La próxima vez nos van a volver a confundir

La próxima vez nos van a volver a confundir

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Esta semana Héctor Riveros dijo en su columna de La silla vacía que cambio es lo que ha habido con el gobierno de Gustavo Petro, a propósito de que este 7 de agosto llegó a la mitad del mandato.

Tiene razón. No había habido presidentes desde Pumarejo, en la década del 30, que hablaran abiertamente de reforma agraria; ni mandatarios que se sentaran a conversar más con sindicalistas que con empresarios. Nunca antes alguno eliminó la represión del discurso de lucha contra las drogas ni relegó de la agenda la palabra “seguridad” para cambiarla por “paz” como Petro.

Él tiene otra concepción de la política y la economía; una concepción que le otorga al Estado el protagonismo en la prestación de los servicios y que niega el principio según el cual la base de la generación de riqueza es el estímulo a la empresa privada. Es decir, es un Presidente que cree en los principios del socialismo y no en los del capitalismo para el desarrollo de la sociedad, la acción política y la gestión pública.

Visto de esa manera, el cambio ideológico no tiene discusión y, en la alternancia de visiones que implica la democracia, se celebra. El problema es el cambio como mandato. O, mejor dicho, la idea de cambio que tenían los votantes de Gustavo Petro cuando lo eligieron.

Me atrevo a decir que ese mandato tenía más que ver con las mañas y las formas de la política que con la ideología del candidato. O más bien, pensando con el deseo, que el cambio ideológico traía debajo del brazo formas alternativas, no tradicionales de hacer política.

Además de un pesimismo generalizado, lo que muestran encuestas de opinión como la última de Invamer Gallup (de junio pasado), es que las políticas bandera del gobierno no tienen el apoyo que deberían si la gente respondiera equiparando el cambio ocurrido con el cambio deseado.

Por ejemplo, el 60% dice estar en desacuerdo con las reformas del Presidente. Y, en cambio, mantiene una opinión favorable de las Fuerzas Militares, de los empresarios y está a favor de fomentar la llegada de multinacionales e inversión extranjera.

En cuanto a la transición energética, otra de las banderas del Presidente, la gente se manifiesta en desacuerdo con la suspensión de la exploración de petróleo y gas.

La paz total es otro punto donde no se ve correlación. Por ejemplo, mientras al principio del mandato de Petro el 72% de las personas creía que la mejor salida para solucionar los problemas causados por las guerrillas y los grupos criminales organizados era la negociada, en junio ese porcentaje cayó a 53. Además, el 65% no quiere que se sacrifique algo de justicia por negociar la paz.

Dice Riveros que los métodos de la política y la eficacia de los gobiernos no se deciden en las jornadas electorales, por lo cual los análisis enfocados en este tipo de cambios concluyen que las cosas se han mantenido iguales o peores que siempre.

El problema de este postulado es negar la necesidad de que, justamente, los métodos políticos puedan ser votados en las urnas. Y de que los candidatos de 2026 deban plantear programas basados en las formas de restringir al máximo las puertas de la corrupción. Es decir, modelos que no estén basados en el clientelismo.

El Balance anticorrupción 2022-2024 de Transparencia por Colombia detectó y documentó 57 acciones anticorrupción, de las cuales 33 se encuentran en progreso, 8 en etapa de formulación, y 16 culminadas. Aunque el informe destaca el avance del proyecto de Ley 291 de protección de denunciantes de corrupción, radicado en la Cámara de Representantes e iniciativas del Ministerio TIC para promover una mejor infraestructura de datos públicos en el país, señala la falta de compromiso del Gobierno para cumplir los compromisos en esta materia contenidos en el Plan Nacional de Desarrollo, así como la dispersión de las acciones, sin que exista una apuesta por la articulación institucional.

El caso es que el 72% de los encuestados por Invamer Gallup desaprueba lo que se está haciendo en el Gobierno de Petro contra la corrupción. Pero el porcentaje es parecido (incluso menor), a lo que opinaban los colombianos con Duque y con Santos. Así que cuando a mediados de 2025 lleguen Vicky Dávila, María Fernanda Cabal,  Germán Vargas Lleras y la propia María José Pizarro a hablar de cómo cada uno es el que encarna el cambio que necesita el país, será preciso dudar y distinguir, porque la fatiga de los colombianos no es tanto de las cosmovisiones de los políticos, como de sus métodos de operación.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/

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