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Advertencia: si no se ha visto la película esta columna tiene spoilers
Coralie Fargeat tiene mucha imaginación. La premisa de su película protagonizada por Demi Moore y Margaret Qualley es muy ingeniosa. La posibilidad de rejuvenecer, de volver al pasado donde todo es bello y estaba en su sitio, no es novedosa. Heródoto habla de la fuente de la juventud en el 400 A.C. Pero la imaginación no necesariamente es la invención de algo completamente nuevo. Es también la posibilidad de explorar algo con otros ojos, de por ejemplo tocar una cumbia a 76 pulsaciones por minuto.
Fargeat reflexiona sobre la eterna juventud como única salida en una sociedad del espectáculo. Una estrella de Hollywood, venida a menos por el paso de los años, es el vehículo que elige para presentar su argumento: la responsabilidad de la cultura sobre la violencia que ejercen las mujeres sobre ellas mismas. Pensada desde ese lugar, nada está fuera de sitio ni es exagerado en su película. El “monstro Elizabeth Sue” es apenas una pequeña muestra de lo que producen en las mujeres, las sociedades del sí, del rendimiento y la belleza. De la capacidad de enajenación de sí mismas, de deformarse al punto de la monstruosidad para mantenerse deseables en un mercado dominado por hombres.
La directora apunta a la cabeza de los espectadores con sus reflexiones sobre las consecuencias que tiene en las mujeres la sociedad del espectáculo. La tragedia de su protagonista es no ser deseada en una cultura confeccionada por hombres. La decisión de Elizabeth de inyectarse la sustancia no es solo vanidad, es más una cuestión de supervivencia. En una sociedad donde las “chicas lindas siempre sonríen”, en la que las mujeres solo son valoradas por su aspecto, es una cuestión vital mantenerse deseable, así eso implique violencia y dolor autoinfligido.
Harvey, interpretado por Dennis Quaid, es el prototipo de hombre que elige la directora. La construcción narrativa de la repugnancia a través de los primeros planos y la mezcla de sonido hace referencia a “Requiem for Dream”. La sustancia está llena de estas alusiones a otras películas: la pastilla azul y la pastilla roja que le da Morfeo a Neo en “Matrix”, el pasillo interminable de “The Shining”, los procedimientos médicos similares a los que Cronenberg propone en “Crimes of the Future”. Una mención que no noté, pero que luego conversando con una amiga ella me hizo ver, fue la cercanía que tiene la brutalidad de la escena de los golpes contra el espejo, con el asesinato a extintorazos que vimos en “Irreversible” de Gaspar Noe.
Esa escena genera malestar por su violencia explícita. Pero si volvemos al argumento que quiere proponer la directora, no solo la entendemos, sino que podemos celebrarla. El salvajismo al que es sometido el cuerpo de una mujer en procedimientos estéticos podría parecerse mucho a la brutal golpiza que se da Sue a sí misma. La repulsión por su propia imagen podría ser parecida a la que se siente en la dismorfia corporal.
Otra bella imagen que sin contexto es interpretada como gore serie b, es en la que hay un baño de sangre en el show de fin de año, que marca el inicio del final. Fargeat culpa a todos los espectadores — que somos toda la sociedad— de lo que ha pasado con Elizabeth. Somos la sociedad, el público, quienes hemos creado ese monstruo, y una forma de no evadir nuestra responsabilidad en ello, es bañarnos con su sangre. Esa secuencia tiene una escena maravillosa cuya antesala es el baile de muchas mujeres en topless. Una niña que vemos en primer plano en el público sonríe extasiada al lado de su madre mientras ve bailar a estas mujeres. Cuando el “monstro Elizabeth Sue” empieza a desbaratarse vemos que cae una teta al piso. La reacción de la madre al ver esto es taparle los ojos a la niña. La hipocresía de esa sociedad retratada en un cuadro.
En un momento sentí que la película estaba derrapando. La previsibilidad de lo que iba a pasar con el protocolo de la sustancia me empezó a sacar de la atmosfera. Empecé a pensar en esos cuadros que pintan algunos artistas — Andrés Layos entre ellos— que son terminados por sus hijos. Y la obra final es la mitad de un caballo dibujado por un artista realista y la otra por una niña de 4 años. Sentí que la película podía terminar siendo una hermosa premisa muy mal resuelta. Me equivoqué.
Quisiera pensar también que la selección Margaret Qualley como protagonista tiene que ver con su papel de PussyCat, y que, en ese sentido, el manejo de la sangre que propone Fargeat alude al director de Once upon a time in Hollywood. El plano cenital con el que empieza la historia es una belleza comparable con el que termina la película. Lo que logra Qualley en The Substance es redondo. Alguien podría decir que se abusa de lo explicito, o que es muy panfletaria. Pero vivimos en tiempos de agenda del movimiento feminista y los panfletos muchas veces son maravillosos. Yo hace mucho rato no salía de una sala de cine tan emocionado, con la certeza de haber visto una gran película.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/