Lo improbable y lo bello

Lo improbable y lo bello

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Estaba pensando que, aun en medio de la sangría mundial, 2024 se me presentó como un año lleno de promesas. Y que, como los relojes que nos hemos inventado se convierten en filtros turbios, 2025 aparece más lleno de incertidumbre en medio también de, creo, esa incertidumbre generalizada que sentimos casi todos los que nos preocupamos de alguna manera por el mundo.

Entonces recordé una escena de la maravillosa miniserie Fuimos los afortunados (Disney+), basada en la historia real de una familia polaca partida en pedazos dentro del infierno nazi: una madre viaja con su hija de dos o tres años en un camión con otros judíos a los que les prometen un destino seguro, pero el camión se detiene en medio de la nada y los filan a todos sobre la tierra para matarlos. Ante la inminencia de lo impensable, la madre le dice a su niña que corra hacia una mujer que conversa amistosamente con uno de los soldados matones. Le dice que corra y la abrace y le diga mamá. Y la niña, que aún no entiende nada excepto el pánico de su madre, que es la única que puede sosegar su propio pánico, deja esos brazos que son el calor que conoce, corre y se resbala en el lodo y se vuelve a levantar y corre no hacia su madre sino hacia esa mujer desconocida convertida en luz, y la abraza y le dice mamá. Entonces el soldado le pregunta a la mujer si la niña es su hija y la mujer mira a la madre en la fila de espera del fusil y le dice que sí, que es su hija. Empiezan a disparar en orden a quienes quedaron sobre la tierra y la madre, ahora que no tiene nada que perder, corre hacia el camión al que han montado a su hija y, por uno de esos misterios de este mundo que no ahorra en crueldad, sobrevive también.

Después de ese agujero negro la madre logra criar a la niña, la ve crecer, y no tengo ni idea de cómo hablarían las dos más adelante, si lo hacían, sobre lo que les pasó. Lo único que sé es que la madre es la única que puede decirle a uno que haga algo que uno no entiende por qué y uno lo hace, sale de la parálisis, helado y revolcado en barro, y corre, vuela sobre las alas de la madre. Ella es quien puede borrar el miedo solo diciendo tranquila, no pasa nada, entre sus brazos, así tenga un fusil en la frente.

Escribió el escritor israelí Etgar Keret en un texto sobre el dolor que ha sentido con lo que ha pasado en su región: “Durante los últimos 16 meses, he pensado muy poco en el futuro y todavía menos en el pasado. El presente me ocupaba toda la cabeza. Es una sensación que conozco de guerras anteriores, una especie de instinto de supervivencia que me guía para que no desperdicie nada de energía en planificar ni reflexionar y me centre exclusivamente en los aspectos prácticos de la existencia”.

A veces hay que hacer eso, concentrarse en el instante presente para no morir de frío, de pánico, de oscuridad. Hacerle caso al amor, que tantas veces parece irracional, para resolver lo irresoluble momentáneamente. Hay que aprender a recrear el abrazo de la madre para respirar. Recordé esa escena empezando este año, a partir de cierto vacío en las entrañas, pensando en cómo aliviar el miedo y la incertidumbre que en realidad no tienen alivio. Esas imágenes me recordaron que a veces lo más improbable hace que lo más bello sea posible. Que 2025 les sea improbable y bello.

Otro escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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