La séptima de Black Mirror y las distopías

The National Anthem nos dio ganas de pararnos a aplaudir frente al televisor. El primer episodio de Black Mirror nos voló la cabeza. Nos dejó con la sensación de que nunca habíamos visto algo así, que el argumento que se estaba presentando nadie lo había pensado. Algo parecido nos pasó viendo, recientemente, la primera temporada de Severance. Tuvieron que pasar muchos años para volver a sentir lo del primer capítulo de Black Mirror

El segundo capítulo no decepcionó, aunque sin acercarse a la historia del primer ministro de Inglaterra.  El tercero — el último capítulo de esa primera temporada— volvió a ser maravilloso. Desde ahí seguimos un camino de eterna búsqueda del himno nacional, de regreso, temporada tras temporada, buscando algo que pudiera parecérsele. Muchos dicen que lo peor que le puede pasar a un escritor es escribir su mejor libro de primero, lograr en el primer intento su “Primero estaba el mar”. Superar esa genialidad inicial es muy difícil. Conviene más, dicen, que el genio sea incremental. Empezar con una cosa bien mala e ir mejorando hasta llegar a algo memorable.

El camino de Black Mirror fue el de la genialidad inicial. Como en la cuarta temporada, los seguidores de la serie decidimos — sin ponernos de acuerdo, ni hablar de ello — dejar de verla. Nos cansamos de volver a buscar algo que no iba a pasar más. Hubo momentos en donde estuvimos cerca, como cuando vimos Nosedive en la tercera temporada, pero sin poder volver al lugar que nos llevó la primera. Hace como dos semanas unos amigos me dijeron: “está bueno el primer capítulo de la última temporada de Black Mirror”. Yo los miré como diciéndoles “¿Black Mirror, ese antro no lo han cerrado? Se rieron y me insistieron para que lo viera.

Tenían razón, como casi siempre, como aquella vez que me jodieron y me jodieron para que le diera una segunda oportunidad a Better Call Saul y terminara viendo una de las mejores series de la historia. Common People se llama el episodio inicial de la séptima temporada de Black Mirror. Es en general muy bueno. Sobre todo porque reflexiona sobre las amenazas de la ingeniería genética y su posible deriva en proyectos eugenésicos. Nos plantea una distopía de los sistemas de salud con muchas anclas en la sociedad contemporánea. Lo que vemos ya está sucediendo. La ficción nos presenta lo que en realidad ya somos.                   

Lo genial de las distopías es que podemos pensar en aquellos mundos horrorosos que están a la vuelta de la esquina. Zamiatin, George Orwell, y compañía imaginan sociedades aparentemente estrambóticas, exageradas e imposibles. Pero lo que realmente hacen es sospechar de lo que ya está sucediendo, pensar mal en su propio mundo, imaginarse lo que puede pasar si las premisas de las sociedades en las que viven se llevan al extremo, se les inyecta esteroides. La distopía es una lectura honda y suspicaz de la realidad. Charlie Brooker, el escritor de Black Mirror, vuelve a lograrlo en el primer capítulo de la última temporada.   

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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