Escuchar artículo
|
Leo un artículo sobre inteligencias artificiales. O sobre lo que puso a la inteligencia artificial en el radar mundial: la aparición de ChatGPT hace ya dos años. El título es largo y tiene un colofón: «Del deslumbramiento total a la caída en el “valle de la decepción”».
Un resumen corto es que en estos 730 días de existencia, el famoso ChatGPT parece haber llegado a un punto de no avance. O que por lo menos no se mueve a la velocidad y hacia el camino que los inversores esperaban. Dice el artículo sobre las IA: «Hablan con mucha autoridad, parecen saber de todo, pero lo que dicen no es fruto de un conocimiento real, sino de su capacidad, adquirida intuitivamente, para aparentar sabiduría». Conozco gente que es así. En cierto argot se les llama vendedores de humo.
Y sin embargo, ahí está. Cualquiera que ejerza la docencia sabe que ahí está, colándose entre los trabajos que entregan los estudiantes. Es fácil notarlo: una uniformidad en las estructuras de lo que escriben, una monotonía en las formas de los textos, una apariencia de sabiduría.
¿Peleo contra las IA? Ya no. Lo intenté, por supuesto, que a mí nadie me engaña, me dije. Pero entendí pronto que era un esfuerzo vano. Ser el policía o el detective del chatgpt era como achicar con un cedazo. He buscado formas, unas más efectivas que otras, para que mis estudiantes pasen de largo por el uso de las IA y se crean el cuento (que para mí es real) que no lo necesitan. Menos aún en su etapa de aprendizaje.
Escribir a mano, por ejemplo. O intentar apasionarlos con el oficio de contar historias y que quieran tanto los relatos que quieran contar, que no se les ocurra inventarlas con la ayuda de una serie de algoritmos que solo aparentan sabiduría. Una escritura automática nunca será arte, escribió el autor danés Jacob Paludan.
Pero es como pensar que yo, en mis años colegiales, hubiera hecho mis cálculos matemáticos con el ábaco y no con la calculadora. Así que pasa, claro. Llegan de vez en vez crónicas o relatos o cuentos donde hay una mano invisible: la de las IA. Ocurre. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.
Pero más allá de eso hay algo que me sorprende: la facilidad y la credulidad con que se acepta que lo que entrega la inteligencia artificial (me resisto ahora a usar el verbo crear): si lo dice chatgepeté, debe ser así. La idea de que con eso basta para engañar al docente y recibir una nota sobre tres.
Me revelaron en estos días la existencia de una de esas ideaciones conspirativas —hermanada los pájaros no existen, nunca se llegó a Luna o el gran reemplazo— llamada teoría del internet muerto. Según esta, ya hay más bots y algoritmos vertiendo contenido en internet que humanos creándolo. Hay cifras que demuestran lo contrario, pero ya sabemos que a los conspiranóicos los hechos los traen sin cuidado.
Gracias a las IA, es cierto, se crean más fácil las noticias falsas. Pero aún hay humanos tras la mentira inicial.
¿Pero se imaginan que llegara a ser cierto lo del internet muerto? Máquinas creando historias y respuestas que un montón de gente considera reales solo porque así lo dice el algoritmo, con poca capacidad crítica. Vaya que la tendrán fácil los timadores.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/