en once, eso comenzó a cambiar, me quise rebelar.

Todo empezó con una profe de sociales (mi materia favorita), que llegaba al salón intentando imponer su autoridad con gritos y amenazas con las notas. Soy consciente de que mi colegio (IE Benjamín Herrera) no era fácil, a veces parecía más una correccional que un centro educativo, pero me parecía excesivo su vago intento de autoridad. Las cosas empeoraron cuando esta profe solo se dedicó a dictar en clase, a pedir el cuaderno como nota fundamental y a divagar sobre temas que nadie entendía ni le importaban.

Con un grupo de compañeros decidimos hablar con la coordinadora, pues no estábamos conformes con la educación que nos estaban dando. ¿La respuesta? Más absurda que todo lo anterior: “Los profesores son libres de dar la materia como deseen. El que quiere aprender, que aprenda”. Decidimos no rendirnos y comenzamos a poner en evidencia a los profes que repetían las mismas prácticas. Yo era personero, y por este acto comencé a recibir presiones de directivos y docentes para cesar cualquier intento de rebeldía, para ellos se supone que debía “dar ejemplo”.

Al final, nada pasó. Los profesores siguieron siendo como eran, mis compañeros se conformaron con las clases que recibían, los resultados en los ICFES fueron tan malos como en años anteriores y pocos de mis compañeros de salón pudieron seguir con su sueño de la educación superior. Con los años me di cuenta de que a muy pocos les importaba lo que pasaba en el aula de clase y que, incluso esos profes que parecían “Malos”, simplemente estaban tristes porque habían perdido la esperanza en la educación.

¿Qué ha pasado 17 años después? Seguimos igual o peor, según nos lo está revelando Medellín Cómo Vamos en su último informe sobre la educación en nuestra ciudad, en el cual la simple y profunda conclusión es que “estamos perdiendo el año”.

De 100 estudiantes que ingresan a transición, 57 llegan a grado 6to, 19 al grado 11 y sólo 9 logran ingresar de manera inmediata a la educación superior; 91 se están quedando en el camino. Las razones son múltiples, pero en una ciudad que en el 2022 presentó la mayor tasa de deserción en 11 años en todos los niveles educativos, tenemos que reconocer que estamos perdiendo la promesa de la educación como generador de movilidad social.

Nuestros jóvenes no encuentran motivación para estar 6 horas al día en un salón aburrido, aprendiendo sobre cosas que no les van a servir para la vida, mientras que afuera tienen ofertas mucho más atractivas que les generan dinero y reputación: comercio sexual, brujería y pillería. Y de los pocos estudiantes de Medellín que terminan la educación media, solo la mitad alcanzan las competencias necesarias para la vida, el acceso a la educación superior y el mercado laboral.

Y es que este tema no es menor para una ciudad en la que su educación oficial pesa un 73,7% del total de estudiantes matriculados. Tenemos en su mayoría una educación pública que frente a las otras ciudades capitales tiene la tasa más alta de repitencia en todos los niveles, especialmente en secundaria; con Cartagena somos las dos ciudades con peores resultados en pruebas saber 11, y cuando comparamos estos resultados con los colegios no oficiales, nos damos cuenta de que antes de 2019 la brecha era de -0,7 y en 2022 fue de 9,1. Nuestra educación pública, esa que tanto defendemos, está reproduciendo las brechas sociales y económicas más profundas de nuestra sociedad.

A pesar de este horrendo panorama, que nos tiene que dar muchísima vergüenza, no se ve una gran solución en el corto o mediano plazo. Nuestra sociedad y nuestros dirigentes no han priorizado una gran reforma educativa que dé respuesta de manera estructural a estos problemas y que se encargue entre otras cosas de varios asuntos:

  • Mejorar las condiciones laborales y salariales de los docentes. No puede ser que en Antioquia el promedio siga siendo de 1 docente por 30 estudiantes, mientras que en otros departamentos es de menos de 25. O que el salario de un docente con maestría en escalafón 2A (Decreto 449 de 2022) sea de $2.867.094. Necesitamos que sean los profesionales más importantes y valiosos de nuestra sociedad, y no los que sacan los peores resultados en las pruebas Saber Pro, como hoy ocurre.
  • Promover modelos pedagógicos alternativos, que reconozcan las inteligencias múltiples de los estudiantes, que se conecten con sus necesidades e intereses y con nuevas prácticas pedagógicas alejadas del dictado y la memorización. Y que así como se da con el Aprendizaje Basado en Proyectos, puedan ayudar a resolver problemas de los barrios y los entornos cercanos a la escuela.
  • Fortalecer de verdad los gobiernos escolares para que puedan tener capacidad real de toma de decisiones. Que no sigan los Consejos Directivos repartiendo pobreza con sus presupuestos (45 millones de pesos anuales en promedio para un colegio de 600 estudiantes), mientras la Secretaría de Educación despilfarra recursos en campañas políticas; y que los líderes estudiantiles y los padres de familia se sientan con la confianza de ser los principales veedores de una educación digna.

La escuela no es solo un espacio para aprender conceptos e ideas, es sobre todo una experiencia de encuentro con el otro, pero no podremos hacer del paso por ésta un proceso significativo si tenemos docentes tristes, directivos incapaces, estudiantes desmotivados y padres ausentes. Allí nos estamos jugando el presente y el futuro de lo que somos como sociedad.

Detrás de cada niño, niña y adolescente con uniforme que vemos en las calles del barrio, en el metro o en un parque, guardamos la esperanza de una mejor humanidad. Fallarles a ellos, es fallarnos a nosotros.

No podemos seguir dándole la espalda a esta realidad, pues mientras estamos escribiendo columnas, dando conferencias, organizando conversaciones pomposas con candidatos, hay decenas de miles de estudiantes que están perdiendo vida en las paredes de un lugar frío y oscuro que los condenará al baile de los que sobran.

Tenemos que volver a la escuela.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/wilmar-andres-martinez-valencia/

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