En el 2008, Rebecca Solnit publicó un ensayo llamado Men Explain Things to Me, (Los hombres me explican cosas) En este, la autora detalló cómo una vez un hombre, luego de enterarse del tema de su nuevo libro la interrumpió y le empezó a recomendar otro sobre el mismo tema, una lectura “imperdible” le dijo él. Luego de que ella intentara comentar varias veces que ya sabía lo que él le estaba narrando, pues había escrito un libro entero sobre esto, y tal vez sugerir que hablaba de la misma obra que ella creó, el hombre seguía explicándole, dándole recomendaciones sobre cómo podía aprender más sobre el tema. Solnit cuenta cómo en ese momento aceptó su rol de escuchar, de aprender de este hombre tan aparentemente conocedor de ese asunto sobre el cual ella es una experta. Al final, no solo se hizo evidente que el hombre estaba hablando del libro que ella escribió, sino que ni siquiera se lo había leído completo.
Una vez salí con una persona que me dijo que quería conocer un poco más sobre el movimiento feminista, del cual no solo hago parte, sino que muy ferozmente defiendo y comparto en mis redes sociales. Perfecto me pareció, pues nunca pierdo oportunidad de aclarar dudas o debatir ideas, pues ahí es donde más aprendo: escuchando a otros. Pero al mismo tiempo sabía que era probable que, aunque había estado trabajando en una organización feminista desde los once años, esta persona me iba a explicar por qué el feminismo es innecesario o perjudicial. Ya muchos hombres, luego de fingir genuina curiosidad sobre mis opiniones y pensamientos, me habían explicado por qué la equidad de género no tiene sentido en el siglo XXI. Las mujeres ya podemos votar, nada nos impide llegar a ser presidentes, podemos trabajar ¿cierto?, es más, las mujeres tienen más derechos que los hombres porque en la mayoría de los casos de divorcio las madres se quedan con la custodia principal, ¿no es así? Y también está el aborto, donde las mujeres podemos decidir y el hombre no puede decir ni mú.
Efectivamente, el tema central de la conversación fue cómo las mujeres no deberíamos sentir miedo a salir solas por la noche porque podemos acceder a un sistema judicial imparcial si nos pasa algo, y si nos violan, contamos con “todo el peso de la ley” para poder sancionar a los responsables. Además, resaltó, como muchos otros antes que él, que las mujeres podemos votar, y por ende, el movimiento feminista que nació del movimiento por el sufragio femenino en Estados Unidos, no es necesario. Ya obtuvimos lo que queríamos y las únicas que siguen replicando la necesidad del feminismo están armando un problema donde no pasa nada.
Como les dije ya me estaba esperando este monólogo. Tal y como Solnit, asumí mi rol de quedarme callada, mirándolo hablar, tal vez asintiendo con la cabeza luego de ciertos comentarios o cuando me preguntaba si entendía lo que me estaba diciendo. Sí, créanme que entendía clarito lo que este hombre me estaba diciendo. Estoy segura de que todas las mujeres leyendo estas palabras han sido víctimas de este fenómeno que en inglés bautizaron mansplaining, pero que solo se refiere a los momentos en los que un hombre le da una explicación a una persona, generalmente a una mujer, sin esta ser solicitada y con un tono condescendiente, asumiendo que él sabe más que ella. Y a esto se reduce el mansplaining, a un hombre creyendo que naturalmente sabe más que una mujer, aun cuando esta tenga más experiencia o conocimientos sobre lo que se está hablando.
Hace poco me dijeron que este fenómeno realmente no tiene género, pues hay personas que recurren a dar explicaciones innecesarias a personas que tal vez sepan más que ellos, sean hombres o mujeres. También me dijeron que esto muchas veces no es intencional, pues en una conversación del día a día no hay manera de saber si la otra persona tiene una carrera que la haga más calificada sobre ciertos temas. Y sí, contra esto no puedo debatir. Pero la diferencia entre esto y el mansplaining es que se asuma, aunque no sea una decisión consciente, que las mujeres somos menos conocedoras que los hombres por naturaleza, o que necesitamos la opinión de los hombres para poder crear la propia. Es triste que el mansplaining sea tan normal, tan frecuente, que se confunda con un interés genuino por brindarle al otro mis conocimientos. Y la diferencia está en ese tono que todas las mujeres podemos reconocer, esa entonación que nos susurra, entre las explicaciones y los monólogos, que nuestro rol es quedarnos calladas, dejar que ellos sean los conocedores.
Aquí voy a hablar franco: ¿a mí un hombre con qué cara me va a hablar sobre cómo me debería sentir segura caminando por la calle porque soy libre de entablar una demanda, o acudir a la Fiscalía si me agreden? ¿A mí un hombre con qué derecho me va a explicar que la inequidad de género no existe en el mundo moderno? ¿Cómo me van a decir que soy libre en una sociedad patriarcal? Y esto es un círculo vicioso, pues entre menos nos dejen hablar y entre más nos expliquen, más se adentran en la fantasía del mundo que nos están explicando. Entre más hablen, más nos callan. Y claro, las preguntas, propuestas e ideas son más que bienvenidas, siempre y cuando sea una conversación de dos partes, en la que mi voz sea igualmente respetada y escuchada como las demás.