Tuve un amigo que, ante mi autoproclamación a grito herido de “feminista”, me decía que era “igualitario” y que no entendía cuál era la necesidad de resaltar a las mujeres en el mismo nombre del movimiento. ¿No era esto lo opuesto al machismo? Mi reacción inicial fue de alivio, pues las única respuesta que había obtenido de un hombre frente a mi estatus de feminista era miedo, consternación, o una sutil volteada de ojos, una prueba visible de sus pensamientos. “Otra histérica”, seguro pensaba.
Unos me decían que estaba muy joven -tenía trece o catorce años- para decidir si era feminista. La gran mayoría se reían cuando, ante la pregunta de cuáles eran mis afinidades políticas, respondía con mi adjetivo característico. Muchos otros trataron de persuadirme, preguntándome si era una de las “locas” que salen sin ropa a la calle a protestar. Varios amigos de mis papás se voltearon a mirarlos asustados luego de mis comentarios, solo para encontrarse con un subir y bajar de hombros. Mis papás sabían que yo tenía muy claro quién era. En retrospectiva, a mis diecinueve años, me siento orgullosa de la Salomé chiquita, la Salomé que se mantuvo en su posición aunque personas mayores, o inclusive personas que ella admiraba, le invalidaban su identidad. Porque mi feminismo sí era parte de mi identidad al despertarme una llamarada de indignación y decepción por la sociedad patriarcal e injusta en la que vivía. En la que vivo.
Al final, y luego de dialogar con mi amigo, mi actitud cambió completamente. Me di cuenta de que no se consideraba a sí mismo feminista, no porque no apoyara que las mujeres tuvieramos igualdad de oportunidad y de derechos, sino porque no le gustaba la morfología de la palabra feminismo. El “fem” al principio hace referencia al género femenino, el género por el cual la causa ha luchado históricamente. Y dado que él apoyaba la igualdad, no quería hacer alusión únicamente a las mujeres para referirse al movimiento de igualdad de género. Pero eso sí, mi amigo no lo piensa dos veces antes de usar palabras indicativas del género masculino para referirse a un grupo de personas, y critica fuertemente el uso de palabras no-binarias como “elles” y “nosotres”.
Y claro, sabemos que la Real Academia Española ha dicho que el uso de estas palabras no es correcto, pero al mismo tiempo, la Real Academia define el feminismo como el “principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre.” Entonces, es aquí donde le pregunto a mi querido amigo, ¿cuándo le haces caso a la RAE, y cuando lo consideras innecesario? Porque para usar lenguaje inclusivo te riges al pie de la letra por las normatividades del idioma, pero para resaltar la lucha histórica de la mujer por sus derechos, ignoras al diccionario.
Para decirlo claro, sin que los lectores tengan que suponer, pienso que mi amigo es un completo hipócrita. Y también pienso que es sexista. Resulta que hay más de un tipo de machismo, la misoginia va mucho más allá de la violencia intrafamiliar, de barreras legales que impiden que las mujeres accedan a sus derechos, o del feminicidio. La misoginia existe desde lo grande, como la situación actual de las mujeres en Afganistán, hasta lo pequeño, como el rechazo de resaltar nuestra lucha. ¿Cuál es el miedo de los hombres para llamarse abiertamente feministas? ¿Realmente tienen masculinidades tan frágiles que les impiden resaltar a las mujeres? ¿Por qué le tienen tanto miedo a la morfología?
Los “igualitarios” no están ni siendo equitativos ni radicales. Lo único que están logrando es hacer evidente su misoginia, su aberración, porque por primera vez en la historia, las mujeres somos las protagonistas. Y aquí les pregunto a los hombres si se dan cuenta del impacto que tiene cuando apoyan la lucha feminista. ¿Se dan cuenta del alivio que sentimos nosotras, las que nos han juzgado y tomado por histéricas, cuando ustedes se llaman a sí mismos feministas? ¡Qué alegría saber que hay hombres que han logrado traspasar esas masculinidades que les ha impuesto el patriarcado, y decir sin miedo que son feministas!
A esos aliados les doy las gracias por hacernos sentir un poco más acompañadas en una lucha que hasta ahora sí ha sido de mujeres. Y pilas, como claramente lo dice la RAE, el feminismo busca la igualdad de derechos de la mujer y del hombre. Por esto, necesitamos la otra mitad de la ecuación del lado de la justicia y de la igualdad, y eso empieza con una sola palabra. Ojalá vivamos algún día en un mundo donde yo me pueda considerar igualitaria, pero la realidad es que en este momento vivimos en un mundo que me obliga a mí, y a tantas otras que hemos visto y vivido injusticia y machismo, a declararnos como feministas. Tal vez así por fin entiendan, partiendo de la composición de la palabra, qué queremos lograr.