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Desde que empecé a leer Actos Humanos de Han Kang, la nobel de literatura 2024, sentí un malestar físico, un hueco. Era tristeza, incomodidad.
Han Kang narra la represión del Ejército contra las protestas de los estudiantes en la ciudad de Gwangju contra la dictadura militar de Chun Doo-hwan en 1980. Es una matanza sanguinaria que Han Kang describe con intensidad: se siente el olor de los muertos que apilan uno sobre otro en un matorral (“Mi cuerpo, aplastado por la mole de cadáveres, era el segundo desde abajo”) o la desolación de un joven que busca entre los cuerpos arrumados en un coliseo a su amigo, y como no lo encuentra se queda cuidando a los muertos, guiando a otros (“Cuando levantas la tela blanca de algodón manchada de sangre y pus secos, te esperan las caras desgarradas, los hombros cercenados, los pechos que se pudren debajo de las blusas”).
En Actos Humanos se ve la crueldad humana, pero es sobre todo una historia de víctimas. Son las víctimas las que narran. Es ese dolor que queda el que va reconstruyendo la muerte, la violencia, el poder, las cosas que no se entienden. “El jefe de la secretaría presidencial le dijo al presidente Park Chung-hee: ‘En Camboya mataron a más de dos millones de personas. No hay ninguna razón para que no hagamos lo mismo”.
Estaba leyendo Actos Humanos cuando borraron el mural de Las cuchas tienen razón. Escribo leyendo esta noticia en El Colombiano: confirman que cuerpos hallados en La Escombrera presentan tiros de gracia y son víctimas de desaparición entre 2002 y 2003. No descartan torturas.
Pero que se haga el silencio, que no hablen ni las paredes. Que no hablemos. Que no salga a la luz lo que está enterrado.
Como si no fuéramos tantas las víctimas de este país.
Sé que soy un disco rayado: cada que hay un resquicio de posibilidad cuento que mataron al papá. Lo nombro, me gusta que sea más que un número, era mi papá, se llamaba Eduardo.
Igual me importan las cifras. Hace días encontré esta: en 1988 mataron a 4 204 personas por razones políticas. Una fue el papá. Al menos 4 203 personas más —contando una sola por muerto— perdieron a un esposo o a un hijo o a un padre como yo ese año, y solo por razones políticas. No estaba sola con mi muerto.
Según la Comisión de la Verdad, entre 1985 y 2018 perdieron la vida por el conflicto armado 450 664 personas, pero por el subregistro, la estimación del universo de homicidios puede llegar a 800 000. En Manizales vivían en 2023, según la proyección del Dane, 454 494 personas. Es como si casi todos los habitantes hubieran muerto una vez sin subregistro, dos con subregistro, y no hubiese quedado casi nadie para llorar.
Pero eso son solo los homicidios. Según la Comisión de la Verdad, 121 768 personas fueron desaparecidas forzadamente entre 1985 y 2016. Si se tiene en cuenta el subregistro, el universo de desaparición forzada puede llegar a las 210 000 víctimas. Por desplazamiento forzado, se presentaron 752 964 víctimas entre 1985 y 2019. Y se puede seguir: 50 770 víctimas de secuestro y toma de rehenes entre 1990 y 2018, 16 238 casos de reclutamiento, de niños, niñas y adolescentes desde 1990 hasta 2017.
Estas son cifras de los últimos 30-40 años, en una guerra que lleva más de sesenta si solo contamos desde la aparición de las guerrillas, pero que uno puede devolverse más, mucho más para darse cuenta de que siempre (o casi siempre) hemos estado en guerra.
Y no termina: en el Catatumbo la cifra ya supera las 40 000 personas desplazadas y más de 80 asesinadas por la violencia de los últimos días. Lo del Catatumbo es una batalla de los grupos armados ilegales por el territorio y el negocio de la droga.
En los datos de la Comisión de la Verdad está este: cerca del 80 por ciento de personas muertas en el conflicto fueron civiles y 20 por ciento combatientes. Los más afectados en los últimos días en el Catatumbo también son las personas que no tienen nada que ver, que viven ahí.
¿Y para qué tantos datos? Porque en Colombia se nos olvida que muchísimos hemos sido víctimas de la guerra, y que en lugar de acompañarlas, de apoyarlas, las negamos y las irrespetamos.
Irrespetamos su dolor, su tristeza, sus procesos de duelo, sus búsquedas de verdad. Un ejemplo fue el mural de Las cuchas tienen razón o lo de Polo Polo botando a la basura las botas de la memoria, un homenaje a las madres víctimas de Falsos Positivos (y que por ahora no va a tener que pedir perdón porque la Sala Civil del Tribunal Superior de Bogotá revocó el fallo de tutela que se lo ordenaba). A la falta de justicia y al silencio —el no hablemos de nuestros muertos—, cada vez se suma más una moda negacionista en redes sociales—porque no es que se lo estén inventando ahora. Para los poderosos y los que hacen la guerra es mejor que borremos a todos los que hemos sufrido, y porque al final, la mayoría de esas víctimas son pobres y viven en territorios que muchos ni sabemos dónde quedan. Neguemos para que no existan.
Pero el roto que tenemos como sociedad, el hueco que la guerra ha hecho en muchos colombianos, es una grieta intapable.
Empecé por Han Kang porque me hizo pensar que nos falta mucho conocimiento —pese a tantos años— sobre las consecuencias de la guerra. El dolor de las víctimas. Que necesitamos que nos desacostumbremos al horror, a dejar de pensar que el otro es el que sufre, que la violencia está lejos, que no me toca. Porque aunque a usted no le haya pasado, usted es parte de ese país resquebrajado. Somos lo que somos también por nuestros muertos. Por algo hay que empezar. Repintando los murales. Repitiendo nuestras historias: al papá lo mataron. Creyendo en las cuchas. Escuchando a las víctimas. Leyendo libros que nos ayuden a entender. Escribiendo. No replicando Fake News. No cerrando los ojos. No negando. Escuchando a las víctimas. Cuestionando a los negacionistas. Creyendo en quienes han sufrido la guerra de frente. Incomodándonos, sintiendo. Tenemos que ser cada vez más los que no nos quedemos callados. Escribió Albert Camus en su discurso de 1957 cuando recibió el premio Nobel de Literatura: “El papel del escritor no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen”. Hay que estar donde dice Camus. No con quien hace la historia, sino con quien la padece.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/