Memorias de Melquíades

La luz verdosa del reflector caía sobre un hombre flaco de piyama blanca. Era pálido, con la frente ancha y los ojos grandes como una rana platanera. Al frente de él una mujer le mostraba un álbum de fotos.

Decía que era su novia, le preguntaba si se acordaba de ella, que lo amaba, mientras que él seguía inerte como una estatua. Sacó una de las fotos y se la pasó, sin mirarla.

-Ya se los dije no hay nada que hacer. – dijo un hombre de bata blanca en una esquina del escenario. –  Solo sabemos que el paciente ha caído en un estado de Amnesia.

-Pero doctor, debe haber algo, alguna medicina o tratamiento que lo haga volver en sí.

-Lo lamento, señorita. Ni nosotros sabemos que hacer en estos casos. La amnesia es una enfermedad difícil de curar.

Amnesia era una obra que llevaba un mes en cartelera. En las estaciones del metro se veían carteles colgados con la cara de ese hombre flaco y frentón entre espirales de polvo.

El hombre no sabía quién era, ni con quien estaba, pero no le podía importar menos. Se quedó quieto hasta que escuchó un trueno, duro y potente, que se hacía cada vez más intenso, hasta que se agachó y se tapó con una sábana blanca que había en el suelo. 

Se quedó hablando, preguntándole al aire quién era él, de qué se acordaba. Su

Del otro lado del escenario salió otro personaje vestido con una chaqueta antigua y desgastada, unas botas, y con un acordeón colgado del pecho. Tenía un sombrero de copa lleno de adornos, y tenía una máscara larga con unos bigotes gruesos con la que parecía un babuino.

-Ah, querido amigo, ¿por qué buscas razones de tú desgracia en la niñez? -le dijo el tipo barbudo. –  tengo la medicina para curar el olvido, vengo más allá de los tiempos, sobreviví a la fiebre de los mares del sur en Singapur, a la pelagra en Macedonia, al escorbuto en polinesia, yo salvé a una estirpe de la peste del insomnio y del olvido. ¿Quieres salir de tu viaje interior?

-No, quiero estar solo.

La mujer y el doctor estaban quietos como maniquíes fuera del rango del reflector. El hombre los seguía viendo, con fastidio, con desagrado.

-Esas voces que me interrumpen. Esa mujer me da lástima y la otra peor. Que patético ese doctor con su diagnóstico, ¿y tú, acaso eres un profeta?

-Soy Melquiades el memorioso, el errabundo, el que nunca muere, ¿quieres venir conmigo?

-Ahora solo habito el olvido de mis recuerdos. Los vastos jardines sin auroras y memoria. Soy solo piedra.

-¿Escuchó, doctor? -dijo su novia, emocionada. – ¡Se ha reído!

Melquíades se quedó quieto en el escenario. Era una simple ilusión que desapareció para dejarlo con esa desesperante mujer.  Su novia trató de abrazarlo, pero la esquivó.

El doctor se acercó al paciente, trató de coger la foto, pero el paciente movió la mano; después fue a revisarle un oído con un estetoscopio, pero se movió antes de que el aparato entrara en su oído. Al final, el doctor empezó a dar vueltas alrededor del hombre, mientras que la luz se volvía blanca:

-Usted se llama Esteban García, tiene 28 años, nació en Armenia-Quindío, vive actualmente en la ciudad de Medellín, vive con su madre y su hermana menor en un barrio de esta ciudad. – le decía, leyendo mientras pasaba frente al paciente- En el momento de sufrir el accidente usted manejaba una moto, trabajaba en una empresa como operario. Es hincha del…  

-Atlético Nacional- terminó su novia.

-Terminó sus estudios en el SENA como operario textil. La ciudad más lejos que ha visitado es…

-¡Bucaramanga!

-La llamada ciudad de los parques. Estaba comprometido con la señorita Magdalena Duque. Su Padre los abandonó cuando tenían…

-Ocho años

-Y eran niños, y su madre se hizo cargo de la familia.

>>Usted juega fútbol todos los fines de semana. Y ve televisión la tarde del domingo, cuando no lo hace sale a pasear con su novia en la moto y van a San Jerónimo o a las Palmas. Ahora mismo está en el Hospital General en observación ha perdido completamente su memoria. Hay una visita que le espera, es su prometida con la que se iba a casar.

