La vida es esencialmente injusta. De eso no cabe la menor duda. Pero creo que incluso de las situaciones injustas es posible extraer lo que de «justicia» haya en ellas. Puede que ello cueste tiempo y esfuerzo. Y puede que ese tiempo y ese esfuerzo sean en vano. Decidir si merece o no la pena intentar extraer esa «justicia» es algo que, por supuesto, queda al criterio de cada uno.
Haruki Murakami
No llegué a Murakami por sus novelas o por alguno de sus cuentos, sino a través de una obra autobiográfica titulada “De qué hablo cuando hablo de correr”. Ese libro me habló.
Yo estaba pasando por un momento difícil en mi vida llamado tesis doctoral: una criatura mítica cuyo aterrador poder consiste en enfrentarnos con nosotros mismos para luego exponernos ante la inquisidora evaluación de una comunidad académica en busca de su aceptación.
No sé cuándo fue la primera vez que la distimia hizo su aparición en mi vida. Tal vez fue en la adolescencia, o incluso puede que antes. Aunque encontrarle sentido a la existencia, a la mía misma, ha sido un reto permanente, la experiencia de la tesis vino a agravar la distimia que, como ya he mencionado, me acompaña hace muchos años y que, en ocasiones como aquella, puede tornarse no tan leve.
Justo por esos días el libro me habló. No me refiero a que crea que las cosas nos buscan o que exista un destino en el cual estuviera escrito que el libro debía llegar a mi vida. Me refiero a que andaba buscando un salvavidas y lo encontré.
Un par de años atrás había retomado el hábito de salir a trotar un día de por medio. Por alguna razón, que no logro recordar, encontré que trotar era un buen tratamiento para la distimia. El cerebro recibe un estímulo que le ayuda a poner freno a la espiral absorbente de la depresión. Por como bien saben, quienes saben del tema, la química no es suficiente.
Comencé trotando dos kilómetros, luego tres y luego cinco; los suficientes para salir de mi casa, darle un par de vueltas al campus de la universidad en la que daba clase y regresar a tomar un baño. A veces funcionaba, a veces no. A veces el hecho de que el dolor y la fatiga no me permitieran completar la meta hacía que el problema se agudizara en vez de encontrar alivio.
Un día, navegando en internet, buscando información sobre el footing, el algoritmo me sugirió un libro negro, publicado por Tusquets, en cuya portada aparece la fotografía de un hombre trotando, alejándose, dando la espalda al lector. Encima del título aparecía el nombre del autor, que se me hacía familiar como tal vez a cualquier visitante asiduo de cualquier librería.
No es difícil toparse con el nombre de Haruki Murakami en las estanterías de las librerías. Sin embargo, nunca lo había leído y tampoco me habían hablado de él. Así que por pura curiosidad agregué el libro al carrito de compras. ¿Un literato que escribe sobre correr?
Como dice el famoso meme: fui buscando cobre y encontré oro. Murakami se considera a sí mismo como un corredor serio, al punto que dice haber participando en un par de ultramaratones. Cuenta que tomó la decisión de comenzar a correr por la misma época en la que decidió dejarlo todo y dedicarse a escribir.
El libro es un compendio de nueve partes, escritas en distintos momentos, aunque ordenadas cronológicamente, en las que el autor ofrece una serie de reflexiones sobre la vida misma. “Tal vez se deba a mi complicada manera de ser, pero, como soy una persona incapaz de pensar a fondo sobre algo si antes no intento convertirlo en letras (…) tenía que ponerme manos a la obra e intentar escribir un texto como éste” dice Murakami.
Las reflexiones de Murakami podrían caber perfectamente en la tradición filosófica del estoicismo. No es un culto al dolor o al sufrimiento sino una lectura descarnada sobre su inevitabilidad. Una forma de plantarle cara a la multiplicidad de eventos azarosos que chocan entre sí, carentes de sentido, de los que se compone la existencia.
Para Murakami, como para los estoicos, la vida es como es, pero mejor aún, también la vida es como queramos interpretarla y el sentido de la misma depende en buena medida de qué tan conectados estamos con nuestra singularidad. Aceptarnos como somos. Así pude terminar la tesis, en el momento en el que me propuse hacer mi mejor esfuerzo aceptando que tal vez a los jurados no les gustaría, pero eso no definiría el sentido de mi trabajo ni mi singularidad.
Gracias a Murakami, a este libro y a los demás, he aprendido a darle un significado distinto al asunto aquel del éxito, y a valorar la vida, la mía, como un evento absolutamente singular de la existencia, que en realidad poco tiene que ver a su vez con el tal éxito.
No superé la distimia, sigo cargando con ella. Durante mucho tiempo me ocupé de tratar de darle un sentido a la vida, pero luego de Murakami le di un sentido a la enfermedad. Y me acordé de ello porque justo por estos días estuve leyendo su última obra “Primera persona del singular”, un conjunto de cuentos en los que precisamente, fiel a su estilo, presenta una serie de reflexiones de altísimo contenido filosófico a través un conjunto de historias muy suyas.
Ahora que ando en la tarea de hacer campaña por mí, para que voten por mí (para que me acepten), Murakami me ha resultado de gran utilidad, pero no este libro, sino otro, del cual tal vez en una próxima oportunidad me atreva a hablar.