La vaca al precipicio

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“Nosotros teníamos una vaca que se cayó por el precipicio y murió.” Así comienza el desenlace de una de las historias que más marcó mi infancia y que, con todas las noticias internacionales de esta semana, ha resonado con fuerza en mi mente.

Hace unos días, el gobierno de Estados Unidos, bajo la administración de Donald Trump, anunció la suspensión de operaciones de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) mediante una orden ejecutiva firmada por el presidente. Esta medida plantea un período inicial de 90 días de congelación de recursos para países con acuerdos de cooperación vigentes con USAID.

La noticia ha sido recibida con gran preocupación en Colombia, y con razón. Muchos programas sociales y de desarrollo económico dependen de estos fondos internacionales, y su suspensión impactará directamente iniciativas como el apoyo a migrantes venezolanos, los programas de restitución de tierras y reconstrucción del tejido social —especialmente los vinculados a la JEP—, así como las ayudas humanitarias, la lucha contra la inseguridad alimentaria y el acceso a servicios básicos esenciales.

Históricamente, Colombia ha dependido de la cooperación internacional, especialmente en temas de conflicto y lucha contra el narcotráfico. El cierre de USAID, uno de los principales financiadores de estos programas, genera serias dudas sobre su continuidad.

A pesar de la preocupación, el gobierno ha intentado restarle importancia a la medida, asegurando que el país no depende exclusivamente de esta ayuda y que los recursos pueden obtenerse de otras fuentes internacionales. Sin embargo, esto deja sin responder una pregunta de fondo: ¿Es Colombia un país pobre o en vías de desarrollo, incapaz de financiar sus propios programas con recursos propios?

Desde una perspectiva macroeconómica, ¿seguimos siendo una región que depende de la «caridad» de las potencias? Lo más doloroso es que, financieramente, la respuesta parece ser afirmativa. No contamos con la capacidad de sostener nuestros programas sociales sin ayuda externa.

El cierre de USAID nos deja en una posición preocupante desde tres frentes:

  1. Menor financiación para manejar la crisis migratoria venezolana, lo que dificulta la creación de políticas migratorias eficaces y una regulación adecuada de esta población.
  2. Recursos más limitados para la búsqueda de verdad de la JEP, lo que pone en riesgo la continuidad del proceso de paz y el cumplimiento de los acuerdos.
  3. Un tejido social más frágil, sin los fondos necesarios para el acompañamiento económico que permita cubrir necesidades básicas de las poblaciones más vulnerables.

El panorama me remite al fragmento con el que inicié esta columna. La historia de la vaca que cayó por el precipicio narra la vida de una familia extremadamente pobre que sobrevivía gracias a una vaca que les proporcionaba leche para vender. Un día, tras la visita de un monje y su discípulo, la vaca es empujada al precipicio por el discípulo, siguiendo la orden de su maestro. Años después, atormentado por la culpa y curioso por el destino de la familia, el discípulo regresa al lugar y descubre con asombro que, tras la pérdida de su única fuente de sustento, la familia se vio obligada a desarrollar nuevas habilidades y explorar otras oportunidades, logrando finalmente prosperar.

Hoy, Colombia está perdiendo su vaca. USAID, por lo menos una parte de ella, ha sido empujada al precipicio. La pregunta que queda por responder es: ¿será este el final de estos programas sociales o, como aquella familia, lograremos reinventarnos y encontrar una nueva forma de sostenernos?

El desafío es enorme. Pero aún queda por escribirse el desenlace.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/carolina-arrieta/

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