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María Antonia Rincón

No apta para señoritas: escribir

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Soy Teresa Wilms Montt

y aunque nací cien años antes que tú,

mi vida no fue tan distinta a la tuya.

Yo también tuve el privilegio de ser mujer.

Es difícil ser mujer en este mundo.

Tú lo sabes mejor que nadie.

Viví intensamente cada respiro y cada instante de mi vida.

Destilé mujer.

Trataron de reprimirme, pero no pudieron conmigo.

Cuando me dieron la espalda, yo di la cara.

Cuando me dejaron sola, di compañía.

Cuando quisieron matarme, di vida.

Cuando quisieron encerrarme, busqué libertad.

Cuando me amaban sin amor, yo di más amor.

Cuando trataron de callarme, grité.

Cuando me golpearon, contesté.

Fui crucificada, muerta y sepultada,

por mi familia y la sociedad.

Nací cien años antes que tú

sin embargo, te veo igual a mí.

Soy Teresa Wilms Montt,

y no soy apta para señoritas.

Teresa Wilms Montt

Hay decisiones que la vida toma por uno. La invitación a ser parte de No apto llegó para mí en un momento de profunda ansiedad y, con la misma ansiedad, respondí que sí sin pensar. La pensadera llegó después: inventarme algo para declinar sin que sonara muy absurdo. Decir que ahora no, que tal vez en un año cuando esté más preparada. Pero la escritura no es un punto de partida. No es un punto cero. En la conversación y en la lectura encuentro sosiego, pero en la idea de escribir hay anhelo, vanidad y aplazamiento. Me pillo, cotidianamente, pensando como escritora; armando párrafos que empiezan bien y que no prosperan porque no llegan al punto aparte que da paso al siguiente párrafo. Tengo colección (mi hermano diría acumulación) de libretas y lapiceros, porque creía que la buena idea me iba a coger por ahí en cualquier café y que sería imperdonable no tener una libreta para escribirla. Claro, las ideas llegaron hasta algunas libretas que quedaron empezadas y, por lo tanto, en una segunda categoría en la colección: ni nuevas ni acabadas. Mi mamá me cuenta historias para que un día las escriba; hace una juiciosa selección de artículos de periódicos y me los guarda porque cree de manera muy bella que así me anima a escribir. Hay en ella una intuición de mis capacidades de las que yo misma desconfío. También me enamoré (y aún) de hombres relacionados con la escritura, con quienes en confianza crucé (y cruzo) correos en los que el esfuerzo por la palabra precisa, por la expresión correcta, me genera más pudor que la misma desnudez del cuerpo. También me desenamoré con palabras, escribiendo la rabia, el dolor, el abandono.  

Pero la escritura no llega así. La escritura es “ir haciendo”. Es proceso y deseo. Asumo entonces una decisión que no es mía del todo. La posibilidad de un “cuarto propio” digital donde, con vanidad o sin ella, con temor o sin él, empiece el proceso y viva el deseo de escribir. No apta para señoritas lo intuyo como el espacio para dudar sobre el lugar que habito en el mundo, para las esperanzas por comprender algunas de las tantas cosas que no logro asir y, sobre todo, una intención por poner en palabras las pequeñas revoluciones cotidianas. Sé que irá tomando su propia forma y contornos.

El nombre de la columna también apareció sin mí. Días después de decir que sí, leí en redes sociales el poema de Teresa Wilms Montt y puse la frase “no apta para señoritas” (sin el verbo soy) como ejemplo en una conversación sobre si las columnas tendrían nombre. Apenas lo escribí, resonó y ahí apareció la decisión y, de nuevo, el deseo. Quiero ser no apta para señoritas; anhelo que las palabras sean compartidas, expuestas y desnudadas, ahora sin pudor. 

Agradezco esta invitación y prometo esmero.

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