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Me enfrento a esta columna con algo de cautela. Lo hago, porque pretendo escribir unas palabras sobre un tema del que no lo sé todo y del que tampoco tengo una posición clara y definida. Pero no le temo a cambiar de opinión, así que voy a hablar de lo que pienso hoy, que es posible que sea diferente a lo que piense mañana.
Internet se llenó esta semana de la imagen de Khloé Kardashian posando en una cama de un hospital con su recién nacido, como quien acaba de parir. Lo curioso en esta imagen es que la famosa no fue quien parió al bebé, a pesar de que ella legalmente sea su madre. Su llegada al mundo fue a través de lo que conocemos como “maternidad subrogada”.
Para ubicarnos conceptualmente, entendemos por maternidad subrogada un método de reproducción asistida, donde la mujer que gesta al bebé no será legalmente su madre.
Este tema se presta entonces para grandes debates, tanto desde lo jurídico como desde lo ético y lo moral. Desde lo jurídico, ¿hablamos de una prestación de servicios, donde el servicio es la gestación de una vida humana?, ¿o de una compraventa de cosa cierta?, ¿o de un contrato de cesión de derechos sobre un ser humano?, ¿es un objeto lícito del contrato la criatura gestada?, ¿o lo es el cuerpo de la mujer? El tema en Colombia no está resuelto, y aunque ha sido mencionado por la Corte Constitucional, sigue existiendo un vacío jurídico al respecto.
Ya desde lo ético y lo moral, el abordaje es aun más complejo y se debate entre la libertad de la mujer frente a su cuerpo y la mercantilización de este. Las mujeres hemos dado una lucha histórica por el hecho de poder decidir sobre nuestra propia individualidad, y en esta, sobre nuestro cuerpo. Diciendo esto, la respuesta inmediata sería entonces a favor de esta práctica de reproducción; sin embargo, las mujeres que alquilan su vientre, ¿están realmente haciendo uso de su autonomía?, ¿o son mujeres empobrecidas sin más opción que poner su cuerpo al servicio de un mercado? Hablando de una subrogación, donde media un contrato con una contraprestación económica, yo me decantaría más por la segunda. Las mujeres que mercantilizan su cuerpo son en su mayoría mujeres sin más opciones, y esta decisión no se toma como un ejercicio de libertad, sino por el contrario, como una salida desesperada a una situación económica precaria.
Ahora, no en todas las maternidades subrogadas hablamos de contraprestaciones económicas. Dentro de los tipos conocidos hay algunas que son altruistas, incluso dentro de las mismas familias. Aquí la motivación es superior a la monetaria y se trata en cambio de una motivación desde el amor ¿Entonces la mujer realmente sí es quien toma las decisiones sobre su cuerpo? Yo diría inicialmente que sí. Sin embargo, ¿qué pasa si, en este caso, la madre y padre biológicos, en mitad del embarazo, deciden no querer más el bebé? ¿pueden obligar a la madre gestante a abortar?
Con todas estas preguntas solo quiero denotar que el tema es mucho más complejo de lo que parece y que tomar una postura radical al respecto, por lo menos para mí, es difícil.
Pensar en la regulación de la maternidad subrogada implica entonces pararse en diversos escenarios. Por un lado, comprender cuál es la motivación o las razones de la madre y el padre biológicos, ¿es un tema de imposibilidad de gestar o de vanidad?; entender también cuáles son las causas por las que la madre gestante llegó a este punto, ¿necesidad económica o acto de amor?; y en todo caso, tener en cuenta las afectaciones psicológicas para todas las partes involucradas, inclusive para el bebé.
Como verán, no tengo una posición, todo es un depende. Y aunque me causa escozor pensar que el cuerpo femenino y que una vida humana puedan ser objeto de comercialización, también entiendo que las relaciones humanas no son blancas o negras y que en el gris hay un sinnúmero de razones posibles que nos pueden dar una mirada diferente.