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Los reflectores del mundo están puestos en la Cop 16 que se celebra en la ciudad de Cali y en su propuesta de hacer la paz con la naturaleza. No obstante, valdría la pena reflexionar sobre la noción de paz que se postula, entendiendo que, en un país como Colombia donde las violencias estructurales afectan a todos los cuerpos vivos, desde el río, hasta las poblaciones campesinas, convendría mejor referirnos de manera plural: hacer las paces con la naturaleza.

Propongo la siguiente naturalipedia para justificar mi tesis.

A de agua.

El cuerpo humano es 70 % agua, el mismo porcentaje se presume que tiene la tierra. Podríamos afirmar que, ante el dolor de los demás, los ojos que son como diques se desbordan en saladas muestras de afecto y naufragamos. En este mar llamado vida, decidimos navegar desde lo más austral del alma a las islas boreales de la memoria en búsqueda del propósito común. Como consecuencia, nos vemos enfrentados a las palabras como un kraken y a las creencias como un leviatán. Agua y tierra. Los sapiens, convencidos en derramar la sustancia vital por poder, construimos tiranías sobre palafitos, frágiles en el tiempo. Los otros, los de aletas, patas, alas, escamas, raíces; quedan reducidos a las fabulas. Que el dolor que sufren los cuerpos biodiversos cese, de lo contrario, estaríamos ante un escenario de infortunio con una única salida: el acuicidio.

B de batalla.

Unos contra otros. Los mismos contra los mismos. La naturaleza de la guerra se basa en acabar con la naturaleza del bioadversario. El buen muerto se justifica ante la figura del héroe. Un jaguar siempre será el villano de la historia. La montaña contra la draga es arena entre los dedos. El rio fue declarado objetivo militar por sus movimientos no alineados a la tierra. Las pérdidas fueron altas: cuerpos de agua mutilados por la minería convergieron con otros cuerpos que, fragmentados, encontraron final en el rio. La naturaleza no tiene patria, se basta sola como madre dadora de vida. Ahora se quiere custodiar los ríos y páramos con ejércitos, entonces se crea la policía del agua. Los mismos contra los mismos. ¡Vaya eufemismo!

C de campesino.

Ser campesino es sinónimo de pobreza. Contrario a esto, un terrateniente es considerado como señor y poseedor de prestigio. Ante las injusticias que producen las violencias en los territorios, los campesinos, embejucados, convirtieron el guayacán en tiple, guitarra y requinto, y la costilla de la vaca en una guacharaca. De esta manera, amplificaron sus voces históricamente silenciadas por las “carrangas resucitadas”, es decir, por los actores legales e ilegales que promueven el conflicto armado. El mensaje se ha enviado fuerte y claro: los campesinos dejaron de estár a sumercé, para cuidar de supersona. Bien lo dijo Jorge Veloza: “Que vivan los campesinos y que los dejen vivir, que el campo sin campesinos, existe sin existir”.

D de Dios.

“Son las nubes y la llovizna”. Mónica María Marín, 4 años. Esta noción de Dios se encuentra en el libro Casa de las Estrellas del maestro Javier Naranjo. Me parece interesante la idea de un cielo que nos acobija a todos por igual, y de la lluvia que trae consigo vida, sin dueños e hilos que sujeten sus acciones. Sabemos que poco duró este hecho, una empresa, en cabeza de hombres visionarios, dejaron claro la existencia de un Dios civilizado. De esta manera, los cuerpos biodiversos y las narrativas divergentes fueron exterminados y se les negó el ingreso al paraíso, es decir, a la tierra que habitaban. Las épocas han cambiado, lo que no, son las nubes que nos alcanzan a todos, inclusive a los disminuidos, y la llovizna que se aparece como un recordatorio: antes de que el hombre tuviera la idea de Dios, ya caía agua por acá y en Cafarnaúm que es tierra “santa”. Destruir la naturaleza, es destruir la idea de Dios, está claro que, en búsqueda de respuestas divinas, hemos arrasado con nuestro planeta, ahora queda, para muchos rogar por un milagro, mientras eso sucede, dice el poeta Nicanor Parra, “Buenas noticias: la tierra se recuperará en un millón de años, somos nosotros los que desaparecemos”.

La paradoja de sentirnos jueces y verdugos de lo que hemos denominado como propio, es una espada de Damocles, que nos recuerda la autodestrucción a la que nos enfrentamos a diario. Ojalá que de la extensa agenda de la COP 16, salgan propuestas claras con objetivos alcanzables, que nos permitan de una vez por todas hacer las paces con la naturaleza.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-carlos-ramirez/

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