Escuchar artículo
|
Hace algunos días surgió una conversación, vía chat, entre algunos columnistas de No Apto. Una de las preguntas que rondaban fue si era preferible leer cualquier cosa, sobre todo en literatura, a no leer nada.
Preguntas como esta hacen parte de mi repertorio de dudas existenciales y profesionales. El contacto con los estudiantes, de maneras muy bellas, sorprende con el eterno retorno de cuestionamientos que, en vez de resolverse, cambian de piel y se renuevan.
Hoy, mi respuesta es que es mejor no leer a leer cualquier cosa. Nos enseñaron que leer más nos hará más inteligentes, más cultos y más decentes. Sin embargo, poner la lectura en el discurso del “más” implica entonces una relación de búsqueda de beneficio en términos del sistema económico. En tal ámbito, la promesa del desarrollo infinito nos hizo creer que todo en la vida era susceptible de medirse para ser valioso y que acumular era el camino al éxito.
Si nos atrevemos a pensar que la lectura, y en general el arte, son parte de otro ámbito de nuestra existencia, tal vez, comprenderíamos que leer más no nos hará mejores, porque más y mejor no son lo mismo. Lo uno no es garantía de lo otro. Si nos permitimos apreciar la vida, fuera de las lógicas del mercado, lograríamos que lo que acontece en el mundo nos conmueva, haciendo de este tránsito por el planeta una experiencia compleja, completa y bella.
Leer no se refiere solo a la palabra escrita. También aprendemos a leer los ojos de la madre cuando, sin palabras, nos da una indicación. Leemos el atuendo de los compañeros de clase y esa interpretación de códigos nos ayuda a sentirnos en confianza: esa lectura nos abre las puertas de la amistad. La mujer en el campo lee los ritmos del universo; ella sabe cómo y cuándo los caminos del sol y los efectos del agua comprometen sus cultivos.
Entonces, no se trata de leer cualquier cosa para ser más. Por mucho tiempo la lectura fue la única fuente confiable para adquirir conocimiento, pero esto no ha sido así siempre, ni antes ni ahora. La lectura, hoy, se nos presenta como posibilidad, pero no como la única. Por eso, tal vez, comprenderla como actividad más allá de su utilidad nos permita darnos cuenta de que a través de las lecturas, múltiples y diversas, lo que buscamos es resistir al mandato que nos obliga a única forma de ser. Leer nos abre el mundo porque accedemos a preguntas por nosotros y por los otros; nos permite romper el tiempo para estar en presentes que ya pasaron o en futuros que suceden en este instante.
Leer no nos hace más. Nos hace mejores, pero no en el sentido clasista de creer que porque leo soy mejor persona que aquel que no abre un libro. Aquel, puede estar leyendo el mundo con más delicadeza que quien se atiborra de textos, pero que no logra que esas palabras pasen de su cabeza a su corazón y a sus prácticas cotidianas. Leer el mundo nos hace mejores en la medida de uno mismo, no necesariamente en comparación.
Leer es inútil en el sentido de que menciona Nuccio Ordine en La utilidad de lo inútil: “Entre tantas incertidumbres, con todo, una cosa es cierta: si dejamos morir lo gratuito, si renunciamos a la fuerza generadora de lo inútil, si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, sólo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma y de la vida. Y en ese momento, cuando la desertificación del espíritu nos haya ya agostado, será en verdad difícil imaginar que el ignorante homo sapiens pueda desempeñar todavía un papel en la tarea de hacer más humana la humanidad…”