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“Parce, es que nosotros no sabemos cómo actuar, necesitamos el manual que nos diga cómo comportarnos para no cagarla”. Esta frase la he venido escuchando hace un par de meses cuando comencé a preguntarme por la construcción y deconstrucción de las masculinidades hegemónicas.
Las mujeres que llevamos algún tiempo en los abordajes de la equidad de género y los feminismos, creemos que se usan las mismas herramientas, lenguajes y abordajes para el trabajo con los hombres, especialmente aquellos cisgénero y heterosexuales; sin embargo, para mi sorpresa, en estos tiempos dónde decidí ver el camino masculino desde la curiosidad y la indagación, he encontrado que el abordaje es muy diferente y requiere de otras sensibilidades.
En este camino aventurero por comprender las masculinidades, es decir, por comprender sus formas de socialización, códigos, estereotipos y dolores generados también por el sistema patriarcal, he encontrado diferentes prácticas y fenómenos que han sido de especial aprendizaje.
Un fenómeno que me ha parecido altamente curioso es reconocer que los hombres (socializados al nacer en el estereotipo masculino) necesitan un manual. Una serie de códigos comportamentales que les diga cuando están actuando “bien y cuando no”. El contexto actual les está exigiendo nuevas prácticas, formas de relacionamiento no violentas, comunicaciones más asertivas, hacerse cargo de su propia existencia, emocionar, actuar y sentipensar por cuenta propia. Camino que implica reflexionarse, tener introspección, habitar la incertidumbre. Sin embargo, ellos, ante dicha solicitud, piden un manual.
Manifiesto que les diga cómo coquetear sin caer en el acoso; cómo entender el consentimiento; decirles cuándo y en qué contexto pueden tener palabras de afirmación sin ser solicitadas por otros; manifestarles cada vez que realizan prácticas violentas, de mansplaining u homofóbicas. Pero, sin duda, este manual tiene que estar acompañado de los incentivos y castigos que se requiere, pues no se hace necesariamente por conciencia, sino que busca tener claridad cuándo se deben recibir celebraciones, aplausos y exaltaciones por comportarse distinto. (Como sí tendríamos que agradecer por el favor de comportarse a la altura de la historia humana).
Para ser más explícita, he visto a mi padre manifestando que no se cuida porque no tiene una mujer a su lado que le diga cómo y cuando tomarse las pastillas. He visto a compañeros de mis amigas a los que ellas tienen que ser extremadamente explicitas para pedir ayuda o algún tipo de afecto necesario para la convivencia. Me he topado con compañeros de trabajo, de estudio o con personas que converso, diciéndome que les manifieste los errores que no pueden cometer porque ya están sufriendo las consecuencias. Y por supuesto, me he visto preparando conversaciones incómodas con mi compañero al tener que mencionar punto a punto las manifestaciones de respeto y acuerdos que hemos planteado.
Dicha solicitud de manual esconde algo: la poca capacidad para tomar decisiones, tomar riesgos, adaptarse al cambio y asumir la flexibilidad de las preguntas vitales. Sin duda, algunos dirán que esto sí lo tienen, pero son acciones que pueden llegar a materializarse en planos sociales, incluso más de orden económico; de lo contrario, van a la fija, les cuesta el movimiento y prefieren asumir posturas radicales y dogmáticas con tal de no moverse de sus zonas de confort.
¿No les parece muy curiosa esta práctica? Esta manifestación eterna de buscar maternidades suplantadas. La maternidad como símbolo de relacionamiento arquetípico, materializada en las prácticas de cuidado y de control, plantea la necesidad de decirle al otro qué hacer siempre, cómo debe actuar; marca el camino del castigo cuando se altera la norma, y de celebración y afecto cuando se actúa en concordancia con el deseo de la otra.
Este ejercicio es para ambos; a los hombres se le educa para actuar en favor de la madre y a las mujeres nos educan para buscar el hijo a quien maternar. Parecería que se nos pasa la vida transitando entre madres e hijos arquetípicos, que limitan la posibilidad de construir una subjetividad propia y en horizontalidad con los otros.
Crecer y hacerse cargo de la próxima existencia es doloroso, por supuesto. Habitar la incertidumbre, asumir el riesgo, el propio pensamiento y deseo, manifestar la propia construcción y caminar hacia ella, es un acto de valentía y de conciencia que no todas las personas asumen.
Por eso, esto no es un reclamo, es una invitación, porque es un problema público tener que estar cargando todo el tiempo las preguntas que los otros no quieren hacerse. Qué bueno sería acompañar preguntas vitales, tal como lo hacemos en otros planos de la vida cotidiana, y no tener que estar educando a hijos adultos.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/