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Cuando supe que estaba en embarazo vinieron a mi mente muchos pensamientos, el más recurrente fue —y sigue siendo—: cómo voy a lidiar con los comentarios de afuera. No hay nada que me perturbe más.

Te dicen que hagas oídos sordos, que no pares bolas, que dejes que te resbale el qué dirán. Es verdad que todos necesitamos más de esto: dejar ir y hacernos los locos. Pero también es cierto que las embarazadas necesitamos empatía y respeto. Muchas, me atrevo a decir que la mayoría, queremos silencio, compasión, lugares donde nos sintamos seguras y no juzgadas y, especialmente, espacios donde no todo gire en torno a nuestro estado y futura maternidad.

Hace unos días, una amiga que también está en embarazo, me contó cómo la trataron en una clínica cuando llegó a consultar por urgencias pues llevaba dos días sin sentir a su bebé. Lo primero que le dijeron de manera inquisitiva fue: “¿Usted por qué no había venido antes?”. La pusieron en estado de alerta y la hicieron sentir peor de lo que se sentía. Recibió la misma pregunta de cuenta de la ginecóloga que la revisó para, luego de hacerle una ecografía transvaginal, decirle que tranquila, que ella y su bebé estaban bien y que era normal por el estrés, la carga laboral y las responsabilidades del día a día que, a veces, no sintiera a su niña. Si tu bebé de pronto está mal, te tratan como si lo estuvieras matando, pero si está bien, te tratan con todo el cariño del mundo. Una ambivalencia terrible donde las mujeres siempre estamos a un paso de ser revictimizadas.

Me pregunto por qué no la tranquilizaron inmediatamente cuando llegó, antes de alertarla, diciéndole que podía ser normal lo que ocurría. Qué manera siniestra de tratar a una mujer en su primer embarazo quien, además, no tiene la culpa de si algo dentro de ella o de su bebé llega a fallar. El embarazo es un estado extraordinario. No es un estado normal ni natural y, por más que todo vaya bien, en cualquier momento se puede complicar. Y nunca, salvo en casos muy extremos e irresponsables, es culpa de la gestante.

Pensaba también en cómo los demás quieren diseccionar a la mujer en su totalidad cuando le ven la barriga. Te bombardean con todo tipo de preguntas, algunas demasiado íntimas, como qué tipo de parto quieres, si vas a pedir la epidural, si vas a alimentar a tu bebé con tu leche, si estabas buscando el embarazo o si fue una “metida de patas”, qué métodos de planificación usabas y hace cuanto los dejaste, cómo y en qué momento tomaste la decisión de no tener hijos si es que tú habías dicho que no…

A nadie, más que a la mujer y a su pareja, le incumben estas cosas.

Y otras de índole no tan personales, pero agobiantes, pues estás viviendo semana a semana un proceso y no has llegado a pensar tanto en el futuro lejano: ¿a qué colegio vas a meter a tu niña? ¿ya le compraste lo que necesita?

¿ya elegiste pediatra? ¿dónde vas a parir y por qué allá? ¿quiénes serán sus padrinos?…

Seguramente habrá mujeres a las que este despliegue de atención e invasión a su vida les guste y les parezca normal. A mí me molesta, me hastía, me agobia.

Hay demasiado en lo que pensar cuando llega un bebé. O no. Pero, de tanta información que quieren darte, sientes que no estás haciendo lo suficiente, que te cogió la noche para lavar y organizar la ropa, que no vas a conseguir cupo en ningún colegio, que no te has preparado para el parto, que aún no tienes claro cómo vas a criar, cómo vas a lactar porque no has llamado a la asesora de lactancia, que no deberías tomar tanto café, ni haberte tomado esa cerveza, que si hubieras sabido que estabas en embarazo antes no te habrías tinturado el pelo, que eres muy relajada o que, por el contrario, te vas a estresar más de la cuenta porque ya eres una persona muy nerviosa, que no has medido todos los riesgos que hay en tu casa ni te has cuidado lo suficiente para que tu bebé no se enferme, que ya sabes que no vas a dormir cuando nazca, pero qué tan bueno que durante el embarazo has dormido bien, que qué tan raro que no te dieron náuseas ni vómito, que esa barriga no parece de niña si no de niño. ¿Será que sí te dijeron el sexo correcto? Que no sabes lo que te espera porque es muy duro, pero si te sueñas ese momento, eres muy ingenua, no es para nada fácil. Que vas a tener mucho miedo, sin embargo, todo pasa porque vas a conocer el amor de tu vida, (y entonces te preguntas: ¿Y si no? Cómo voy a decir que el amor de mi vida sigue siendo mi esposo, mi perro, mis hermanos, mi mamá, mi papá). Que cuides tu salud mental y física, pero tampoco te excedas porque acuérdate que estás creando vida, que cuando estés exhausta llames a tu red de apoyo, pero vas a ver que durante unos días no vas a querer estar con nadie. Que si estás cansada hoy, no tienes ni idea del cansancio que te espera y que todavía te faltan los meses más duros… Y que tu vida nunca volverá a ser la misma entonces ve haciendo el duelo desde ya a la mujer que eras antes, pero deberías estar muy feliz porque ser mamá es lo más hermoso que te puede pasar.

¡Basta! No quiero escuchar más consejos no pedidos, historias de otros embarazos, partos y post partos, preguntas imprudentes y personales. No quiero saber lo que me espera en la voz de otras mujeres. Si sí pasa todo eso que me advierten, déjenme averiguarlo por mi cuenta, déjenme descubrirlo, déjenme equivocarme, déjenme expresar cómo me siento, lo que quiero y cómo lo quiero. Déjenme sentir y experimentar libremente lo que me llegue sin predisposiciones de lentes ajenos. Nadie, ni con la maternidad, ni con nada, aprende por experiencias de otros. Cada ser es un universo y los universos, ya sabemos, albergan multitudes. Se mantienen en expansión.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/amalia-uribe/

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