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Lo que nos deja Medellín Cómo Vamos

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Acabamos de vivir un acontecimiento de nuestra historia de ciudad que marcó profundamente lo que somos. Fue la cristalización de las peores fuerzas de una sociedad que en su acontecer aparecieron como muerte, saqueo, espolio… Son las consecuencias de una ciudad que, en la medida en que no es capaz de transubstanciar su pasado, ha de padecerlo siempre como repetición. De tal forma pues que el surgimiento de lo narco, de la política apuntalada en su economía, la carencia de un desarrollo de las oportunidades que crea la dinamización de las fuerzas productivas del capital, y como consecuencia de esta ausencia, las inmensas bolsas de pobreza que se concentran en la periferia, todo eso está destinado a aparecer una y otra vez desde los años 80 hasta nuestros días y hacia adelante, mientras no logremos transformar sus anclajes estructurales.

Y en virtud de dicho proceso es que Medellín padeció los cuatro años de la administración anterior, pues en la medida en que nuestra realidad sociológica sigue siendo la repetición de lo no transformado, esas fuerzas se encarnan en fuerzas políticas o en grupos organizados para el cumplimiento de un fin, que en este caso fue el saqueo de los recursos de la ciudad como medio para llenar de privilegios las billeteras de algunos privados. Pero después de tanta destrucción, nos corresponde ahora ejercitar nuestra racionalidad colectiva para entender, por un lado, lo sucedido, y por el otro, aquello que debería venir.

Considero en este sentido que lo venidero es, como principio y fundamento, la seguridad. Medellín tiene que ser segura. La violencia no puede truncar una sola vida más, porque ahí morimos todos un poco como Ciudad. Necesitamos una política de seguridad sostenible capaz de entender la complejidad de Medellín, la diversidad de actores y las multicausales intersecciones que se retroalimentan para poderlas enfrentar y desarticular. Necesitamos la fuerza y la inteligencia del Estado volcadas en la lucha frontal contra el crimen, y una justicia que realmente sea capaz de llevar a las cárceles a quienes creen ser dueños de Medellín por la fuerza de las armas.

Sin seguridad, es imposible lo demás. El goce efectivo de derechos es una derivación suya. Con la seguridad viene también la inversión, y la potencialización de nuestra misma capacidad productiva. La inseguridad debilita profundamente nuestro más preciado bien para hacer de Medellín una ciudad prospera: el turismo. Lo que vemos hoy no es un más que un eslabón del crimen organizado. Debería convertirse en cambio en una de las mayores fuentes de riqueza de la ciudad. Y junto a estas, la economía que se desarrolla alrededor de la creatividad, las industrias del arte, la cultura y el espectáculo. Que el reguetón y los grandes eventos pongan el nombre de Medellín en cada rincón del mundo. Todo esto, junto a la tradición y potencia de grandísima escala de las empresas paisas y al desarrollo de un sistema de economía solidaria que se nutra de ambos brazos. He ahí un camino para erradicar de nuestra sociedad la pobreza.

Lo tercero que debe tener Medellín para salir adelante es belleza. Y no sólo la ornamental, esa belleza necesaria que nace de la limpidez del cielo, de un manejo de aguas capaz de retornarles vida, de una interacción inteligente y respetuosa con el clima y la naturaleza en medio de la cual convive la Ciudad. Ruralizar la urbe debería ser ese primer imperativo. Y a reglón seguido, entender que belleza es experiencia de vida donde el proyecto de existencia se desenvuelve en espacialidades en las cuales se hace posible que aparezcan la reflexión, la ciencia, la ética.

Así pues, luego de las dolorosas conclusiones que ha entregado en sus últimos estudios los tanques de pensamiento de la ciudad, nuestro reto debe ser pensar a Medellín como una Ciudad segura, solidaria y bella.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/julian-vasquez/

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