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Catalina Franco R.

Lo pavoroso y lo bello

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“…para apelar, sucesiva, alternativamente,

a la piedad, a la memoria, a la decencia, a lo sagrado porque sí.”

Los adioses. Juan Carlos Onetti.

Llegaron las elecciones en Colombia y para muchos son simplemente política, lo sucio y lo corrupto que lastimosamente estamos acostumbrados a atestiguar sin asomo de vergüenza por parte de quienes se disputan el show. No culpo a quienes se quedan en ese primer lente, pues las campañas y las decepciones lo empañan hasta convertirlo en una pared. Pero hay que recordar que, en últimas, se trata del momento en el que expresamos con algún efecto la manera en la que queremos vivir, el tipo de sociedad que soñamos.

Por eso hay que intentar ir un poco más allá de esos juegos de poder, de caras o partidos o afinidades superficiales o egoístas con las que creemos identificarnos. Decía Martin Caparrós hace unos días sobre la democracia que “Está claro que votar es un derecho básico, ganado en siglos de peleas. Pero también debería ser un deber ganarse ese derecho cada vez. Si votar es decidir cómo va a vivir una comunidad, para tener el derecho de hacerlo cada individuo de esa comunidad debería hacer el esfuerzo de informarse, pensar y discutir cuáles serían las mejores formas”.

Para que la democracia, el menos malo de los sistemas políticos con los que nos hemos organizado, funcione mejor, se hace necesario que esa mayoría que decide lo haga informada y que, ojalá desde la educación y la posibilidad de una vida digna, lo haga también con sentido de lo colectivo, con algo de empatía y compasión por el desconocido, por el de circunstancias distintas a las suyas.

El columnista de No Apto Juan Pablo Trujillo citaba esta semana lo que le dijo hace poco Irene Montero a Macarena Olona en el parlamento español: “¿Sabe cuál es la diferencia entre usted y yo? Que yo quiero lo mismo para la gente que no conozco de nada, que para la gente que más amo en la vida”. Una idea muy poderosa como base a la hora de votar que, aunque retadora, sería con certeza un pilar sólido para una sociedad más armónica y una vida mejor.

Hace poco nos decía el escritor Ricardo Silva Romero en el podcast de Universo No Apto que en Colombia, donde hay un estado roto que ha tenido una presencia hostil, la familia ha sido el gran refugio, y que lo que no se resuelve allí dentro, “la imposibilidad de contener a sus miembros”, repercute en los complejos problemas del país, en tanta violencia. Decía también que aquí sucede mucho dolor por minuto y que estamos demasiado ocupados para ser compasivos todo el tiempo…

Entonces pienso en eso de querer para los que no conozco lo mismo que quiero para los que amo. Siento que así, eligiendo más desde la búsqueda del bien común para que haya más vidas dignas y, por ende, más espacio para la compasión, las familias tendrían una mayor posibilidad de sanar desde dentro y así ser un refugio más seguro y más iluminador, que llevaría a su vez a consolidar sociedades más cohesionadas, naciones hechas de personas que comparten un destino y no solo de documentos de identidad pegados con cinta.

Creo que en este país el pasado carga tanta sangre y pesa tanto, que nos ha hecho olvidarnos de que el presente apenas está ocurriendo y que no tiene que repetir lo que no queremos volver a ver. “…consciente de su estatura, de su cansancio, de que la existencia del pasado depende de la cantidad de presente que le demos, y que es posible darle poca, darle ninguna”, dice Juan Carlos Onetti en Los adioses.

Es que la vida es muy compleja —y muy corta— para aferrarnos al dolor que ya fue y seguírselo calcando al futuro. Es tan cierto eso de que mientras sigamos haciendo lo mismo seguiremos obteniendo los mismos resultados. Hay que salir a elegir lo que nos haga más humanos y nos permita mirarnos a todos a los ojos, así como seguir respirando y contemplando la belleza del mundo.

«Todo es pavoroso, supremamente bello», dijo Leila Guerriero hace poco. Y yo pienso en seguir persiguiendo la decencia, intentando que quienes direccionen el camino común nos ayuden a que al abrir los ojos el panorama sea más bello y menos pavoroso.

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