El título de esta columna corresponde a una frase de Elena Ferrante en “Los días del abandono”. Leer a Ferrante es arriesgarse a cuestionarlo todo, desde lo más ingenuo hasta lo trascendental. Esta frase, en particular, impulsa a romper una carta a la que muchos recurrimos: la de “yo soy así”.
Cuando la sacamos expresamos que nos rendimos. Que no hay opción para que nuestros entornos nos conmuevan. Cerramos la posibilidad de asumirnos como adultos que se permiten crecer y aprender de las experiencias, de las conversaciones. Esa frase es un punto final que nos limita en tanto disminuye la incidencia de otros en nuestra propia condición de humanos. Somos en relación con otros, no venimos cerrados de fábrica ni con fecha de caducidad para el aprendizaje.
Mantener la bandera del “yo soy así” es arrogante y, además, ingenuo. Uno no “es así” y ya. Pretender que no hay espacio para el cambio y el crecimiento es asumir que somos seres terminados, concluidos. Es, además, creer que lo que pasa en el mundo no nos conmueve cuando, en realidad, las circunstancias que nos rodean hacen de nosotros seres complejos y cambiantes. Tenemos la maravillosa posibilidad de cambiar de opinión. Podemos refinar nuestros argumentos a partir de diálogos con aquellos que piensan diametralmente distinto a nosotros. Hay también alternativas para dudar, para arrepentirnos o para avanzar. Leer, escuchar, conversar son llaves de apertura y no de cierre.
Dijo Fernando González: “No aspiremos a ser otros; seamos lo que somos, enérgicamente”, y en semejante frase tan bella tampoco cabe el “yo soy así”. Lo que sí cabe es la posibilidad de ser cada vez más genuinos, más conocedores de nuestras posibilidades y de nuestros límites. Saber que el camino de “ser lo que somos” no es el mismo que la contundencia ramplona del “yo soy así”. Ser lo que somos, y somos ocasiones, es permitirnos que el mundo y la relación con otros también nos moldeen. Es comprender que somos no solo un cuerpo biológico, sino también la suma de lo que acontece en ese cuerpo. Somos las tardes de cerveza con los amigos. Somos el susurro con el amado. Somos las preguntas que construimos en el aula de clase. Somos las canciones que aprendimos de los papás. Somos los bailes del colegio. Somos el temor al abandono. Somos la caminada por el barrio. Somos el dolor por la pérdida del ser querido. Somos posibilidad.
Si le damos la vuelta a esa carta, también dejaremos de creer que el otro “es así” y ya; que no cambia, que es terco y torpe. Si nos permitimos cambiar y aprender, también debemos considerarlo en los otros. Nos excedemos en juicios y sentencias categóricas sobre cómo es aquel, desconociendo que también es un mundo lleno de alegrías, temores y potencias. Si hacemos consciencia de que “vamos siendo”, unos y otros, podremos reconocernos como seres inteligentes y sensibles, capaces de reflexión y de prácticas cotidianas honestas.
No sabemos quiénes somos de manera absoluta. No hay manera de saber que “yo soy así” en la totalidad de nuestro ser. Reconocer que somos ocasiones es aceptar que la existencia se nutre de las experiencias diarias, estas nos permean y hacen de nosotros aquello que vamos siendo…