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Medellín, mañana será bonito

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Parece que no salimos de una. Se va haciendo interminable la lista de malas noticias, de retrocesos, de escándalos y de derrotas que sumadas, van generando una sensación de incomodidad, desasosiego y desesperanza. Medellín y Antioquia, antes acostumbrados a sentirse orgullosos de sí mismos, ahora tienen que escarbar entre los datos y las redes para encontrar alguna cosa que esté mejor que antes, que por supuesto existen. Ver derrumbar lo que ha costado construir tiene un efecto inevitable en el ánimo de la gente.

Ya sabemos que la ciudad está mal; tomada y explotada por un combo insaciable que prioriza su renta personal sobre el impacto que la ejecución presupuestal tiene en la calidad de vida de las personas. Vimos acumular los morros de basura en las aceras, las zonas verdes desbordadas por falta de manejo, las instalaciones deportivas de la ciudad semidestruidas por el abandono, los colegios caerse sobre nuestros niños, aumentar el presupuesto de Buen Comienzo sólo para para desmejorar la cobertura y la calidad del programa, vimos las bibliotecas cerradas los domingos, el hambre crecer en nuestros barrios, a EPM cooptada, como nunca, por la politiquería y la improvisación, entregada a la voluntad populista de un alcalde. La lista es más larga y dolorosa, cada caso es un golpe al estado de ánimo de la ciudadanía y un impulso a la desesperanza.

El último capítulo del derrumbe de la ciudad es la pérdida de la cultura del fútbol. Ha desaparecido el trabajo de más de 20 años que llegó a ser ejemplo en el mundo, que generó una auténtica política pública y que permitió a muchos jóvenes pobres de la ciudad acceder a empleo, a educación y a un proyecto de vida. Ha vuelto el miedo de ir al estadio y han resurgido discursos que ignoran por completo la profundidad de un fenómeno social que agrupa a hombres y mujeres de todos los rincones de la ciudad que encuentran en la barra su lugar en el mundo. No pretendo hacer aquí una defensa del barrismo social, aunque podría, pero sí quiero señalar que no podemos permitir que vuelvan las respuestas simplistas que piensan que todo es cuestión de enviar el ESMAD o de cerrar una tribuna.

En las barras, como en las empresas y, muy especialmente, en la política, existen criminales que usan sus organizaciones para delinquir. No por eso salimos a decir que todos los empresarios son pillos ni dejamos de ir a elecciones cada 2 años a elegir presidentes o alcaldes. Algunos, desde hace años, hemos venido argumentando que la guerra contra las drogas fracasó y sin embargo muchos quieren trasladar esa lógica a este problema social profundo y recetan como única respuesta la judicialización de todo el que vaya a una tribuna en específico. Ni impunidad ni estigmatización, ni permisividad ni persecución.

Es obvio que hay que investigar, capturar y condenar a quienes delinquen detrás de las barras, pero eso no va a solucionar por sí mismo la problemática que se expresa a través de ellas que, entre otras, sirven como lupa a la dolorosa realidad que se esconde en todos los barrios de Medellín en donde la desesperanza ha vuelto a imponer esa especie de condena que grita que nada importa porque nada va a cambiar.

No nos engañemos, en octubre no basta con vencer al grupo político que hoy tiene la máscara de Quintero y que antes tuvo la de Luis Pérez, hay que derrotar algo más profundo, denso y doloroso que es la sensación de que todo va mal, que nada va a cambiar, nada va a salir bien, porque hagamos lo que hagamos estamos condenados al mierdero que hoy vivimos. La realidad es que también hay cosas positivas, todos los días surgen empresas, se cierran negocios, nacen bebes, empiezan amores y queda un día menos de mal gobierno.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-mesa/

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