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Para escuchar leyendo: Cinco centavitos, Héctor Ulloa.
Cuando descubrió la urna, el presidente sabía bien el símbolo que reafirmaba con ellos. No fue un hecho aparte que, en plena discusión por la mitad de su gobierno, Gustavo Petro homenajeara la memoria de Carlos Pizarro, ubicando su sombrero en un espacio privilegiado en Casa de Nariño. Más aún, insinuando que el objeto sería incluido en los listados patrimoniales de la cultura colombiana, algo desmentido luego por su propio ministro de Culturas.
Claro, la figura de Pizarro es una de culto o admiración para muchos que vieron en su lucha un elemento de respeto y conmemoración. Pero hay otros miles a quienes su nombre se les marca en el alma como sinónimo de dolor, trauma, violencia y victimización. La vida de Pizarro puede ser para los colombianos, a la vez, luz de ejemplo y sombra de horror; como casi todas las de los combatientes de nuestras violencias cíclicas.
Pareciera que el presidente no ha logrado entender aún, frente a la memoria, su responsabilidad como símbolo de la unidad nacional. La historia debe ser contada desde todas sus aristas, pero, sobre todo, con un espíritu reparador y convocante. No se puede homenajear a la ligera a una figura que genera pena y recuerda la desdicha en los compatriotas; son las victimas quienes deben llevarse siempre los reflectores, quienes deben estar en el primer lugar de la reflexión.
Es meramente normal que el presidente busque reivindicar las banderas que él mismo enarboló. Reivindicar a Pizarro es, también, reivindicar su juventud y sus antiguas luchas. Pero hoy debe pensar también en la contraparte, en aquellos que no se ven reflejados en esa historia, en aquellos que quieren incluso pasar esa página.
En redes encontré un trino que me animó a proponerles esta columna. Un tuitero pedía que más bien homenajeáramos el sombrero de don Pachín Chemas, don Chinche para los amigos. Hombre, yo quiero unirme a esa petición.
El universo emblemático que creó Pepe Sánchez empezando la década de los 80s, no fue solamente el primer ejercicio televisivo grabado fuera del set. Fue también la primera vez que la televisión reunió en pantalla a la gran mayoría de los colombianos de a pie. Nos estábamos viendo y reconociendo en horario estelar, pero más aún, lo hacíamos mientras reíamos.
Héctor Ulloa y sus maravillosos compañeros nos regalaron una serie icónica, que rompió techos de cristal y estableció una formula mágica que funcionó hasta el cansancio. Pero, sobre todo, y ahí está su merito más grande, Don Chinche hizo feliz a un país que vivía su hora más dolorosa. Ulloa y el Culebro Casanova hacían reír a un pueblo al que los políticos, los guerrilleros, los paras y los carteles hacían llorar.
El tipo escribió una canción donde le pide a la vida que le venda cinco centavitos de felicidad. Así de grande, así de genial, así de único era Héctor Ulloa.
Esas son las figuras que deben convocarnos, la del mecánico bogotano, la del socio huilense, la del conductor paisa. Esas que nos unían en la diferencia, esas que nos hacían sonreír con la astucia en el medio del humor ingenuo.
Ojalá en el cielo don Héctor, don Pepe, el Culebro, doña Chela y doña Delfina hayan encontrado esos centavitos de felicidad. Aquí hay muchos que los recordamos ¡y que seguimos a la orden para cualquier ofrezca que se les cosite!
Presidente, Colombia tiene figuras para unirnos, anímese a ser una de ellas.
¡Ánimo!
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