Esteban García se volteó y miró a Magdalena Duque, su prometida que le rogaba desesperada que la recordara, con asco, con lástima. El doctor trató de tomarle el pulso, pero Esteban le movió el brazo antes de que lo cogiera.

-¿Vieron? -dijo Magdalena, ilusionada. – Rechazó al médico cuando le iba a tomar el pulso. Reacciona. Es un síntoma de recuperación ¡Doctor, se va a curar!

-Eso no significa nada señorita. Es un simple acto reflejo. No se haga ilusiones.

-En estos casos doctor, es de lo único que podemos pegarnos, de la ilusión. Estoy segura que es un signo de recuperación. ¡Ustedes no saben nada, nada!

El reflector se centró en Esteban y en Magdalena, que veía las fotos mientras su novio seguía quieto como una estatua.

Magdalena y el doctor siguieron hablando de qué podrían hacer para que pudiera recordar:

-I-N-S-T-R-U-C-C-I-O-N-E-S

Decían una serie de pasos para seguir, que eran una lista que le explicaban al público tratando de decirlo de la manera más básica posible, recordar comer, hablar, ver la tele… Mientras que ellos pensaban qué hacer con él, Esteban se paró lentamente en el banquillo donde estaba sentado mirando el telón que tenía detrás.

¡Por favor, todos quietos nadie lo toque! -gritó el doctor-, Nadie haga nada, ¡vamos a llamar a la policía y a los bomberos por precaución!

-Yo lo veo tranquilo

-¡Por dios señorita!, ¿es que no ve que se va a tirar por la ventana?

-Esperemos solo un momento. Nada va a pasar…  por favor, amor, mírame, mírame 

La luz se fue volviendo verde, mientras que Esteban se llevaba las manos como si le doliera la cabeza. En el escenario sonaban ruidos de tambores y maracas mientras el hombre se retorcía de dolor.

Magdalena y el doctor se acercaron al hombre enfermo, que se comportaba como si no estuvieran. Melquiades había vuelto a la escena, estaba en una esquina del escenario, donde permanecía callado, quieto, esperando que el hombre que no podía recordar fuera capaz de reaccionar.

-Ya no puedo morir, somos hijos de padre y madre. – comenzó a decir Esteban, mirando al público, indiferente. –  Permanecemos agazapados en los muros de esta triste urbe. La gran jaula de perros, nadie llore, o llore por si, lloran por su soledad. Nadie va a morir aquí, no va a ver muerto, no hay espectáculo. Disfruto de la nada, cuando ya no recuerde.

-Ven conmigo, soy Melquiades el memorioso. Ven, ven

Los personajes salieron del escenario mientras todo se oscurecía.

La luz verdosa volvió a diluirse en la escena, donde había una sábana que cubría un cuerpo que se sacudía desesperado.

-¡Manuela! – gritaba el cuerpo, que parecía estar despertándose. – ¡Manuela! – Zarandeó la sábana hasta que cayó al piso.

El cuerpo era de un hombre vestido con uniforme militar del siglo XIX, con una casaca roja y azul con hombreras doradas. Tenía un pantalón blanco, unas botas negras, y una espada envainada al lado izquierdo.

>> Pienso en tus ojos, Manuelita Sáenz, tus cabellos, el aroma de tu cuerpo, la tersura de tú piel y empaco inmediatamente como Marco Antonio fue hacia Cleopatra, veo tu etérea figura pasar ante mis ojos y escucho el murmullo que quiere escaparse desesperadamente de tu boca para salir a mi encuentro. Espérame y hazlo ataviada con ese velo azul y transparente de igual que la ninfa que cautiva al argonauta.

Cuando oí a quién le hablaba supe quién era ese personaje. Era Simón Bolívar. Tenía un pequeño retrato entre las manos. Se lo llevó al pechó y se puso a bailar por el escenario.

La luz del reflector cambió de color, pasando de ser verdosa a roja brillante.

Melquíades iba caminando detrás, junto con otros dos personajes. Uno de ellos era una mujer de una larga trenza blanca. Tenía una máscara con los cachetes y la nariz redondos e inflamados, que hacían que más que una mujer pareciera un gallinazo viejo. El otro individuo iba con una máscara de diablo, una capa dorada y un clarinete.

