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“Si usted comprando 50 votos puede salvar a la ciudad de alguien capaz de comprar 50 mil votos ¿lo haría?” Esto le preguntó Antanas Mockus a Samuel Moreno (en ese entonces candidato a la Alcaldía de Bogotá). “Sí, no lo dudo” respondió Moreno casi de inmediato. Luego vinieron varios segundos de un silencio incómodo que fueron interrumpidos por el moderador del debate para darle la palabra a otro de los entrevistadores.
El debate fue transmitido en el prime time de Caracol hace más de 15 años, pocos días antes de las elecciones. Era un debate decisivo. Al finalizar el debate, fuera de cámaras, Moreno le dijo a Mockus: “al menos fui sincero”. Recuerdo muy bien que en ese entonces se especulaba sobre el posible efecto de la frase en la opinión pública. Pocos días después, Moreno obtuvo una votación histórica: más de 900 mil votos y un 15% de ventaja sobre el segundo, Enrique Peñalosa. Las maquinarias en Bogotá lo acompañaron. Eso fue evidente.
Aunque no sabemos si finalmente Moreno compró votos, no nos cabe duda del desastre que fue su alcaldía. Fue destituido, expulsado de su partido y capturado por orden de un juez antes de que se cumpliera su periodo de gobierno. Empresarios, congresistas, concejales y funcionarios de la Alcaldía participaron en el mayor desfalco al erario en la historia de la ciudad. En esa época Moreno y sus secuaces hablaban de una supuesta persecución política y de un montaje. La vieja confiable.
En el fondo, en aquella ocasión, Samuel Moreno echó mano del argumento del mal menor. Esta idea supone, grosso modo, que está justificado actuar de manera indebida si ello conduce a evitar una situación en la que las condiciones serían peores. Una ponderación difícil de realizar pero que a menudo aparece entre los dilemas de los tomadores de decisiones (A propósito, este asunto es abordado por mi amigo José Luis Correa en su tesis doctoral, quien muy generosamente me permitió leerla)
Sin embargo, no siempre el asunto este del “mal menor” es realmente altruista o apegado a la ética. Por el contrario, es utilizado a menudo por gobernantes (y políticos en general) para justificar sus actuaciones y asegurarse el aplauso de la tribuna mientras se salen con la suya. Y la gente se lo cree. Terminan, por ejemplo, justificando cosas como la evidente falta ética de la ministra Irene Vélez al falsificar un documento que le da la razón al gobierno Petro. Sus defensores han salido a señalar que se trata de una persecución y no dudo que en la cabeza de muchos petristas esté rondando la idea del mal menor: no importa lo que haga la ministra, lo que importa es lo que busca.
De hecho, no es nuevo que el petrismo y sus áulicos actúen de esta manera. Una de las críticas que le sigo haciendo a Petro tiene que ver con esa manera “pícara” de hacer política. Difundiendo información falsa. El tuitero Petro, tanto en la Alcaldía como fuera de ella, ha compartido imágenes falsas, como cuando utilizó fotos del metro de Moscú para asegurando que eran los del proyecto de metro subterráneo.
De eso se trata cuando dicen “correr la línea ética” un poquito. Se montan en un curubito moral. Realmente se creen los buenos. Se creen los únicos. Los demás son herejes. Y así van a las elecciones. Porque para ellos la democracia es de todo o nada, porque si ganan se imponen. No importa que hayan ganado con la mitad de los votos. Se imponen sobre la otra mitad del país. No importan los medios. Como nos conducen a la utopía, cualquier mal es menor. Es un cuento bien echado que se aprovecha de la permisividad de la gente.
Pasa en muchas ciudades. Está pasando en Medellín, Cali y Manizales, por ejemplo. Tres ejemplos de gobiernos nefastos que se burlan de la gente y van campantes por ahí, gobernando de manera irresponsable, nombrando gente sin el perfil adecuado, cometiendo irregularidades en la contratación, difundiendo información falsa y macartizando a los críticos. Cometen muchos males menores, todos los días. Picardías.
Y pasa en campaña. Y el propósito de esta columna es precisamente ese. Volver a traer la discusión sobre la ética en campaña. Ya estamos viendo el desfile de proyectos políticos personalistas, incapaces de reconocer virtudes en otros. La mayoría de candidatos se monta en el curubito moral y desde ahí se ponen manos a la obra. No importan los medios porque lo que importa es ganar.
Por ejemplo, difundir sondeos engañosos, sin ficha técnica y de dudosa rigurosidad como ya comienza a verse en la competencia por la Alcaldía de Medellín: una encuesta elaborada, supuestamente, por el Centro Nacional de Consultoría pero que su presidente me negó personalmente y un “sondeo” elaborado por la firma T&SE Encuestas, publicada por el diario El Tiempo, sin ficha técnica ¿Cómo pueden un periodista y un editor publicar algo de ese estilo?
Y así la gente termina votando por políticos tramposos. Se tragan enterito el cuento del mal menor. Hay que escoger el menos peor, dicen. Y por ahí derechito se van lavando las caras los hampones. Por eso la invitación a la ciudadanía es a que seamos muy exigentes con los candidatos; a no ser permisivos. Nos son ángeles, no son perfectos, pero trabajan o pretenden hacerlo para nosotros, así que hay exigirles mucho, sobre todo a los nuestros.
Para pensar: Las administraciones de Peñalosa y López le han regresado la estabilidad institucional a la Alcaldía de Bogotá. No es un asunto menor. Escribiendo esta columna recordé que los periodos de Moreno y Petro estuvieron marcados por un sino de inestabilidad. Por esta razón, entre otras, aunque he sido crítico de Claudia López, no estoy de acuerdo con señalar que su alcaldía ha sido la peor en décadas. Estamos inconformes, pero si nos miramos en el espejo de lo que debe soportar la ciudadanía con alcaldes como los de Medellín, Cali o Manizales, no salimos tan mal librados en Bogotá.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/miguel-silva/