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En el marco de Liderario, programa en el que varios actores de la región, bajo la guía principal de EAFIT y ProAntioquia, buscan fortalecer, formar y acercar, el liderazgo público de hombres y mujeres de Medellín y Antioquia, estuvimos visitando Barranquilla en una agenda llena de conversaciones interesantes con funcionarios públicos, empresarios, académicos y el equipo de ProBarranquilla. Habrá tiempo para hacer un análisis profundo y mesurado sobre lo que ha logrado, lo que le falta y lo que puede esconder el modelo Barranquilla en un contexto político cuestionado por sonoros casos de corrupción, pero por ahora quiero quedarme con algo que me sorprendió: la pasión por Barranquilla.
En los ojos de cada una de las personas con las que conversamos se notaba un gran amor por lo que estaban haciendo, al oírlos se hizo evidente que conocen, comprenden y comparten el rumbo que lleva la ciudad. Su trabajo es un pequeño aporte en un esfuerzo mucho más grande por llegar a ser como ellos han soñado que sea su ciudad. En pocas palabras, cada una de las personas con las que conversamos entiende para donde van y ama lo que hace. Eso es una fuerza muy poderosa.
Fue inevitable pensar cómo hablábamos, cómo sentíamos, cómo vibrábamos, quienes hicimos parte de algunos gobiernos de Medellín y Antioquia. Sentí nostalgia por esos años en los que contábamos con orgullo la transformación que estábamos viviendo. Yo también estuve frente a visitantes de otras partes de Colombia y el mundo explicando el urbanismo social, los colegios de calidad, la importancia del espacio público y tantas cosas más que daban sentido a un trabajo articulado entre actores públicos y privados. Yo también vi a la ciudad luchar por superar el legado de Escobar y reducir dramáticamente los homicidios, vi cambiar físicamente a Medellín, el Parque Explora, el renacimiento del Jardín Botánico, las UVA, los Proyectos Urbanos Integrales, vi nacer programas como Buen Comienzo, las becas de EPM, Ruta N y un largo etcétera que por varios años y gobiernos nos daban la seguridad de estar avanzando con un norte compartido hacia una ciudad mejor para todos. Creo que nos enamoramos demasiado de nosotros mismos.
Pero esa nostalgia por lo que fuimos esconde una trampa que nos puede llevar de nuevo a equivocarnos y a repetir los errores que hicieron que hoy Medellín no tenga rumbo, no haya una conversación profunda, amplia y pluralista sobre lo que somos y lo que queremos ser como ciudad. Esa nostalgia nos puede llevar a creer que lo que teníamos es suficiente para lo que hoy necesitamos, que el modelo Medellín de principios del siglo XXI es el mismo que funciona hoy y a que pasemos por alto la autocrítica. Esa nostalgia puede, además, cercenar la creatividad y limitarnos a los programas que ya fueron exitosos, haciendo que nos perdamos la oportunidad de encontrar nuevas soluciones para viejos y nuevos retos y a dejar por fuera a personas que no hicieron parte de ese primer intento por hacer realidad el “milagro Medellín”.
Para terminar, y aprovechando el tema de esta columna, debo decir que asusta la nostalgia con la que algunos funcionarios del gobierno nacional hablan de la Unión Soviética y de Cuba, desconociendo los miles de abusos documentados, los campos de concentración, las desapariciones y la ruina. Lo he dicho antes, no me asusta la izquierda por el solo hecho de que sea la izquierda, me asusta la mediocridad, la improvisación y la arrogancia de quienes en discursos y proyectos parecen haber olvidado el estruendoso fracaso de unas políticas autoritarias que llevaron sus pueblos al hambre y al atraso, agravando lo que prometían mejorar. Sobre esto, recomiendo la columna de Enrique Santos Calderón en Cambio (https://cambiocolombia.com/los-danieles/el-fantasma-de-stalin). Petro, supere la caída del muro de Berlín, Francia, deje de decir que en Colombia no existe democracia mientras usa como ejemplo la dictadura de una familia en Cuba.
Medellín, salgamos del letargo.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-mesa/