-Dichoso aquel ciudadano, que, bajo el escudo de las armas de su mando, ha convocado a esta asamblea general, para ejercer su propia jurisdicción. – le decía Bolívar al retrato, bailando-   Yo, por ejemplo, me encuentro entre los más privilegiados, por la divina providencia. Ya que he convocado a los representantes de Venezuela a este augusto congreso.

-“Augusto congreso” dice. – se burló Melquíades. – Aquí la única voluntad que existe es la naturaleza que crece a nuestras anchas.

-Y los recuerdos que son como alimañas. -contestó la mujer. –  Si no hubiera sido por ese maldito pirata Francis Drake que azotó el caribe. Los Buendía no hubiéramos tenido que fundar este pueblucho llamado MAA-CONDO.

-Macondo, ¿qué es Macondo? -preguntó Bolívar. – ¿Dónde estoy? ¿quiénes son ustedes?

Bolívar les dijo a los personajes que eran patriotas extraviados, que se fueran, pero ellos simplemente se burlaron, antes de decirle que eran su destino.

Melquíades se arrodilló frente a él y le mostró unos pergaminos, diciendo que ahí estaba escrito su destino. La viejita con cara de gallinazo se presentó como Úrsula Iguarán, una matriarca que vivió 120 años, y el diablo del clarinete decía ser el coronel Aureliano Buendía, un hombre que lo admiraba, que participó en 32 batallas…

– ¡Y las perdió todas! – respondieron sus compañeros.

…Y que terminó con amores perdidos al igual que él. Simón Bolívar miraba a los extraños seres aterrado, casi indignado. Les dijo que eran conspiradores, que se largaran, que no quería oír de porvenires, que simplemente merecía morir en paz y en el olvido.

Al final, después de que le insistieran, le contaron su historia.

>> La anciana Úrsula empezó a decirle que los indios llevaron a Macondo la peste del insomnio y el olvido. Que al principio la gente no sentía el cansancio, pero después de unos días en el pueblo empezaron a olvidar. La viejita le contó que su hijo encontró una manera para conservar lo que desapareciera de la memoria.

-Con un hisopo entintado marco cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, cama. Como si fuera la primera vez.

Melquíades y Aureliano le explicaron que para entender muchos procesos de cada día relacionaban una cosa con otra, como una vaca, que daba leche, y cuando la mezclaba con el café le daba café con leche. En el pueblo pusieron un letrero que decía <<DIOS EXISTE>> y otro que decía <<MACONDO>>.

Bolívar los escuchaba, lamentándose, porque entendía que luchaba contra su propia muerte.

-Somos la generación de los cien años- respondió Úrsula Iguarán.

-Un árbol genealógico fantástico. -dijo Melquíades.

-Somos los Buendía.-añadió el coronel Aureliano

-La gran saga de colonizadores de estas selvas pantanosas y enfermizas. En este triste país llamado…-la anciana se quedó callada.

-Dilo, dilo, vieja pitonisa guajira.

-Entonces te lo diré yo, que con el tiempo y luego de tu muerte seré quien gobierne esta república del miedo, esta patria insomne y lujuriosa, este lugar poblado llamado…-el diablo quedó quieto como una estatua.

-Dilo, dilo viejo, viejo coronel.

Pero no decían nada. La palabra Colombia se les escapaba de la lengua, pero era algo impronunciable, algo perdido, algo que en cualquier momento se podía olvidar.

La luz del escenario fue disminuyendo, mientras que Úrsula Iguarán y el coronel Aureliano Buendía salían del escenario. Solo quedaron Bolívar y Melquíades.

-Qué extraño es sentir la muerte. -le dijo Bolívar. –  El tiempo se adelanta y se retrasa caprichosamente, Yo soy tú y tú eres yo. Juntos construiremos esta nación con la sangre y la soberbia extrajera. no necesito decirte quien soy pues somos uno, tú eres el futuro de esta nación. La gran Colombia jamás existió.

-Oh, gran libertador, te dejo los pergaminos de la memoria. veo que los patriotas se mataran entre ellos, y las nuevas generaciones olvidaran tus hazañas querido libertador.

Simón Bolívar se despidió de los colombianos antes de desaparecer en el escenario.

Unos minutos después salí del teatro. Afuera, en la Oficina Central de los Sueños, un pequeño teatro de fachada amarilla y morada diagonal al Parque del Periodista, los actores estaban tomando cerveza después de salir de sus papeles, esperando que algo de la función quedara en la memoria del público.  

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/miguel-echavarria/

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