Lo que nadie me dijo sobre mis veinte

Lo que nadie me dijo sobre mis veinte

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Es noviembre del 2023 y tengo veintitrés años. Como me repiten a diario, esta es la edad en la que tengo permitido sentirme perdida, ¿cierto?, porque me estoy encontrando, porque tengo tiempo, porque no debería de preocuparme por el futuro tanto, un discurso muy parecido al que le repetimos a los niños de doce y trece años que están entrando a la adolescencia. Me dicen, también, que a esta edad los problemas no son reales.

No tengo hijos, tampoco una renta que pagar o un crédito enorme con el banco, entonces, ¿por qué siento que estoy en la época más compleja en la que pudiese estar?, que ya no soy una adolescente y día a día me tratan más como una adulta, una adultez a la que nadie está preparado para vivir hasta que la empieza a experimentar.

Sí, me han explicado cómo declarar renta, aplicar a trabajos, pensar en mi pensión o en la responsabilidad financiera, pero existen habilidades blandas y emocionales que importan incluso más que las anteriores, y de las que no hablamos tanto.

Abrumarse, la sensación de tener veinte años es eso, una bruma constante sobre las decisiones que tendremos que tomar en muy corto tiempo; tenemos que encontrar respuestas. El problema no es llegar a ellas, sino tener la habilidad emocional de no ahogarnos con lo que significa desechar otras opciones que pudiesen hacer de nuestra vida algo muy distinto.

Durante mis quince años, las diferencias con mis pares sí existían, pero eran mínimas. Casi todas estudiamos el mismo grado, con los mismos amigos y las mismas posibilidades y responsabilidades: pasar el año, tener buenas notas, no firmar el observador, no pelear con nuestros padres o sobresalir con algún hobbie. Hoy, a mis veintitrés, mis pares ya no lo son tanto, nuestros caminos se distancian y todos empezamos a vivir la adultez de formas muy distintas: algunos se independizan, empiezan a compartir sus logros profesionales, o por el contrario, se dedican a no hacer nada; algunos se casan, otras se van del país. En los veinte, mis pares ya no lo son tanto y eso solo facilita en mi cabeza la misma pregunta, invasiva, constante: ¿acaso me estoy quedando atrás?, ¿qué es lo que debería hacer de mi vida?

Así, día tras día. Los veinte ya no se tratan sobre si puedo beber o salir, de sentirme grande y libre, sino de descubrir verdaderamente quién soy. Más bien, quién quiero ser de verdad.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/

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