Lecciones del Sur

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Para escuchar leyendo: Todo cambia, Julio Numhauser

Feliz año.

Como en el verso de Barba Jacob, para Venezuela después, está la vida, el tiempo, el mundo. Hoy su nombre es tendencia cada tanto por cuenta del mensaje de algún político, por la resistencia de un pueblo valiente ante una tiranía que lo traicionó, o por el recuerdo amargo de algún exiliado que se graba en la tierra ajena añorando lo propio. Hoy Venezuela es tema de muchos indecentes que lanzan globos sobre su libertad, azuzando intervenciones militares que verán desde sus sofás o reclamándole más sangre a los venezolanos.

Claro, existe un afán en quienes añoramos la democracia y la libertad por ver a ese país recuperar lo que ha perdido. Por ver una transición pacífica, rotunda y que garantice la estabilidad que hace décadas no conocen tantas generaciones de venezolanos.

Frente al cómo, frente al quién, frente al cuándo, ya se ha escrito mucho, ya se ha teorizado de más, creo que se ha obviado una situación que es más compleja aún que sacar de una vez y para siempre a los tiranos. Una vez el ruin combo que se instaló en Miraflores salga del poder, los venezolanos enfrentarán un reto mucho mayor, mucho más profundo, incluso más peligroso, la transición a la democracia.

Verraco es y ha sido sacar a los sátrapas que hoy gobiernan, pero más aún lo será el día siguiente, cuando haya que reconstruir, entre tantas cosas, la confianza y la unidad nacional.

Frente a ese desafío mayúsculo, quisiera reavivar una lección de hace ya más de treinta años, aquella decisión generosa e histórica que tomaron los líderes políticos y sociales que construyeron la Concertación por la Democracia para enfrentar el plebiscito que Chile votó en 1988. Aquella alianza que supo dar muestra de una generosidad y un profundo sentimiento de responsabilidad histórica que pocas veces hemos visto en nuestra América.

No solamente ganaron y defendieron su victoria en aquel octubre, lograron encontrarse en un propósito superior, reconciliar un país que llevaba entonces quince largos años de dictadura cívico-militar.

Esta apuesta da lecciones profundas desde quien la lideraba. Patricio Aylwin, quien en 1973 como presidente del Senado había visto con simpatía la idea de la caída del gobierno de Allende, era elegido cabeza y futuro candidato presidencial de un amplio espectro, que entendía que a Chile había que sacarlo adelante en conjunto y sanar las heridas con la fuerza serena necesaria para no seguir desatando incendios. Detrás de él, estaban los antiguos rivales de los tiempos de la Unidad Popular, que ante la tragedia y la barbarie dejaban de lado las diferencias para centrarse en lo fundamental: la responsabilidad de reconstruir una nación democrática, libre y que contara la verdad de aquellos oscuros años.

Al día siguiente de su posesión presidencial, Aylwin encabezó un acto de celebración en el Estadio Nacional, el otrora centro de tortura de la dictadura. Ese día, en medio de cuecas solas y de banderas al aire, el presidente mismo dio una lección que resuena ante la tierra del Libertador:

«Es hermosa y múltiple la tarea que tenemos por delante: restablecer un clima de respeto y de confianza en la convivencia entre los chilenos, cualesquiera que sean sus creencias, ideas, actividades o condición social, sean civiles o militares, sí señores, sí compatriotas, civiles o militares: ¡Chile es uno solo! ¡Las culpas de personas no pueden comprometer a todos! ¡Tenernos que ser capaces de reconstruir la unidad de la familia chilena!».

Ojalá en Venezuela brille un nuevo sol, ojalá exista allá también la grandeza de líderes que se entiendan responsables de un tiempo de reconstrucción, y no uno de venganzas.

Ánimo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/

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